El público del atletismo es maravilloso. Muy lejos de los lamentables espectáculos que se sufren en las gradas de otros deportes, la armonía reina entre los asistentes y en el Omnisport de Apeldoorn se respira paz, serenidad y amor por el rey de los deportes.
El entendido público de los Países Bajos -y del resto de naciones- aplaudió con ganas a Ana Peleteiro en la calificación de triple salto. Saben que es la gran favorita, la única estrella de la prueba, y disfrutan de su presencia. Los españoles presentes en el recinto estaban deseando disfrutar de la magia de Femke Bol, una alienígena que acaricia la pista y enamora con sus zancadas a cualquier aficionado al atletismo. Da igual que derrote al equipo español en el relevo mixto 4x400 metros, poco importa su nacionalidad. Si amas este deporte, te mueres de ganas de verla correr y te da rabia que no participe en la prueba individual, aunque ello suponga que perjudique los intereses de nuestro equipo.
Así es el atletismo. Esos son sus valores. Salvo contadas y raras excepciones, el respetable jamás exterioriza sus frustraciones ni paga un mal día insultando a nadie.
Los periodistas, camino de la zona mixta, nos vamos cruzando con todo tipo de personajes maravillosos, grandes aficionados al atletismo que lucen camisetas de sus respectivos países, polos de clubes de atletismo, chándales con solera que denotan infinita pasión, arrugas que surcan rostros curtidos en el disfrute intenso de las estrellas de nuestro deporte…
Ayer, mi colega Miguel Olmeda me dijo alucinando: “¡Mira tío, vaya camiseta!”. En ella, con letras blancas sobre fondo azul, ponía “ALEKSANDER KLUMBERG (EST)” y debajo unas fechas que permanecerán para siempre en la historia, los días 16 y 17 de septiembre de 1922, cuando hace casi 103 años el decatleta estonio lograra en Helsinki el primer récord mundial reconocido de la historia, con 7485,610 puntos.
En la camiseta, debajo de lo anteriormente expuesto, figuraban las marcas logradas en las diez pruebas: 12.3 – 6.59 – 12.92 – 1.75 – 55.0 -17.0 – 39.64 – 3.40 – 62.20 y 5:11.3.
Para un miembro de la Asociación Española de Estadísticos de Atletismo (AEEA) y también del grupo de Amigos de la Pista de Ceniza (APC) resulta especialmente emocionante que alguien recuerde -y lo exteriorice mediante una camiseta conmemorativa- a un hombre que brilló compitiendo hace más de un siglo. Somos unos locos que disfrutamos buceando en la historia y poniendo en valor a aquellos que con el inexorable paso del tiempo han sido olvidados o escasamente reconocidos.
Reconstruir la historia debería ser casi una obligación para todos nosotros, así como valorar a aquellos que la están escribiendo con nobleza en el presente, como la discreta Paula Sevilla, que hoy se ha clasificado para las semifinales de los 400 lisos y sigue dando pasos de gigante con unas zapatillas pequeñas -del número 36- pero un trabajo inconmensurable. La constancia, la perseverancia y la humildad a veces desembocan en el éxito.
Otro tipo que nos ha enamorado es Óscar Husillos, eliminado, “molido a palos” en su serie de 400 y que, ante la pregunta acerca de las maniobras posiblemente ilegales de sus rivales, respondía que también tendríamos que preguntarle a él mismo si su maniobra para apoderarse de la calle uno había sido legal. ¡Unas declaraciones para enmarcar! Sin excusas, sin echar balones fuera, asumiendo que en su prueba se imponen los pillos, los más listos de la clase.
El atletismo, un deporte plagado de locos maravillosos, como ese grupo de aficionados con camisetas del decatleta Johannes Erm que han comido a nuestro lado, o los suecos octogenarios que no se pierden un solo campeonato, o esas familias irlandesas o de Finlandia que cada día entran al pabellón con una sonrisa, agitando sus banderas y chillando con cada salto, lanzamiento o carrera. Abuelos, padres y nietos unidos por una pasión común: el rey de los deportes, el atletismo.