Escuela de derrotas

"Correr ha sido para mí una estupenda escuela de la derrota", cuenta Luis Arribas en su columna de opinión.

Luis Arribas

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Hicham El Guerrouj en uno de los momentos más icónicos de su carrera en Atenas 2004. Foto: COI COI

Correr es el mejor escenario para aprender a perder. Y perder no es el antónimo de ganar, sino una manera de ganar más a largo plazo. Así que, como correr es una imagen cristalina de las cosas a largo plazo, por favor, continúe leyendo hasta el final. Que nadie llegue aquí engañado. Por alguna razón hemos decidido que correr nos eleva a un estado de héroe victorioso. A un triunfo personal frente a nuestras limitaciones, frente al cronómetro, frente a la distancia. Hay literatura excelente sobre monjes budistas que únicamente corren para limpiar su culpa y sobre tarahumaras que celebran el sufrimiento de la vida con sus eternas carreras. Todo eso nos parece bello pero nosotros queremos que nuestros amigos nos reconozcan el mérito de la hazaña deportiva. Cada adquisición de material deportivo nos tiene que acercar a dominar la bestia del kilómetro y del minuto.

Todo el conocimiento que acumulamos leyendo y consultando permite que nos riamos con suficiencia de aquellos momentos de empezar desde cero, de los sufrimientos dejados atrás. Hasta el muro del maratón se convierte en un personaje cómico, en un mito antiguo al que vencemos en una batalla de doce semanas a la que llamamos plan. El plan hacia la victoria. Nos hemos acostumbrado a vencer desde el lado bueno del mundo. Lanzamos las redes en pos de cientos de votos para que nuestro favorito o nuestro reto venza en ese concurso de propuestas solidarias. Escribimos sobre carreras a conquistar y objetivos que caerán uno tras otro en una especie de campaña napoleónica, triunfante y con nada más que un final posible, a través del territorio de las carreras.

Mucho de lo que ganemos será una recompensa tan parcial que parecerá una derrota. Sutilmente, perderemos una y otra vez.

No estoy tan seguro de esa certeza tal. Ya sabemos cómo terminó Napoleón. Pero sí que, de una manera mucho más educativa, toda esta sucesión de éxitos será una línea discontinua de bofetadas que nos irá siendo suministrada con alegría. Mucho de lo que ganemos será una recompensa tan parcial que parecerá una derrota. Sutilmente, perderemos una y otra vez. Nuestras hazañas pasarán desapercibidas. Nuestras batallitas caerán en el olvido. Y ese exagerado cambio de ritmo que lanzaremos hasta meta se va a diluir entre los nombres de otros miles de competidores. Y será por nuestro bien.

La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de estruendo y furia, y que nada significa. Lo dijo un Macbeth que se revuelve contra su creador en el drama más vertiginoso y prosaico de William Shakespeare. Macbeth se ha dado cuenta que toda su vida ha pasado zumbando y que poco tiene un significado real. De acuerdo, piensa que el único remedio para su derrota es tirarse ciegamente en brazos de la ira. No vamos a ponernos tan dramáticos pero lo cierto es que a nadie le gusta perder. Por ello el final feliz de todas estas derrotas nos enseña que la importancia llega al final de la columna y al final de la juventud. Posiblemente nada de lo que corramos durante años, lleno de estruendo y furia, sirva como trofeo. Correr ha sido para mí una estupenda escuela de la derrota. Guarden un par de balas para dentro de unos años porque, solo entonces, se darán cuenta de que Coubertin tenía razón en lo de la importancia de participar. Que podamos formar parte de esta fiesta saludable será nuestra gran victoria. Ya saben. De derrota en derrota hasta la victoria final.

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