El paso del tiempo es inexorable y no se puede esquivar la certeza de que con cada segundo que pasa el individuo en cuestión se acerca a su última luz. Pero en este momento, en este instante, en este aquí y en este ahora donde corre con todo lo que sus piernas y sus pulmones le dejan, se siente agradecido y reconfortado por la maravillosa, la impresionante, la solemne contemplación de la Sierra de Santa María como escolta visual fiel. El asunto no va de ruta, tampoco va de trail, va de un extraño híbrido que supone volver a los orígenes, a la sencillez y a una comunión con la natura.
El periplo panorámico acaece en tierras extremeñas, concretamente en suelo de la provincia de Badajoz y más específicamente en el de la comarca, fronteriza, y lindera además con ‘raia’ que se desplazó dos centurias y pico atrás, de los Llanos de Olivenza. Anda el sufridor en la población de Barcarrota, célebre por motivos diversos, cuna de ilustres, custodia de joyas literarias anónimas que aparecieron emparedadas en una obra, escenario de batallas medievales y asaltos con poso de ‘restauraçao’ siempre con Portugal en el foco, y poseedora de un patrimonio que bien merece una visita. En Barcarrota tiene sus raíces familiares un ganador de Giro, Tour y Vuelta como Alberto Contador.
Si la contemplación de esta vertiente de la Sierra de Santa María resulta tan formidable es en parte, acaso sustancial, gracias al tiempo que el veranillo de San Martín ha traído consigo. Andamos (corremos, mejor dicho) a mediados de noviembre y, después de intensas (aunque siempre insuficientes) lluvias en las semanas previas, los mercurios andan juguetones y ‘tropicalescos’, regalando cielos despejados de azul intenso y calores que, metidos en las faenas de encarar subidas por las gracias del pedestrismo, no se agradecen tanto. ¿Qué porcentaje puede tener esta cuesta? ¿Un 15% tal vez, si no más? El resuello carece de inclinómetro, pero constata la gravedad de la pendiente. Pero esta postal visual de la Sierra de Santa María atenúa el sufrimiento. Y el hecho de pisar hojarasca y bellotas caídas al camino, crash, cranch, rash, le aporta musicalidad al asunto. No supera los 790 metros de altitud en su punto más alto, pero viéndola tan ‘bien plantá’, cosas de la preeminencia, quien no diría que se está ante los desafiantes dosmiles de otras latitudes ibéricas.
La sensibilidad aflora mucho cuando uno corre, de la misma forma que la oxigenación contribuye a la génesis de pensamientos, ideas y enfoques. Nihil novum sub sole. Pero es que el campo está precioso, luce unos verdores intensos y multitud de hilillos de agua, cual pequeñas venas, corretean por los colinajes en busca de los arroyuelos y las charcas que deben surtir. Un aguilucho vuela a nuestra vera. Una piara de negros cerdos se espanta. Hasta un burro que se ha saltado de su cerca se acerca, curioso. Soberbios ejemplares de encinas y de alcornoques, algunos con la anaranjada desnudez del reciente descorche en sus troncos, nos acompaña en esta placentera letanía. También nos topamos con algunas concentraciones rocosas que llaman la atención y que sugieren cierta causalidad, no en vano acudimos advertidos de que estos pagos son muy pródigos en vestigios de índole megalítica. Es una mañana gozosa. Es una primavera en otoño. Aquel que robó el mes de abril lo debió esconder aquí, sin duda…
La sensibilidad aflora mucho cuando uno corre, de la misma forma que la oxigenación contribuye a la génesis de pensamientos, ideas y enfoques.
Todo lo anterior viene de la mano de una carrera popular llamada ‘Los 10 kilómetros de la Siete Torres’ que este 2023 ha celebrado su cuarta edición. Una prueba que, sobre la misma distancia, combina la carrera atlética de unos (no somos más de 50, hay otra carrera en el cercano Cheles que en su día no se pudo celebrar y la movieron a tal día como hoy, 19 de noviembre, y esta circunstancia participativa es como una máquina del tiempo a unas décadas atrás cuando el fenómeno del atletismo popular no era tan ‘trendy’) y la marcha senderista de otros (buena idea esa).
Una cita que propone un recorrido muy campestre, porque es casi quimérico sacar un recorrido íntegramente urbano en un pueblo por cuestiones constructivas, pero que está absolutamente lleno de atractivos para hacer mucho más agradable nuestro penar. Lo de la letanía viene alimentado por varios repechos, sobre todo una subida en el Camino de Jerez (o de las Tapias) y la dura, durísima, buah, del Sesmo de Juan Amado mediada la previa, antes justo del avituallamiento. El Tourmalet de este viaje, sin duda.
Calles adoquinadas, arquitecturas pintorescas de influencia lusitanas, arcos, pistas, caminos, sesmos y hasta firme de albero, qué cosas, porque en la parte final, de nuevo en las calles de Barcarrota, y tras la contemplación desde el camino de Fregenal de un ‘skyline’ que nos sabe a edén porque venimos de dejar dureza atrás, el periplo acomete un callejeo curioso y pintoresco. Y todo ello con rumbo hacia la plaza del Altozano, la de Castelar y el acceso/ascenso, muro empedrado de dobles dígitos que parece el Paterberg del Tour de Flandes ciclista, hasta una plaza de toros sita en lo que otrora fuera el patio de armas de un castillo que se atraviesa para descender por otro acceso hacia la plaza de España, pintoresca, y llegar en un verbo a la zona de llegada. Otros años la meta ha estado en la propia plaza, nos cuentan.
Los 10 kilómetros de las Siete Torres es otra de las pruebas que se han sumado estos últimos años al cada vez más rico calendario extremeño de carreras populares. Comparativamente a otras latitudes peninsulares, el fenómeno corricolari ha explotado un poco más tarde en Extremadura. Pero lo ha hecho con fuerza. Y firmeza. Quedan muy pocos pueblos, da igual si estamos en la provincia de Cáceres o en la de Badajoz, sin su prueba.
Extremadura cuenta con su nómina de carreras de mucha tradición (el Medio Maratón de Mérida, oh dios mío, cada vez es más difícil coger dorsal; y no hablemos de la experiencia de pasarse de la ‘raia’, la frontera, en la Elvas-Badajoz o en la Badajoz-Elvas, y que disculpen muchas otras que se merecen la mención) y con un creciente calendario que se ha cimentado en el impulso deportivo realizado a nivel comarcal. Este año, a modo de ejemplo, la Comarca Sierra Suroeste ha puesto en marcha su circuito de carreras populares, nueve pruebas (algunas, como Oliva de la Frontera, Valle de Santa Ana o Jerez de los Caballeros, con dos décadas de existencia) con repartidas entre marzo y diciembre, bajo el amparo de sus programas de dinamización deportiva.
Con distancias variadas, con recorridos diversos, con organizadores y suministradores de logísticas y servicios propios, Extremadura presenta un repertorio con mucho elogio al campo y al aire libre, cada vez hay menos pueblos sin su carrera popular. Eso es bueno y síntoma de que el movimiento atlético no deja de crecer con robustez. Mientras tanto, amig@ lector@, quién sabe, igual le apetece ‘darse una vueltina’ por Barcarrota en 2024…