Atletismo

1500 de Los Ángeles 1984: final alternativa en el multiverso

Se ha escrito tanto de esa final que cabe preguntarse si las cosas podían haber sido diferentes.

Juan Manuel Botella

3 minutos

Una imagen de la final olímpica de 1500 metros en Los Ángeles 1984 con Abascal perseguido por Coe, Cram y Ovett.

Una de las cosas que más recuerdo de los ochenta es que el tiempo pasaba muy despacio. Entre los Juegos de Moscú y Los Ángeles pareció que transcurría una eternidad, y aprovecharon para crecer o madurar muchas de las personas importantes de mi vida.

Era 1984. Menos de lo que George Orwell imaginaba.

A tu alrededor, las carpetas de BUP con fotos de Madonna y Michael Jackson, el estreno de Gremlins, las hombreras, un Talbot 150 adelantando a un Citroën BX. Si encendías la Telefunken, quizá una Thomson, se hablaba de La Bola de Cristal, cuya presentación se anunciaba para octubre en uno de los dos únicos canales posibles de televisión.

El día de antes se había jugado el España-Estados Unidos de baloncesto. La plata supo a oro, con un equipo legendario: Fernando Martín, Corbalán, Epi, Iturriaga… No citaré a todos en un artículo de atletismo. Pero se cayó con dignidad, sin complejos: Michael Jordan y sus compañeros, lo podías decir entonces como ahora, procedían de otra galaxia.

En 1500 metros las cosas se suponían felices, dentro de un orden. Gravitaba una especie de optimismo prudente.

Los periódicos, de riguroso papel, decían que José Manuel Abascal apuntaba al podio, si se lo curraba avivando el ritmo, con permiso de tres monstruos británicos: Steve Ovett (entonces plusmarquista mundial y con un problema respiratorio), Steve Cram (campeón de Europa y del mundo, estrella emergente y favorito, pero lesionado un mes antes de los gemelos) y Sebastian Coe (oro olímpico en 1980 y recordman de la milla, los 800 y los 1000 metros, que llevaba dos temporadas para olvidar).

Aquel Sebastian Coe era mucho más sólido, más agresivo que el de 1982 y 1983, y estaba mejor equipado en velocidad que las versiones de Cram y Ovett presentes el 11 de agosto de 1984.

Sin embargo, Coe estaba seguro de vencer porque venía de una plata en 800 (1:43.64), detrás del, en ese momento, intocable Joaquim Cruz. Aquel Sebastian era mucho más sólido, más agresivo que el de 1982 y 1983, y estaba mejor equipado en velocidad que las versiones de Cram y Ovett presentes el 11 de agosto de 1984. El resto, por más cariño que se les tuviera, no contaban para la victoria.

Quizá, por eso, fue el oro más sencillo que jamás ganó Sebastian Coe. Abascal hizo su truco, aceleró a falta de 500 metros, e hizo daño a todos, menos al hoy presidente de World Athletics. Un Cram ambicioso pero disminuido, al que le faltaron dos o tres semanas de entrenamiento, fue incapaz de situarse al frente en contrameta, ni de coger la cuerda en la última curva; mucho menos de disputar el esprint a un Lord en estado de gracia.

Del Memorial Coliseum emergió Coe convertido en un semidiós del deporte, primer humano en defender su primado olímpico en el kilómetro y medio; se confirmó el declive de Steve Ovett, que ya había empezado a menguar como atleta en 1982; y el mediofondo español, gracias a Abascal, que escapó del arreón final de Joseph Chesire -el hombre que siempre quedaba cuarto-, alcanzó su verdadera mayoría de edad, la epifanía olímpica que ha inspirado después a nuestros mejores atletas.

La histórica carrera de 1500 metros en Los Ángeles 1984.

Se ha escrito tanto de esa final que cabe preguntarse si las cosas podían haber sido diferentes.

Observemos el vídeo de nuevo, como por vez primera. Sucede a los 240 metros. ¿No se ve nada raro? El pie del italiano Riccardo Materazzi desequilibra sin querer a Sebastian Coe, que se desplazaba plácida y armoniosamente. Durante un segundo, la impresión es que Coe va a caer, el locutor José Ángel de la Casa se da cuenta, también David Coleman en la BBC, ¡pero no!, la suerte del campeón se pone de su lado, y se recompone.

No hay enmienda ni reparación posible si te caes en una final olímpica de 1500. ¿Quién besaría el suelo con él? ¿Cómo habría reaccionado el pelotón?

¿Cuánto hubiera cambiado la historia? No hay enmienda ni reparación posible si te caes en una final olímpica de 1500. ¿Quién besaría el suelo con él? ¿Cómo habría reaccionado el pelotón?

Cram ya había vivido una situación similar en el Europeo de Atenas 1982, con el traspié de Graham Williamson, y ganó. ¿Hubiera vencido aquí también, arrastrando al segundo puesto a Abascal? ¿Se habría retirado de la carrera Ovett, o hubiera peleado un poco más? ¿Steve Scott se abstendría de colocarse al frente? ¿Qué lugar de la clasificación le reservaría el destino a Andrés Vera?

Pero, la conjetura más excitante: ¿tendría Lord Sebastian Coe una trayectoria institucional tan luminosa si se borrara su oro angelino y hubiera ganado cero títulos planetarios desde Moscú 1980?

Le imagino levantándose del tropezón con el transalpino, desterrado de los primeros, con esa expresión angustiada de quien sabe que perdió el tren de la historia, eclipsado por sus compatriotas Cram y Ovett, convertido en Mary Decker para los restos, y Materazzi en su Zola Budd. Veo la carrera rota, patas arriba, con varios atletas confundidos y afectados por el accidente. Respiro profundo. ¿Y si Joseph Chesire, que corría por dentro en cabeza cuando el tropiezo, fuera presidente de World Athletics?

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