"Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, luego París te acompañará, vayas a donde vayas, todo el resto de tu vida. París es una fiesta que nos sigue". (París era una fiesta, Ernest Hemingway).
Tan pronto como la candidatura de París fue elegida sede olímpica para 2024, rápidamente comenzamos a saber cuáles serían las líneas transversales de lo que estamos viendo estos días: una ciudad convertida en un gran estadio olímpico y unos Juegos más a pie de calle que nunca.
Lejos de innovar, realmente esta manera de entender los Juegos Olímpicos nos es más que una continuación del planteamiento de las dos ediciones que se celebraron en París en 1900 y 1924, hace más de 100 años, y es una gran oportunidad para recordar que, de la misma manera que no podríamos entender los Juegos Olímpicos sin sus raíces clásicas griegas, tampoco podemos entender el olimpismo actual sin la filosofía francesa que subyace en su propio origen moderno y en la manera en los que lo concibió el Barón de Coubertin.
No en vano, además del escepticismo inicial con el que siempre han acogido los parisinos cada una de las ediciones que se han organizado en su ciudad, como elementos comunes entre todas ellas también cabe destacar que los Juegos Olímpicos de 1900 terminaron siendo un espectáculo más dentro de la Exposición Universal que se celebró en París durante ese año, al mismo tiempo que siempre ha habido una intención de sacar el estadio olímpico a la periferia (ya fuera en Vincennes y en el Bois de Boulogne en 1900, en Colombes en 1924 y en Saint Denis en 2024), que siempre ha habido un intento de acercar el deporte a la gente como un espectáculo en algunos de los sitios más emblemáticos de la ciudad y que todas estas ediciones han estado presididas por una filosofía general de que los Juegos no transformarían la geografía de la ciudad ni dejarían grandes elementos para la posterioridad, si bien la impronta de la ciudad y la de los propios Juegos nunca sería la misma después de cada una de estas ediciones.
En plena meseta castellana, una vez que hemos comenzado nuestro viaje, la primera noche la pasamos en nuestro pueblo mientras soñamos con recorrer muy pronto Vincennes, Colombes, Saint Denis y el Sena en busca de lo que fue y de lo que es. Y, rodeados de adobe y pinares, nos emocionamos viendo la mejor final de 10.000 metros de la historia mientras nos preguntamos cómo es posible que ni siquiera alguien se pueda plantear la posibilidad de eliminar del calendario estas pruebas que realmente representan toda la esencia del atletismo.
¿Es más importante intentar transformar un deporte en algo que no es para supuestamente acercárselo a la gente o es mejor apostar por tu propia identidad e idiosincrasia para, a partir de ahí, defender tus valores y espíritu y acercárselo a la gente para que lo conozcan y lo valoren más siendo lo que siempre has sido?
Junto a todo ello, desde la ceremonia de inauguración, hay una idea que no me he conseguido quitar de la cabeza: por primera vez, en París 2024 el pebetero se ha diseñado con algo por encima del fuego olímpico (un globo aerostático, en este caso), como si lo importante no fuera el fuego en sí mismo, si no la utilidad que puede tener (en este caso, siguiendo la metáfora, la capacidad del fuego de hacer elevar el globo).Reconozco que con la sorpresa inicial me quedé alucinando al ver la enorme apuesta de París en este sentido, pero cada vez que lo pienso me gusta más la idea: la importancia del fuego olímpico por su utilidad, por lo que es capaz de generar, y no como un simple elemento contemplativo.
Exactamente igual que el auténtico valor del deporte y del atletismo radicará siempre en lo que son capaces de mover y crear dentro de nosotros y de nuestra sociedad.