El atletismo de élite permite pocas fórmulas ganadoras, y la final de los 1500 metros en el Mundial de Tokio lo dejó claro: Isaac Nader, campeón con una última recta arrolladora, y Jake Wightman, medallista de plata, llegaron al podio por caminos de entrenamiento radicalmente distintos. Uno entrena al límite. El otro, evitando el límite.
Nader, portugués afincado en Soria, sorprendió al mundo imponiéndose con autoridad frente a un grupo de favoritos que incluía a nombres consagrados. Su victoria marcó un punto de inflexión en su carrera, hasta este campeonato marcada por su proyección como talento emergente en Europa, pero sin títulos globales. Por su parte, Wightman, campeón mundial en Eugene 2022, volvía a un podio tras una etapa difícil, plagada de lesiones e inconsistencias. Su plata en Tokio fue tanto una reivindicación como un testimonio del éxito de su nuevo enfoque de entrenamiento, menos agresivo pero más sostenible. Dos atletas, dos trayectorias diferentes, dos filosofías de trabajo. Mismo resultado: la cima del mediofondo mundial.
Nader: volumen, intensidad y estrés controlado
Isaac Nader ha confiado su preparación a Enrique Pascual Oliva, histórico entrenador español conocido por su enfoque exigente pero meticulosamente calculado. La piedra angular del plan de Nader es el alto volumen: en semanas de carga supera los 150 kilómetros, una cifra más cercana al fondo que al mediofondo. A esto se suman cuatro sesiones intensas por semana, diseñadas para trabajar múltiples estímulos, desde la capacidad aeróbica hasta la velocidad de competición.
Durante el periodo competitivo, la apuesta se vuelve aún más agresiva. Las sesiones de calidad no se reducen: se transforman en trabajos de altísimo nivel, con largas recuperaciones, buscando afinamiento sin perder potencia. Eso sí, los rodajes largos pierden protagonismo y los tempos/umbrales prácticamente desaparecen del plan, en una lógica que da prioridad total a la especificidad.
“El entrenamiento es tratar de estresar al cuerpo sin superar el límite”, resume Pascual Oliva, quien dirigiera las carreras deportivas íntegras de Fermín Cacho o Abel Antón. Y en ese equilibrio tenso entre el riesgo y el rendimiento se forja el campeón.
Wightman: menos es más, con precisión quirúrgica
Al otro extremo del espectro se encuentra Jake Wightman, quien, tras años de lidiar con lesiones y de entrenar a las órdenes de su padre, ha redefinido su enfoque bajo la tutela de John Hartigan, su suegro y nuevo entrenador. La transformación es profunda. El programa ha bajado significativamente su intensidad global, y las sesiones más exigentes se dosifican cuidadosamente para evitar recaídas físicas como la que le dejó en el dique seco entre 2023 y 2024.
Wightman ha reducido el volumen total que soporta, pero ha incrementado el trabajo de umbral o tempo, dándole un lugar clave en su preparación todo el año, incluso en temporada de competiciones. Eso sí, ahora lo realiza en forma fraccionada, con repeticiones de 1 kilómetro y recuperaciones breves, en lugar de los antiguos bloques continuos de 8 kilómetros. Una forma de mantener el estímulo sin comprometer la integridad física.
Además, ha incorporado un componente nuevo: el trabajo de sprint y velocidad pura. El foco está en la progresión suave, evitando picos de carga y dejando que la competición haga su parte en la mejora del estado de forma. No es raro que inicie la temporada sintiéndose “fuera de sitio”, como explicó en zona mixta en el Mundial de Tokio, pero ahora es más regular que nunca. Solo una semana de parón por un virus estomacal en todo el año, algo impensable en el pasado.
Dos visiones, un mismo objetivo
El contraste es revelador: mientras Nader parece alcanzar su pico de forma a través de una base descomunal de kilómetros e intensidad planificada al milímetro, Wightman opta por una estrategia más eficiente y en la que la paciencia es clave, priorizando la continuidad y la salud. Uno busca construir una fortaleza fisiológica que resista el máximo estrés; el otro, evitar cualquier grieta que pueda hacerla colapsar.
Ambas filosofías tienen algo en común: la coherencia. Cada atleta ha encontrado una estructura y un preparador que se ajusta a su fisiología, su historial y su realidad competitiva. Tokio los unió en el podio, pero el camino hasta allí no podría haber sido más distinto.