El último parte de guerra, extraído de una reveladora resonancia magnética, no invitaba al optimismo: “Degeneración del cartílago de la tróclea en su parte central y faceta medial con varios defectos de grosor casi completo y completo. El defecto principal está en la faceta medial y mide unos 5x5 mm. Pequeño derrame articular. Pequeño fragmento de cartílago de unos 6x5x3 mm en el receso anterolateral de la rodilla anterior e inferior al cuerno anterior del menisco externo. Posibles pequeños fragmentos de cartílago adicionales en el receso posterior de la articulación a nivel de las fibras distales del ligamento cruzado posterior. Leve tendinopatía insercional del tendón cuadracipital con entesofito”. Una vez conocido el estado de mi rodilla podría haberme quedado llorando en un rincón, pero decidí apuntarme a la Carrera Vertical Torre Emperador...
No penséis que soy un loco. No estaba dispuesto a preparar específicamente la carrera, en apenas seis semanas, si sufría la más mínima molestia. Entrenar lesionado jamás ha formado parte de mis planes. Por algún capricho del destino actualmente no puedo correr en línea recta -porque el líquido inunda mi rodilla- pero sí puedo subir escaleras a buen ritmo. No me preguntéis por qué, pero es así, de modo que aproveché esa ventana para afrontar un desafío desconocido para mí: ponerme un dorsal y subir las 55 plantas de Torre Emperador (equivalentes a unas 70 de un edificio estándar) y sus 1320 escalones.
Las dudas se apoderaron de mí. ¿Aguantarán mis rodillas? ¿Sabré dosificar las fuerzas para evitar un reventón histórico? ¿Cómo preparo la conquista de un edificio tan alto en pocas semanas y sin romperme? ¿Qué calzado me pongo? ¿Me marearé al subir dando vueltas sin descanso?
Sabía que el secreto del éxito en la competición no residía en mi actuación el día D a la hora H sino en las seis semanas de preparación. Así que me puse manos a la obra pensando en mis virtudes: llevo toda la vida practicando deporte, durante los últimos años he trabajado la fuerza y la movilidad y subo escaleras de manera habitual. Se trataba, pues, de ir incrementando progresivamente el número de escalones en los entrenamientos, potenciar el trabajo de fuerza específica para el movimiento de subida, entrenar en bicicleta y elíptica para huir del impacto y realizar paseos rápidos con cuestas duras (a 6:30 por kilómetro) para incidir en el trabajo con las pulsaciones altas. Esta fue mi fórmula. No la imitéis. Consultad con un entrenador. Yo solo os puedo animar a que participéis en una carrera de escaleras. Sufrí bastante, pero crucé la meta muy feliz y deseo que vosotros también toquéis el cielo.