A partir de hoy, por prescripción del entrenador, solo tendré acceso a las redes sociales un tiempo limitado. Además, prometo que solo atenderé los mensajes urgentes de ámbito familiar y profesional. Mi entrenador me ha aconsejado que me vuelque en mis obligaciones. ¿Quieres ser un corredor en todas sus versiones? Entonces pon tus dispositivos en modo Corredor y corre.
Uno de los problemas que acarrea la vida virtual es que llega a crear un vacío social y, si no somos capaces de gestionarlo, acabaremos conectados a un terminal, nos convertiremos en seres raros y viviremos como espíritus asociales. La mayoría de adictos (sí, adictos) a las redes sociales son gente que se refugia en seudónimos para despotricar de quien les viene en gana. Hacen lavados de imagen para aparentar ser guapos y con carácter estable. El corredor adicto a las redes sociales ni descansa ni entrena lo que debiera; solo le interesa ojear lo que hacen sus referentes y competidores; medirse virtualmente es la mejor de sus virtudes.
Cuando planifica la preparación de unos corredores competitivos, estrictos consigo mismos y con ganas de darlo todo, el entrenador asume muchas exigencias. Las ansiedades y emociones que hay que tolerar al rebasar un arco de meta derivan, en muchas ocasiones, en inestabilidades físicas y mentales. Los efectos de euforia o angustia hay que medirlos con sensatez, pero para ello el corredor necesita de un puntal, el hombro de un entrenador, psicólogo, masajista, fisioterapeuta, osteópata, médico deportivo... o la que para mí es la peor de las opciones: encerrarse en uno mismo. El míster, tanto si caen chuzos de punta como si levantas los brazos celebrando una victoria, siempre está ahí, impermeabilizado ante lo que le puede venir encima. Discreción y sabiduría son sus armas para mantener la calma.
Querido entrenador, cómo no te voy a dedicar mi atención si tú y tu cronómetro pasasteis media vida cantando mis tiempos. Soportaste los llantos y pataleos de un corredor adolescente, me abrazaste cuando logré mi primer trofeo, me animaste a seguir cuando dije: “Se acabó, lo dejo". Mi entrenador no era virtual, era un romántico del atletismo que no cobraba un euro.
Quiero dedicar este texto a todos los entrenadores que regalan su tiempo y sabiduría con generosidad, con la intención de hacernos felices a nosotros, corredores.
Publicado originalmente en el número 3 de CORREDOR