En abril de 2018, durante el maratón de los Juegos de la Commonwealth en Australia, el atleta escocés Callum Hawkins sufrió un colapso a dos kilómetros de meta. Encabezaba la prueba con dos minutos de ventaja sobre su más próximo rival.
Cuando a un atleta le ocurre esto (y vaya por delante que yo llamo ‘atleta’ en pruebas de fondo a aquel individuo capaz de correr en menos de 30 minutos el 10K, pienso que ‘corredor popular’ es un término más adecuado para quien aún no lo haya logrado), lo primero que hay que hacer es pedir ayuda y mantener elevadas las piernas, tras comprobar que respira y tiene pulso. El público se hizo selfies y los médicos tardaron en llegar demasiado. Suerte que Hawkins es un atleta con un excepcional estado de forma físico en aquel momento y se recuperó bien. No quiero imaginarme a un corredor popular en su lugar.
A veces uno lee, no muy lejos de aquí, que todo el mundo está preparado para correr un maratón. Y de pronto siento que se derrumba toda la pedagogía que bastante gente lleva desplegando desde hace muchos años para que los corredores actúen con sentido común, para que usen más el cerebro que el corazón.
De nuevo, la misma cantinela se repite una y otra vez en nuestro tiempo: “Ciudadanos, todo son derechos. Olvidad vuestros deberes.” Pero la realidad es tozuda: si quieres el derecho a correr un maratón, gánatelo. Quince mil kilómetros son tus deberes. Antes no. Disfruta del camino y disfrutarás de tu primer maratón. El buenismo hipócrita dice: si quieres, puedes; simplemente hazlo. De acuerdo, pero ve primero a hacer tus deberes.
PÓDCAST CORREDOR: Jesús España, el atleta eterno
Puedes suscribirte al pódcast CORREDOR en las principales plataformas: iVOOX, Apple y Spotify.