"El atleta es entrenado por los eleos en la época del año en que el sol abrasa el suelo en los valles de Arcadia, y debe soportar, desde que el entrenamiento empieza a mediodía, la polvareda que levanta, más cálida que la arena de Etiopía”. (Gimnástico, Filostrato)
Tal y como hacían los antiguos griegos, en el hemisferio norte seguimos relacionando la celebración de los Juegos Olímpicos con el verano: sol, calor, altas temperaturas y vacaciones. La excusa perfecta para seguir las competiciones escondidos del calor en el salón de casa o disfrutando con los amigos y la familia en nuestro lugar de vacaciones. Al mismo tiempo que en nuestra mente asociamos siempre los propios Juegos con los días más calurosos del año en los que los atletas y los deportistas, además de contra los rivales y contra sí mismos, tienen que luchar contra las condiciones climatológicas propias del verano.
En medio de este escenario festivo y veraniego, la final de los 100 metros surge siempre como uno de los momentos más importantes de la competición olímpica, con los velocistas convertidos en las grandes estrellas del deporte mundial por unos instantes.
Y en ese preciso momento, influenciado seguramente por Usain Bolt, como todas las generaciones a las que el corredor jamaicano nos marcó para siempre, me asalta una fantasía recurrente: imaginarme en una isla caribeña, dejarme llevar por la tranquilidad y la felicidad con la que se ve la vida junto al Caribe y sentirme muy rápido corriendo despreocupado sobre la arena de la playa o en una pequeña pista de atletismo construida casi de forma improvisada.
No en vano, al final la vida también consiste en dejar volar la imaginación de vez en cuando, como si estuviéramos dentro de un relato, y viendo las imágenes de cómo vivieron y cómo celebraron los habitantes de la pequeña isla de Santa Lucía el triunfo de su atleta Julien Alfred en la prueba femenina, ¿quién no fantasearía con estar allí en ese momento?
Camino de París a bordo de nuestro coche familiar, nos despertamos en el encantador pueblecito de Saint Émilion. Bajo ese mismo sol que nos recuerda que estamos dentro del verano en el que los antiguos griegos entrenaban bajo el polvo de los caminos y comenzaban su peregrinación hasta Olimpia, salgo a trotar un poco entre el mar de viñedos que convierten el paisaje en una delicia para los sentidos. Nos subimos a nuestro coche y continuamos el viaje. Nos detenemos en Poitiers para pasear su bohemia entre librerías, pequeños cafés y galerías de arte. Continuamos hasta Tours y nos detenemos para pasar nuestra última noche antes de llegar a París.
A lo lejos, el estadio olímpico se convierte en una auténtica fiesta para vivir las semifinales y la final de los 100 metros masculinos, auténtico momento icónico de cada edición olímpica.
Y al mismo tiempo, nuestro paseo desemboca a orillas del río Loira.
Llegamos al puente Wilson que estos días, dentro de la olimpiada cultural que se está celebrando en paralelo a las competiciones deportivas, luce engalanado con las ilustraciones del diseñador gráfico local Lohengrin Papadato. Nos sumergimos en la fantástica luz que viste el atardecer junto al río. Y, en medio de la fiesta que es a esta hora de domingo la orilla del Loira, repleta de gente paseando y disfrutando de la calma del verano, nos sentamos en un pequeño chiringuito para tomar una cerveza y cenar viendo la final de 100 metros en la pantalla de nuestro móvil, atrapados por la música reggae que el DJ no deja de pinchar y que a través de los altavoces parece trasladarnos físicamente a Jamaica y a esas pequeñas islas caribeñas con las que tanto fantaseamos.
De nuevo, los atletas nos demuestran que seguramente no haya mayor sensación de libertad que correr lo más rápido que seas capaz y Noah Lyles, recuperando el trono de la velocidad olímpica para Estados Unidos 20 años después, nos da una lección de física y de atletismo al recordarnos que la velocidad es un juego de aceleración, pero también de desaceleración: el estadounidense, que era último a los 40 metros de la carrera, sólo comenzó a adelantar posiciones en esa segunda parte de la prueba donde la aceleración ya no existe, siendo el más rápido en el tramo final en el que todos van perdiendo velocidad y proclamándose campeón olímpico gracias a la foto finish sobre la misma línea de meta.
De fondo, el reggae nos hace seguir bailando. Cerramos los ojos y soñamos con estar ya mañana en París para vivir la segunda semana de los Juegos dentro del estadio olímpico. Y, como siempre por estas fechas, nos volvemos a trasladar mentalmente a esa isla del Caribe en la que buscamos refugio cuando queremos sentir que podemos correr aún más rápido.