"No puedes volver atrás y cambiar el comienzo, pero puedes empezar dónde estás y cambiar el final". (Simone Biles)
Amanece en la Moraña, campos de Castilla, y por fin comenzamos nuestro viaje hacia París.
Poco a poco, el sol va despertando sobre la Meseta y, a medida que recorremos los primeros kilómetros rumbo a Francia, la carretera continúa dirección norte dejando atrás lugares que bien podrían ser cada uno de ellos motivo de una peregrinación en busca de algunos de nuestros referentes.
Becerril de Campos y las tierras de pinares que siempre nos recordarán al gran Mariano Haro. Vitoria-Gasteiz y los dominios de Martín Fiz. Elgoibar y las campas de Mintxeta. La Azkoitia de Diego García. Zarautz y el recuerdo de aquellos maratones irrepetibles con Abebe Bikila, Mamo Wolde y Carlos Pérez. Lasarte y su cross de las Naciones. Oiartzun y el recuerdo de aquel maratón que seguía el camino que une las minas de Arditurri con el puerto de Pasajes y donde un día se batió el récord del mundo de maratón de mujeres. Behobia y su centenaria carrera hasta San Sebastián donde incluso un día ganaron Juan Muguerza y Dionisio Carreras. La frontera con Francia por donde un día comenzó a entrar el concepto del deporte olímpico moderno en nuestro país. La playa de Hendaya donde Miguel de la Quadra-Salcedo pasó su infancia lanzando un disco de madera...
Ya en Francia, en las Landas, paramos en un área de servicio y por un momento nos sentimos como Cortázar y Carol Dupont en los autonautas y la cosmopista. Y, tras rodear Burdeos, nos perdemos en el mar de chateaus y viñedos que envuelven al coqueto pueblo de Saint Émilion, donde pasaremos nuestra primera noche camino de París.
Como todas las localidades por las que hemos ido pasando, el pueblecito de Saint Émilion vive estos días inmersos en los Juegos Olímpicos, presentes en cada esquina y en cada calle, con todo el mundo pendiente de las televisiones instaladas en sus plazas y donde celebran cada medalla del equipo nacional francés.
A través de las calles adoquinadas, siguiendo los carteles de Club París 2024 y el rastro del paso de la antorcha olímpica y la olimpiada cultural paralela a los propios Juegos, llegamos al pabellón municipal, donde cientos de personas se arremolinan frente a una pantalla gigante y todas las actividades deportivas organizadas para estos días, al mismo tiempo que en la calle empiezan a organizar una parrillada popular y otras decenas de vecinos se entretienen jugando a distintos deportes tradicionales, también muy presentes en plenos Juegos Olímpicos y que inevitablemente me recuerdan al Club Barraires de lanzamientos tradicionales de Zaragoza con cuya camiseta tendré el honor de correr el próximo sábado mi improvisado maratón parisino en homenaje a Dionisio Carreras.
Cenando, vibramos con cada salto de Ana Peleteiro y acabamos la noche hablando de lo relativos que son los términos de victoria o derrota y la importancia de los referentes.
Desde bien pequeñas, siempre me ha sorprendido ver cómo mis hijas conectaban automáticamente con ciertos personajes, ya fueran músicos o deportistas, simplemente por unos impulsos o una afinidad imposible explicar desde fuera.
Desde luego, en días como hoy, donde tendemos a malinterpretar tanto eso que conocemos como éxito, es una alegría verlas tan identificadas con ídolos que trascienden el ámbito meramente deportivo como Simone Biles, Carolina Marín o Ana Peleteiro.