"Ha sido una buena vida, me lo digo a mí y se lo digo a mis hijos. Una buena vida, plena de cosas, cuyos días importantes no fueron pocos, porque los perseguí, cada uno de ellos. Fui por ellos y los extraje de la tierra, con esfuerzo, uno por uno (...). Una vida plena que, cuando no se puede resistir más, lo mejor es abandonar, pues en definitiva has resistido mucho y has demostrado mucho. Y has ganado mucho, no hablo de medallas ni de trofeos. Hablo de esas satisfacciones que ahora siento livianas en el pecho que sube y baja lentamente, cada vez más lentamente, casi vacío".
El truco es resistir (Vida y obra de Carlo Airoldi, ultramaratonista), Gianni Agostonelli
En busca de los pioneros del deporte moderno, a lo largo de la historia podríamos hablar de dos formas muy diferentes de llegar a los Juegos Olímpicos que hoy conocemos.
Por un lado, a partir de un origen más académico podemos situar a las tradiciones deportivas francesas y británicas a partir de las cuales nacieron el atletismo y el olimpismo modernos. Por otro lado, con un origen más ligado a la tierra, podemos situar una tradición deportiva mucho más rural que nació en las plazas de los pueblos y de las ciudades durante las fiestas patronales de cada localidad y que terminó llevando al estadio olímpico a aquellos deportistas que hasta ese momento sólo entendían el deporte como una forma de diversión o de destacar por encima de sus vecinos, normalmente a través de pequeñas apuestas, premios y cuestiones de orgullo.
De hecho, en España el origen del atletismo moderno se encuentra totalmente repartido entre ambos caminos y, de la misma forma que las influencias de Francia e Inglaterra fueron llegando a través de los Pirineos y del norte del mar Cantábrico, sería imposible entender nuestro atletismo sin aquellos corredores y andarines que fueron emergiendo en cada esquina de nuestra geografía, sobre todo al norte de la Península.
En París, durante estos mismos días en los que se celebra el centenario de los Juegos Olímpicos de 1924, no dejo de pensar en Dionisio Carreras, el famoso corredor de pollos aragonés que llegó a ser noveno en el maratón olímpico de aquellos Juegos y que terminó con la victoria del finlandés Albin Stenroos.
Nacido en 1890 en la localidad zaragozana de Codo y apodado como "El Campana", Dionisio Carreras heredó de su padre la tradición de aquellos primeros andarines aragoneses habituales de desafíos y carreras pedestres y, como corredor, destacó como uno de los mejores corredores de las tradicionales carreras de pollos aragonesas que de disputaban dentro de las fiestas de los pueblos y que recibían su nombre de los pollos con los que se premiaban a los vencedores.
Además de su talento natural para correr, el hecho de tener que realizar largas jornadas de trabajo en el campo, como cuando su padre le mandaba a recoger esparto, y la falta de medios de transporte de la época le terminaron de modelar como corredor y acabó dando el salto de las carreras populares a las competiciones de atletismo regladas.
Como atleta, se proclamó dos veces campeón de España de maratón, ganó la prestigiosa Behobia-San Sebastián como en su día hizo otro pionero como Juan Muguerza y su mayor gesta la consiguió en los Juegos Olímpicos de París 1924, donde terminó en novena posición entre los mejores corredores del mundo y a pesar de completar una carrera en la que pasó muchas dificultades tras perderse en varias ocasiones.
Mientras tanto, después de haber visitado Colombes siguiendo los pasos del propio Dionisio Carreras y de haber dado un paseo en globo, los últimos días de los Juegos de 2024 se nos van escapando de la mano y poco a poco comenzamos a sentir la melancolía que va invadiendo todo cuando una fiesta va llegando a su final.
Antes, sentados en las gradas del Grand Palais durante las finales de taekwondo, mientras contemplamos la maravillosa arquitectura de hierro, acero, hormigón y cristal que constituye uno de los mejores ejemplos del estilo Beaux-Arts de la escultura parisina de bellas artes, volvemos a perdernos en aquel París de 1900 para cuya Exposición Universal fue erigido este edificio y en cuyo seno se celebraron aquellos segundos Juegos Olímpicos de la era moderna.
Como contrapunto, presenciamos la primera participación olímpica del breaking dance en la plaza de la Concorde y unos deportes urbanos que vemos como las niñas hacen suyos desde el primer momento, como si efectivamente todo fuera cuestión de un salto generacional.
Tal y como nos enseñaron el propio Dionisio Carreras y antes que él todos los pioneros que desde Atenas 1896 se enfrentaron al maratón por primera vez, como Spiridon Louis o el ultramaratoniano Carlo Airoldi: el truco es resistir.
Y, mientras apuramos los últimos paseos por un París que definitivamente luce absolutamente radiante y donde en cada esquina sigue notándose cada vez más la enorme comunión entre sus habitantes y la ciudad que han supuesto estos Juegos, seguimos sin perdernos detalle de lo que ocurre en el Stade de France y vibramos con la medalla de oro de Jordan Díaz o momentos inolvidables como una de las mejores finales de 800 metros de la historia en la que solo falta David Rudisha, los triunfos de Beatrice Chebet y Faith Kipyegon en los 10.000 y 1500 metros, respectivamente, o la reconciliación del público con Jakob Ingebrigtsen, ganador de unos 5000 metros que terminan de consolidarle como uno de los mejores corredores de la historia y después de su derrota hace unos días en la final de 1500 metros.
Con los Juegos Olímpicos de París 2024 a punto de terminar, mi camiseta del club Barraires de lanzamientos tradicionales de Zaragoza que en pleno siglo XXI sigue representando uno de los mejores ejemplos vivos de esos deportes populares que un día llegaron al estadio olímpico, descansa doblada sobre la silla a la espera del amanecer y el maratón paralelo a la prueba olímpica que quiero correr para cerrar desde un punto de vista muy personal estos Juegos Olímpicos.
Y, mientras intento conciliar el sueño y vencer esos nervios que nos asaltan las noches previas a lanzarnos a una aventura, no dejo de pensar en Dionisio Carreras y en lo que debió sentir aquellos días en el París de hace 100 años en los que culminó una de las historias más fascinantes del paso del deporte tradicional y popular al deporte olímpico.
No en vano, tal y como nos enseñaron el propio Dionisio Carreras y antes que él todos los pioneros que desde Atenas 1896 se enfrentaron al maratón por primera vez, como Spiridon Louis o el ultramaratoniano Carlo Airoldi: el truco es resistir.