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Una semana después de negociar con el restaurante japonés qué nos darían de comer y por cuánto (y quién pagará la cuenta), logramos que incluyan sake. O algo que no sea agua de grifo de Madrid. Siguiendo con este periodismo en pos del bien global, damos un paso más en la comprensión del todo humano que son estos Juegos de Tokio y alrededores. Y un día (no diremos cuál) nos pasamos un pelín con el sake.
Este líquido es una bebida mestiza y discutida, hecha fermentando arroz desde el sencillo escupido de masa masticada hasta el descubrimiento del koji-kin, un moho cabezón. Su origen es difuso, que si chino que si japonés. Todo aquel que llegó e introdujo una modificación clave lo hizo mejorar. Pues cuando se me pasó el trozo entendí que el sake es como la gente que compone el nuevo atletismo. Italianos de origen abisinio o marroquí en el fondo y sus reyes de la velocidad o los saltos, de piel africana y caribeña. Gallegas con acento dominicano o catalanas hijas de caribeños.
Me jode leer que un remanente gañán sigue diciendo eso de "el español de origen marroquí" o "el medallista, que llegó a España con cinco años"
Pero hay varios sakes dentro del país. ¿De arroz? No. Hay de patata en Kyushu, o de caña de azúcar en Okinawa. Pues igual la nueva Suecia y sus rubios pastos tienen que dar paso a las generaciones del siglo XXI. Alemania o Suiza presentan vallistas absolutamente ajenos a Lohengrin porque sus padres llegaron desde África a deslomarse y labrar el futuro de sus hijos. Velocistas de Polonia, el nuevo paraíso de la imbecilidad racista, con la piel de ébano. Jugadoras de origen chino que nacen en Girona o palistas que lucen la bandera española con apellidos checos.
Afortunadamente las cabezas se sobreponen a la resaca de la ignorancia. Me jode leer que un remanente gañán sigue diciendo eso de "el español de origen marroquí" o "el medallista, que llegó a España con cinco años". Desde su reserva genética de barriada o de urbanización pija, se afana en ponernos la cabeza como un bombo, igual que ese vino patético del que presume. Son el sake malo. El guiso rancio. No entienden de las sociedades mestizas, del intercambio de material social. Cuando viajan, refunfuñan. Cuando comparan, desprecian sin saber. Habrá que aguantar esa visión de macho viejuno. Esperar que se extinga por propio convencimiento o porque, algún día, en algunos medios dejen de gobernar el racismo y la idiocia.