Los peligros de correr con una zapatilla desgastada

Lo ideal es cambiarlas cada 600–800 km para mantener tus articulaciones sanas y tu zancada eficiente

Que sí, que las quieres mucho y habéis pasado un montón de buenos momentos juntos, pero después de 600-800 km ha llegado el momento de cambiar tus zapatillas de correr.
Que sí, que las quieres mucho y habéis pasado un montón de buenos momentos juntos, pero después de 600-800 km ha llegado el momento de cambiar tus zapatillas de correr.

 

Un corredor puede ignorar muchas cosas: la alarma del despertador, el mal tiempo o incluso la tentación de quedarse en el sofá. Pero lo que no debería pasar por alto nunca son unas zapatillas demasiado desgastadas. Es fácil encariñarse con ellas, sobre todo cuando han compartido cientos de kilómetros de entrenamientos y competiciones. Sin embargo, seguir corriendo con un calzado 'muerto' es jugar con fuego: aumenta el riesgo de lesiones, resta eficiencia y convierte cada zancada en un impacto directo sobre tus articulaciones. Los expertos coinciden en que lo ideal es cambiar las zapatillas entre los 600 y 800 km, aunque la cifra varía según el tipo de modelo, el peso del corredor y el terreno. Aprender a detectar las señales de desgaste es clave para intuir el final de la vida útil de tus compañeras de batallas sin pasar por la consulta del fisioterapeuta. Porque sí: tus rodillas, tobillos y caderas agradecerán que te despidas a tiempo de ese par que ya pide jubilación.

¿Cuántos kilómetros dura una zapatilla de running?

La vida útil de unas zapatillas de correr no es infinita. Los fabricantes y diversos estudios sitúan el rango recomendable entre 600 y 800 km para la mayoría de modelos de entrenamiento.

  • Zapatillas muy amortiguadas: pueden llegar hasta los 900 km si el corredor es ligero y corre en superficies blandas.
  • Zapatillas mixtas o voladoras: suelen desgastarse antes, entre los 400 y 600 km, porque sus materiales priorizan la ligereza y la reactividad frente a la durabilidad.
  • El terreno influye: el asfalto acelera el desgaste; la tierra compacta suele ser más amable; la grava o arena abrasan la suela.

En resumen: no hay un número mágico que sirva para todos, pero ese rango de 600–800 km es una buena referencia para no apurar más de la cuenta.

Señales claras de que toca cambiarlas

No siempre es fácil decir adiós, pero las zapatillas hablan. Solo hay que escucharlas:

  • Suela lisa o desigual: cuando el dibujo desaparece o está gastado solo en un lado.
  • Mediasuela sin vida: notas menos rebote y más impacto directo.
  • Deformación visible: la zapatilla se ladea o la espuma se aplasta.
  • Dolores nuevos: molestias en rodillas, caderas o gemelos que antes no aparecían.

Si alguno de estos signos se repite, tu calzado ya ha pasado la línea roja.

Factores que aceleran el desgaste

  • Peso corporal: cuanto más peso soportan las zapatillas, antes se degrada la amortiguación.
  • Técnica de carrera: los corredores que talonean mucho machacan más rápido la mediasuela.
  • Frecuencia y rotación: tener dos pares y alternarlos da descanso a la espuma y prolonga su vida útil.

Riesgos de correr con zapatillas desgastadas

Forzar la vida de unas zapatillas no sale barato. Las consecuencias pueden pasar factura en forma de:

  • Mayor impacto articular: más riesgo de sobrecarga en rodillas y caderas.
  • Lesiones por sobreuso: fascitis plantar, periostitis tibial, tendinitis.
  • Inestabilidad: al deformarse, la pisada cambia y aumenta la probabilidad de torceduras.
  • Alteración de la biomecánica: un desgaste desigual modifica la forma en la que apoyas, generando desequilibrios musculares.

Consejos prácticos para no equivocarte

  • Apunta el kilometraje: muchas apps como Strava o Garmin permiten registrar el uso de cada par.
  • Revisión periódica: cada 200 km, echa un vistazo a la suela y la mediasuela.
  • Escucha al cuerpo: si aparecen molestias nuevas, puede ser aviso de que toca cambio.
  • Cuida el almacenamiento: evita dejarlas al sol o en lugares húmedos para que los materiales duren más.

Las zapatillas son la primera línea de defensa entre tu cuerpo y el suelo. Alargar demasiado su existencia no es un ahorro, sino un riesgo: la factura suele llegar en forma de dolor o lesión. Lo inteligente es cambiar el calzado en torno a los 600–800 km, atender a las señales de desgaste y no ignorar las alertas de tu propio cuerpo. Porque si quieres seguir sumando kilómetros durante años, la clave está en cuidar tanto de tus piernas como de lo que las protege en cada zancada.

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