Opinión

El lugar del corredor

Nos hemos dado cuenta de que correr en un espacio público es un privilegio

Álvaro Ramoneda

3 minutos

Los corredores siempre encontramos nuestro lugar en el mundo.

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Enfrento el paseo peatonal que tengo bajo mi casa: durante cuatro kilómetros me llevará hasta el mar. Correré, sabiendo que es un privilegio. Siempre lo es. El acto de correr, aunque sea en una cinta, ciertamente constituye fortuna. Hoy nos damos cuenta que no es sólo correr: hacerlo en el espacio público, también es un privilegio (aunque ONG's de refugiados, países invadidos o limitados por otros, ya lo sabían).

Miro hacia el final de la primera manzana, de la segunda, de la última que distingo. Veo la copa de los árboles, el cielo en que todavía algunas estrellas destellan sobre los primeros tonos rosas, celestes y pasteles. Miro el conjunto que da forma al lugar donde mis zancadas se habían apresurado tantas veces buscando kilómetros y minutos y entiendo que, ese todo, no tiene tiempo y no soy yo nadie para clasificarlo en horas o segundos. Entiendo que no tiene dinámica preestablecida: es. Entiendo que seguirá siendo aunque yo no esté aquí y que soy nadie para ponerle medida. Entiendo, entonces, que todas las recomendaciones para afrontar mi primera salida después de semanas de inactividad, que los consejos que me envió mi entrenador, en esa linda imagen que diseñó con tanto cuidado para que prestara atención a las series, descansos y tiempos que debía seguir, quedarán ahí, en el móvil, reposando, mientras yo, sin tiempo, distancia, ni trazado predeterminado, me desplazaré sobre mis zapatillas, que han aguantado una pandemia, pero que amenazan con darle libertad a mis dedos en cada contacto con el suelo.

Iré a la deriva, como un situacionista, un psicogeógrafo, un flâneur corredor o un corredor flâneur; decidido a correr, recorrer lo que se me presente, como se presente, el presente. Nos hemos centrado tanto en tiempos y distancias a romper, que dimos por sentado todo lo demás: el abrazo con nuestro compañeros de club o nuestros amigos adictos también a mover las piernas; el lugar por donde corremos; la salud y el sistema de salud; la elección de superficie, el dónde, con quién y cómo; nuestra ciudad, los espacios que nos ofrece, que nos prohíbe o en los que no nos contempla; los actores que nos sostienen, limpiando, curando, acompañando, y alentando; el paisaje social y físico; las diversas dinámicas de ocupación del territorio, de nuestros lugares, con las que convivimos, de las que somos parte; y el correr fuera de casa, el poder salir a nuestro antojo a atacar o dejarnos llevar por el asfalto y la tierra, por otros corredores, a romper el tiempo o perdernos en él por lo que dure nuestra emoción (o nuestro físico, lo primero que pese más).

Estoy solo en el paseo, corro, como si nada hubiese pasado, como si todavía preparase el maratón de octubre. Encuentro otro corredor, el primero, ya vendrán muchos más. De a poco noto, me preocupo de notar lo que antes pensaba era gratuito. El paseo se llena. Veo una calle amplia a la derecha, doblo, enfilo hacia el mar, lo quiero ver. Me encuentro a uno del club, a la distancia nos preguntamos si hemos podido salir a correr: sabemos que nuestros cuerpos esta vez no pueden, en paralelo, ir al unísono. Giro en el primer lugar que puedo, entro a un club náutico que parece estar vacío. Llegando al final encuentro el mar y una familia, cada uno con su caña. Estarán pensando que ese pez tampoco se puede dar por sentado. Si correr en la azotea fue difícil, seguro pescar en la bañera lo tiene que haber sido más.


Pódcast corredor: Alessandra Aguilar, de estrella del maratón a entrenadora

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