Arthur Lydiard, el padre del entrenamiento moderno

A comienzos de los años 60 fundó el que está considerado como el primer club de corredores populares.

Arthur Lydiard, el padre del entrenamiento moderno
Arthur Lydiard, el padre del entrenamiento moderno

Aunque en ocasiones pasen desapercibidos, hay libros que siguen esperando en las estanterías para atraparnos en su interior. Uno de los más fascinantes lleva el nombre de Arthur Lydiard (Auckland, 1917). Al abrirlo sus viejas páginas nos llevan a los años en los que el hombre bajó de los cuatro minutos en la milla por primera vez, a las colinas de Nueva Zelanda, al aroma de las antiguas pistas de ceniza y de hierba, a los estadios olímpicos de Roma 1960 y Tokio 1964, al recuerdo de la zancada de Peter Snell y a aquellos años en los que el entrenamiento moderno estaba naciendo.

“Como todos los niños en Nueva Zelanda, Arthur Lydiard comenzó jugando al rugby, pero tras una lesión empezó a correr y competir a nivel local, siempre a un nivel discreto. Fue decimosegundo (2 horas y 54 minutos) en el maratón de los British Empire Games que se disputaron en 1950 en Auckland, antecesores de los Juegos de la Commonwealth”, comienza a relatar Óscar Fernández, entrenador y uno de los mayores expertos en atletismo que podemos encontrar en nuestro país.

Lejos de destacar como atleta, a su alrededor creó un pequeño grupo de entrenamiento que iba a cambiar el atletismo mundial: poco más de veinte chavales sacados de su barrio y consiguió llevar a tres de ellos al podio olímpico de Roma 1960 (Murray Halberg, Barry Magee y Peter Snell). Convirtió a Snell en uno de los mejores atletas de todos los tiempos y creó una nueva filosofía de entrenamiento que es el origen de todo lo que hoy conocemos, basada en su experiencia propia, en los pocos libros que pudo leer y en los entrenadores rusos y alemanes que ya empezaban a trabajar la periodización.

“Pronto, aquel joven entrenador sin formación académica que antes había sabido ganarse la vida como lechero, zapatero o trabajando en una fundición, supo que no tendría futuro económico en un deporte tan amateur como el atletismo y se reinventó en el papel con el que ha pasado a la historia: el primer gran divulgador de métodos de entrenamiento y un asesor que iba a redefinir el atletismo de los países en los que trabajó, como Estados Unidos, Japón, Dinamarca o Finlandia, donde fue el padre de la segunda generación de finlandeses voladores. Gracias a sus conferencias y a sus libros, en plena explosión de las carreras populares Lydiard se convirtió en el primer entrenador global, popularizó la periodización atemporal y situó la necesidad de acumular muchos kilómetros y los demás elementos que definen su filosofía en el centro del entrenamiento que ha llegado hasta nuestros días”, concluye Óscar Fernández.

“Debemos de diferenciar muy bien entre los conceptos de periodización y de distribución de intensidad de entrenamiento”, comienza a explicar Arturo Casado, campeón de Europa de 1.500 metros e investigador de referencia en el marco de la ciencia del entrenamiento. Por un lado, los modelos de periodización establecen todos los contenidos de entrenamiento y su secuencialización a lo largo de los diferentes periodos temporales que forman una temporada deportiva. Por otro lado, los modelos de distribución de intensidades de entrenamiento indican la composición concreta de las intensidades utilizadas durante un determinado tiempo”, añade el que fuera díscipulo de Arturo Martín.

“El plan de entrenamiento de Lydiard se refiere a la periodización y la división de cada temporada en tres periodos”, continúa Arturo Casado. “La base fundamental de su propuesta fue el desarrollo de la base aeróbica a través de un primer periodo de 12 semanas en las que, en contra de todo lo que se defendía tanto previa como posteriormente, lo único que se hacía era correr, rodar de forma continua a un ritmo suave hasta llegar a las 100 millas semanales (160 kilómetros) y siempre bajo uno de sus lemas más famosos: Train, don't strain (entrena, no fuerces)”, relata Casado.

La base fundamental de su propuesta fue el desarrollo de la base aeróbica a través de un primer periodo de 12 semanas en las que, en contra de todo lo que se defendía tanto previa como posteriormente, lo único que se hacía era correr, rodar de forma continua a un ritmo suave hasta llegar a las 100 millas semanales (160 kilómetros).

A continuación, Lydiard establecía un segundo periodo de unas ocho semanas con reducción del volumen y un entrenamiento de una mayor intensidad en busca de un carácter más anaeróbico. Este periodo se caracterizaba por el uso de otro de sus elementos fundamentales, las cuestas, realizadas a la máxima velocidad posible y detrás de las cuales solía haber un llano en el que se intentaba esprintar más todavía. Finalmente, en un tercer y último periodo se preparaban los aspectos más específicos de la competición con trabajo en pista, series de 400 metros a ritmo de competición y alternancia de días fuertes con días suaves. Como elemento común a los tres periodos, la base aeróbica se mantenía con una tirada larga semanal que podía llegar hasta 30 kilómetros y siempre en terreno complicado, con muchas cuestas, como el circuito que utilizaba en Nueva Zelanda. Por ejemplo, Peter Snell también hacía esas tiradas tan largas y en 1962 compitió en un maratón en invierno y luego batió el récord del mundo de 800 metros en una pista de hierba en Christchurch (1:44.3).

“Lejos de la periodización, la mayoría de los estudios actuales se centran en la distribución de la intensidad del entrenamiento, que fue un concepto que no apareció hasta mucho después”, sigue explicando Arturo Casado. A partir de la clasificación de Skinner y McLellan de 1980, se definen tres zonas de entrenamiento en base a los dos umbrales ventilatorios que podríamos denominar como umbral aeróbico y umbral anaeróbico: zona 1, por debajo del primer umbral aeróbico; zona 2, entre los dos umbrales; y zona 3, por encima del segundo umbral anaeróbico. A partir de ahí, se calcula la proporción de entrenamiento que debe de situarse en cada zona durante un periodo de tiempo determinado, definiéndose tres modelos de distribución de intensidades de entrenamiento: modelo polarizado (80% del entrenamiento total en zona 1, hasta el primer umbral, y el restante 20 % en zona 3, más allá del umbral anaeróbico); modelo piramidal (de nuevo con el 80% del entrenamiento en la zona 1 de baja intensidad, pero donde el 20% restante se distribuye de forma escalonada entre la zona 2, situada entre los dos umbrales, y la zona 3); y modelo umbral (donde la mayor parte del entrenamiento se sitúa en la zona 2). Como conclusión, todos los estudios evidencian que el modelo polarizado y el piramidal tienen una mayor eficacia que el modelo umbral en la mejora del rendimiento, tanto en deportes de resistencia (Stoggl y Sperlich, 2015), como en corredores de media y larga distancia (Kenneally, Casado y Santos-Concejero, 2017)”.

Arthur Lydiard
Peter Snell, con su entrenador Arthur Lydiard, tras batir los récords mundiales de 800 metros y 880 yardas.

Volviendo a la idea de Lydiard como uno de los padres del entrenamiento aeróbico, si comparamos su concepto de periodización con estos estudios modernos, la propuesta global del entrenador neozelandés se situaría entre un modelo polarizado o un modelo piramidal, debido a que la mayor parte de su plan de más de treinta semanas se realiza a baja intensidad (toda la primera fase y el posterior y constante trabajo aeróbico) y su trabajo a alta intensidad se sitúa en zona 3, por encima del segundo umbral (cuestas y trabajo específico al ritmo de competición). “La literatura científica no recoge este tema porque no hay datos fisiológicos de sus entrenamientos de los años sesenta, pero, al fin y al cabo, la propuesta de Lydiard estaría en lo que proponen los estudios actuales: un modelo polarizado que, solo por trabajar a bajas intensidades, consigue ir elevando la velocidad asociada tanto al primer umbral como al segundo”, continúa analizando Casado, quien, de manera similar, demostró en uno de los estudios de su tesis doctoral que el rendimiento de 86 corredores fondistas de élite kenianos y españoles se correlacionaba de forma muy importante, sobre todo con el volumen de entrenamiento alcanzado a través de carreras suaves y también con el volumen recorrido en las de ritmo de segundo umbral (Casado et al, 2019).

Además, en una época en la que aspectos como la fuerza o el acondicionamiento físico no estaban tan desarrollados como hoy, Lydiard ya proponía su trabajo a través de un fortalecimiento natural gracias a correr tantos kilómetros sin amortiguación y el trabajo de cuestas. Por un lado, proveniente de la filosofía del barefoot running, cuando en los años setenta comenzó a llegar la amortiguación a las zapatillas que tanta polémica sigue despertando en la actualidad, Lydiard fue ya uno de sus mayores críticos, en tanto que afirmaba que debilitaba la musculatura del pie y acortaba la cadena posterior (fascia plantar, tendón de Aquiles, soleo y gemelo) que sus corredores trabajaban de forma natural. “Por otro lado, fue siempre un gran defensor del trabajo de cuestas, a las que consideraba la mejor forma de desarrollar la potencia y la resistencia a la fuerza y un gran método de prevención de lesiones al permitir trabajar a mayores niveles cardiovasculares y de consumo de oxígeno con un menor impacto mecánico asociado a correr a un ritmo inferior que en llano”, señala Arturo Casado mientras recuerda la capacidad de Lydiard para adaptarse a los nuevos tiempos y cómo incluyó en las actualizaciones de su libro un enfoque más contemporáneo de la importancia del gimnasio y el levantamiento de pesas en el acondicionamiento físico de los corredores y la prevención de lesiones.

“El principal problema de la propuesta de Lydiard siempre ha sido que, con una periodización tan bestial, el atleta no estaba en forma óptima hasta el final de un periodo de más de treinta semanas, algo impensable hoy en día”, apunta Casado. Pero los elementos centrales de la filosofía de Lydiard se encuentran en todos los entrenamientos de los mejores corredores del mundo de la actualidad. “En mi opinión, la mejor adaptación moderna de Lydiard es el trabajo que desarrolla el entrenador Nic Bideau en Australia.
Aunque no se habla mucho de ellos, Bideau ha reunido a su alrededor a uno de los mejores grupos de corredores del mundo y realiza un trabajo muy interesante que consigue estimular todos los determinantes del rendimiento en la capacidad de resistencia para poder estar en un nivel de forma muy alto durante mucho tiempo, pero forzando el organismo lo mínimo para evitar el riesgo de lesión”, desvela el mediofondista madrileño. “De forma similar al desarrollo del programa de Lydiard, el entrenador australiano dedica tres o cuatro semanas iniciales solo a rodar para subir los dos umbrales y los valores cardiorrespiratorios a unos niveles mínimamente aceptables antes de empezar a tocar el segundo umbral. A partir de ahí, ha definido un modelo en el que incluye todos los aspectos de Lydiard en el trabajo de cada semana. Para ello, en una de sus sesiones semanales más importantes, establece entre seis y diez kilómetros de carrera al ritmo y la frecuencia cardiaca asociada al segundo umbral. En otra sesión trabaja con series de 1.000 metros y recuperaciones de 200 metros activos en un minuto, a ritmos de zona 3, justo entre el segundo umbral y el VO2 max o la velocidad aeróbica máxima (VAM). Una tercera sesión consiste en series de cuestas de 800 metros con recuperaciones bajando al trote muy suave, entre tres minutos y medio y cuatro, para poder llegar luego al máximo consumo de oxígeno cuesta arriba y aprovechar el hecho de que el ritmo es menor y menos agresivo que en llano. Y, por supuesto, una tirada larga semanal”.

No hay nada más que ver todos los grandes resultados que el grupo de Bideau, que cada verano se concentra en Ávila, está consiguiendo año tras año (McSweyn, Lacaze, Gregson, Krummins, Diver…), pero además, sostiene Casado, “creo que es una propuesta excelente para corredores populares que no pueden entrenar los siete días de la semana, pudiéndose adaptar al entrenamiento de cinco días semanales de un popular de alto nivel mezclando las sesiones de miles y cuestas en una única sesión, destinando otra a desarrollar el ritmo en segundo umbral ventilatorio (threshold) y manteniendo siempre la tirada larga y la base aeróbica con rodajes muy suaves el resto de días”.

Al final, la clave es estimular la base aeróbica, y la base aeróbica se estimula cuando el metabolismo anaeróbico no es predominante. “El entrenamiento moderno ha evolucionado mucho, pero todo lo que trabajamos en la actualidad ya estaba en las propuestas de Lydiard y así lo podemos ver en el entrenamiento de la mayoría de los grandes corredores, desde los kenianos a los hermanos Ingebrigtsen, pasando por grandes figuras como Jenny Simpson, Emma Coburn o los polacos Marcin Lewandowski o Adam Kszczot”, concluye Arturo Casado, cuya propia trayectoria atlética junto al entrenador Arturo Martín estuvo inspirada por Lydiard y la gran base aeróbica que trabajaba cada invierno, con 2010 como máximo exponente.

Lydiard fundó el Auckland Jogging Club a comienzos de los años 60, considerado como el primer club de corredores populares y el laboratorio en el que comenzó a poner en práctica su filosofía de vida basada en los beneficios de la carrera de larga distancia.

“Volver a los principios siempre es regresar a Arthur Lydiard, su legado es fundamental para entender el entrenamiento moderno”, afirma Óscar Fernández, muy conocido por su frenética actividad en Twitter, donde contribuye a la difusión de nuestro deporte en la cuenta @gabyandersengz. Dentro de ese viaje al origen, mucho antes del nacimiento de las carreras populares, Lydiard fundó el Auckland Jogging Club a comienzos de los años 60, considerado como el primer club de corredores populares y el laboratorio en el que comenzó a poner en práctica su filosofía de vida basada en los beneficios de la carrera de larga distancia. Hasta el punto de que los antiguos relatos cuentan que el mismísimo Bill Bowerman, entrenador y fundador de Nike, quedó impresionado en una de sus visitas a Nueva Zelanda y que aquella idea fue su inspiración para popularizar las carreras populares en Estados Unidos.

Más de medio siglo después, encerrado en su despacho con forma de pista de atletismo donde cada día estudia la historia y el presente de nuestro deporte, Óscar Fernández asegura que, más allá de las leyendas, el hecho de que consideremos a Lydiard como el padre del running se debe a su papel pionero de divulgador de los medios de entrenamiento en una época en la que las carreras de larga distancia comenzaban a aparecer como la solución a los nuevos problemas de la sociedad moderna (obesidad, sedentarismo, estrés…).

Convertido en un investigador que vive a medio camino entre Kenia, Australia, Noruega y todos los lugares donde cada día se inventa el atletismo moderno, Arturo Casado continúa soñando con la zancada de Peter Snell y con los entrenamientos del viejo Lydiard, convencido de que los años sesenta encierran el recuerdo de los mejores corredores de todos los tiempos, capaces de crear todo a partir de la nada.

“Es alucinante viajar en el tiempo y regresar a aquellas viejas pistas de hierba y ceniza. Cada día, Snell realizaba sus rodajes mientras iba y venía del trabajo. E incluso, con una base aeróbica tan excesiva, fue capaz de ganar tres oros olímpicos de 800 y 1.500 metros entre Roma 1960 y Tokio 1964, corriendo en 1:44 y con los primeros 400 metros en 49 segundos. Son ejemplos que rompen con todo y hacen que nos preguntemos qué hubiesen conseguido en las circunstancias actuales y qué debemos aprender de ellos”, finaliza Arturo Casado.

Lejos de la melancolía, después de devolver a la estantería el libro que encierra esta vieja historia, no podemos evitar esbozar una sonrisa: cada día seguiremos saliendo a correr sabiendo que, realmente, todos somos hijos de Arthur Lydiard.


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