"El espacio era abierto, el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física (...). El paseo en globo es también un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier es también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells". (El viaje el globo, Jorge Luis Borges)
A última hora del día, cuando empieza a atardecer, los jardines de las Tullerías y del Louvre se convierten en una improvisada fiesta para ver la puesta del sol y la subida del globo en el que se ha situado el pebetero olímpico.
Con la tranquilidad propia de las reuniones playeras para ver anochecer, los jardines se van llenado de grupos de amigos y familias con bebidas y pequeñas bolsas de comida. Unos jóvenes gimnastas practican sus acrobacias con el sol anaranjado de fondo. Y, cuando el globo comienza a elevarse al cielo, todo el mundo se abraza y disfruta de un instante que promete ser único bajo las luces de los móviles.
Sentados sobre el césped, hablamos de los libros de Julio Verne que heredamos de nuestros padres y abuelos y nos preguntamos por el maravilloso proceso en el que la imaginación termina dando paso a las ideas: ¿Cómo surgió la idea de situar el pebetero en un globo? En el momento en el que tuvieron la idea de colocar el pebetero en la misma línea recta que une la pirámide del Louvre, el obelisco, los Campos Elíseos y el arco del triunfo, ¿contaban de antemano con que la puesta de sol seguiría también esa misma alineación durante los días de julio y agosto en los que se iban a celebrar los Juegos Olímpicos o se percataron de ello después de la idea original? ¿Se imaginaron en ese momento la fiesta improvisada que se produciría durante cada atardecer?
En busca de ese mismo germen del que nacen las mejores ideas, y que en muchas ocasiones es más apasionante incluso que su materialización posterior, antes del improvisado picnic en las Tullerías paseamos por la Universidad de la Sorbona de París, tan unida al desarrollo creativo del Barón de Coubertin que dio lugar después a los Juegos Olímpicos y que tantas veces tendemos a olvidar. Por ejemplo, como su idealización de la cultura griega y de los conceptos del gymnasium ateniense y la paideia. Como sus estudios sobre la educación física y el papel del deporte en la escolarización en Inglaterra que está detrás de sus primeras ideas. Como la divulgación de sus métodos por toda Francia a través de la creación de sociedades atléticas en los institutos que se fueron asociando en la Union des Societés Françaises de Sports Athlétiques. Como su creación de la revista Revue Athlétique, la primera dedicada al deporte y que consiguió que el gobierno francés la incluyese en el programa de la Exposición Universal de 1889. Y hasta llegar a la última sesión del Congreso Internacional de Educación Física que se celebró en la propia Sorbona el 26 de junio de 1894 y donde se decidió instituir los Juegos Olímpicos modernos.
A un lado, el globo. Al otro, la torre Eiffel. Y de fondo, los relatos de Julio Verne y de la filosofía inicial del propio barón de Coubertin.
Antes de nuestro paseo por la Sorbona, por la mañana habíamos buscado el París más futurista que surge entre los modernos rascacielos de la Defense, pleno siglo XXI, y vibramos como locos con el triunfo de la selección española femenina de waterpolo en la piscina olímpica de Nanterre.
Después, contagiados por el silencio que se respira por las calles alrededor de la Universidad, caminamos por el París más pausado que se esconde entre las viejas librerías y los paseos del jardín de Luxemburgo que miran al de Cortázar y donde las tardes de verano se escapan entre pequeños veleros de juguete navegando en una fuente, partidas de ajedrez y lecturas a la sombra de los árboles.
Entre medias, seguimos desde lejos lo que ocurre en el Stade de France sin perder detalle del récord de España de Marta Pérez, la clasificación para la final de 1.500 de Águeda Marqués, el récord del mundo de Sydney McLaughlin y la hazaña histórica de la cuarta posición de Quique Llopis en los 110 metros vallas.
Y, ya de noche, sentados sobre la hierba de los jardines del Louvre, somos incapaces de quitar la mirada del cielo parisino, iluminado por el magnetismo del pebetero olímpico
A un lado, el globo. Al otro, la torre Eiffel. Y de fondo, los relatos de Julio Verne y de la filosofía inicial del propio barón de Coubertin.
Sin darnos cuenta, ¿hemos terminado volviendo también nosotros al siglo diecinueve?