Juegos Olímpicos de París 2024

El regreso al santuario de Olimpia

Manuel Martínez fue un genial lanzador que alcazó la gloria en Olimpia. Además cambió el paradigma del Atletismo Español y demostró que se podía triunfar más allá del fondo, el mediofondo y la marcha.

Miguel Calvo

2 minutos

Manuel Martínez es el único lanzador español que posee una medalla olímpica; la ganó en los Juegos de Atenas 2004, en el lugar donde empezó todo.

De la misma manera que cada uno podríamos dibujar el mapa de nuestras vidas con los recuerdos de los Juegos Olímpicos que hemos vivido, si tuviera que escoger el momento olímpico que más me ha marcado bien me podría quedar con la final de Fermín Cacho en Barcelona 92 que hizo que me enamorara para siempre del atletismo durante mi niñez, o con la cuarta posición de Martín Fiz en el maratón de Atlanta 96 que viví emocionado como un adolescente más, o incluso con el doblete de El Guerrouj en Atenas 2004 o la carrera de David Rudisha en Londres 2012, ya en plena madurez.

Pero, por encima de todos ellos y mucho más allá de mi personalidad de corredor, una parte de mí se quedó a vivir para siempre en las finales de lanzamiento de peso que se disputaron en Atenas 2004 en las ruinas de Olimpia como un homenaje al lugar donde nacieron los Juegos Olímpicos en la antigua Grecia en honor al dios Zeus y que me llevan siempre de regreso a las lecturas clásicas y a los libros de aventuras que devoraba de niño escondido bajo las sábanas de la cama con la luz de una pequeña linterna hasta bien entrada la madrugada.

Después de meses de entrenamiento, bajo el calor del verano y el canto de las chicharras, los mejores lanzadores del mundo se trasladaron a Olimpia.

Situado a los pies del monte Cronos y rodeado de pinos y olivos, pocos lugares tienen tanta magia como el viejo santuario de Olimpia y, con motivo del regreso de los Juegos Olímpicos a la ciudad de Atenas, los organizadores decidieron trasladar allí las competiciones de peso, donde todo siguió un precioso guión que pareció un auténtico viaje a la Antigüedad: después de meses de entrenamiento, bajo el calor del verano y el canto de las chicharras, los mejores lanzadores del mundo se trasladaron a Olimpia, la noche anterior a la prueba se alojaron en la Academia Olímpica, antes de la competición desfilaron por delante de los templos de Zeus y Hera, accedieron al viejo estadio a través del arco de piedra que aún queda en pie y lanzaron en el mismo lugar donde un día nació todo.

Tras los triunfos de la cubana Yumileidi Cumbá y del estadounidense Adam Nelson, Manuel Martínez consiguió una histórica medalla de bronce que nos hizo estar pegados frente al televisor viviendo la belleza de un momento irrepetible. Y todo fue tan intenso que el atleta leonés no olvidará nunca lo que sintió aquel día: “El lugar, la situación, las sensaciones tan fuertes de estar compitiendo sobre las mismas piedras donde todo había nacido hace miles de años, la enorme cantidad de público llegado de todas partes del mundo viendo el concurso sentados en la hierba y animándonos como nunca habíamos visto… Fue tan emocionante que entré llorando al estadio”.

En medio del ruido y de las prisas, deberíamos de regresar mucho más a menudo a la sencillez del concepto de deporte de los antiguos griegos. La belleza de aquellos lanzamientos en el viejo estadio de Olimpia siempre será uno de los mejores ejemplos y, a su alrededor, aquella tarde de verano muchos de nosotros aprendimos que, cuando ya no podamos correr, siempre podremos seguir soñando con lanzar lo más lejos posible.

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