¿A quién van a saludar ahora?

La ceremonia de apertura más lóbrega de la historia de los Juegos Olímpicos será el colofón de dos años en los que, al otro lado, no había nadie.

Una imagen de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Foto: EFE.
Una imagen de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Foto: EFE.

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Cuando veíamos en 2020 las primeras competiciones deportivas en estadios vacíos había algo disonante. Los planos cortos a los atletas centraban nuestra vista en el tartán y la musculatura en acción, el balón, la raqueta. En las vallas, en el martillo girando como un satélite fuera de control. Pero abrían plano y eran el plástico, paneles y cemento los que completaban la vestimenta de la competición. En estadios de diferentes ligas colocaron aplausos de fondo. En otros, megafonías de tómbola y, en Pasapalabra, Roberto Leal tenía detrás gente con caretas sonrientes. Madre mía.

La ceremonia de apertura de los Juegos de la XXXII Olimpiada será el ejemplo máximo de dos años en los que, al otro lado, no había nadie. El elenco de participantes saludará a las cámaras. Las coreografías serán un ensayo final de laboratorio. Con mascarilla serán como guiñoles anónimos de una distopía chunga. Saludarán a cámaras porque en las otrora abarrotadas gradas, donde las cartulinas de colores, los familiares, los jeques y el público local, no-habrá-nadie.

Aprenderán a disimular. Vaya que sí. Warholm o Bol harán el Superman y llegarán a meta rodeados de mascotas oficiales, jueces COVID y periodistas de la zona mixta. Y ya. Ni un entrenador dando una bandera ni un hermano emocionado, vaso de plástico en mano. Recuerdo la vuelta de honor que dio la nueva plusmarquista mundial de 5k en Valencia. De noche. Ante unas pistas del Turia con dos docenas de personas tras una valla. ¿Y en el hermosísimo y vacío estadio olímpico? Paredes y vacío. Eso va a dar terror. Luego dirán que si nos damos a la bebida. Me contáis en Twitter mañana.

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