¿Cómo puede un sistema de comunicación a pie ser la circulación sanguínea de un imperio entero? Durante los siglos que las llamadas cuatro regiones dominaron el territorio oeste de Sudamérica, los chasqui fueron la élite corredora a la que se confió un demencial pero muy efectivo sistema de relevos. Al contrario que otros guerreros o mensajeros como los griegos clásicos, especializados en recorrer largas y extenuantes distancias, los correos del inca centelleaban por barrancas infinitas, valles desérticos y, por encima de todo, por tremendas cumbres nevadas de cinco mil metros.
Corre el siglo XIII y los quechuas, pueblo que hoy asociamos al deporte por la visión comercial de una famosa gran superficie comercial, logran consolidar un Estado tomando como centro la ciudad del Cusco. Tras décadas de guerras, los dominicos incas se expandieron hasta límites verdaderamente extensos. La siguiente dinastía de incas logra el máximo alcance, el Tahuantinsuyo (1438-1533), que comprendía un vasto territorio que cubre lo que a día de hoy sería Perú, Ecuador, occidente de Bolivia, norte de Chile, extremo sur-occidental de Colombia y el noroeste de Argentina. Apenas hay un palmo llano en todo este terreno de cinco mil kilómetros de largo, que hoy se tarda seis días de coche en recorrer esa extensión por la ruta Panamericana. Valles transversales, selva amazónica, desiertos al sur o collados andinos que quitan el hipo fueron el territorio habitual de desplazamiento. Los transportes incaicos se articulan a través de una red de caminos que hoy resuenan míticos en las agencias de viaje y, como hemos visto antes, en marcas de deporte a las que se han asociado sus nombres. Esta descomunal Red vial del Tahuantinsuyo, también conocida como el Camino del Inca, era una enormidad que algunos estudios estiman hasta en 60 000 kilómetros. Su eje capitalino principal era un bicho de unos 5200 kilómetros de longitud con inicio en la Quito actual, paso por Cusco y final en la argentina Tucumán. Y por los que había que transportar alimentos y noticias en un sistema político que estaba altamente centralizado en lo que ocurriera en la ciudad imperial incaica. Sobre el emperador solo vigilaba el cóndor.
Los incas inventaron un sistema de postas que era lo mejor que se pudiera pensar o imaginar... Las noticias no podrían haber sido transmitidas a través de una mayor velocidad que con los caballos más veloces.
Era tan buena esta red de caminos que, lo mismo que el Qapaq Ñan (en idioma quechua) sirvió para comunicarse y dar cohesión al Imperio, lo hizo para que los conquistadores españoles pudieran avanzar hasta el más lejano de los rincones. Fatalidades que conlleva la ingeniería bien hecha y su utilidad. Ni mulas ni carruajes eran tan eficientes como el desplazamiento a pie por esa red de caminos. El hecho de estar bajo el yugo de un emperador conllevaba ciertas urgencias excepcionales. Con lo que la transmisión de noticias y transportes fueron encomendados al modo más rápido posible de desplazamiento:correr monte arriba y abajo. Y de esto se encargaban los chasquis, un grupo de élite que se entrenaba sobre todo en ganar tiempo al tiempo. Las crónicas que dejaron los primeros españoles que tuvieron contacto con los chasquis hablaban de la eficiencia y velocidad del sistema. Los correos transportaban bultos ligeros y noticias en relevos cortos por la red de caminos. La velocidad estimada hablaba de dos mil kilómetros en siete días. Incluyendo la parada para entregar el relevo físicamente pero también los mensajes a transmitir, es una buena medida de más de 13km/h por valles y barrancas, relevos cubriendo doscientos kilómetros diarios en tramos aproximadamente de quince kilómetros por relevo.
En su crónica del virreinato (1533), Pedro Cieza describía con asombro "Los incas inventaron un sistema de postas que era lo mejor se pudiera pensar o imaginar... las noticias no podrían haber sido transmitidas a través de una mayor velocidad que con los caballos más veloces". En realidad la agilidad de este sistema permitía transportar pescado fresco desde la costa hasta la corte inca. Felipe Guamán (1615) escribió al rey Felipe III en su extensa Primera Nueva Crónica y Buen Gobierno que se decía que "un caracol de Colombia llegaba vivo al plato del emperador inca". Los chasquis trasladaban mensajes clave fundamentales en las campañas militares en curso, saliendo disparados entre cada tambo (posadas construidas por el estado incaico que servían de paradas de posta, donde los correos paraban en los relevos y se aprovisionaban). Y muchas horas corriendo a más de dos y tres mil metros de altitud (Cusco está a 3400 metros sobre el nivel del mar).
Es indudable que el tirón de los correos incas entre la sociedad deportiva peruana sigue vigente. Conmemora tanto un esfuerzo ingenieril como la pureza de las fuerzas del ser humano. Una combinación que fascinó a los invasores europeos que les derrotaron.
Este privilegiado grupo de jóvenes -hijos varones seleccionados entre familias de confianza- se sometía a un entrenamiento en alta montaña. Así fortalecían de tal manera las piernas y la anatomía de sus pies que podían zigzaguear por los perfectos embaldosados e incluso escalinatas que trepaban por las laderas andinas. Salvo un pequeño hecho cultural diferencial de más de 6000 años de antigüedad y que hoy se mantiene: los chasquis masticaban hojas de coca para mitigar la sed, el hambre y la fatiga. Hay que aclarar que, tras ser una planta de consumo popular durante siglos, el imperio Inca limitó la hoja de coca a la nobleza. En realidad a la nobleza y, en efecto, también a los muy necesarios corredores chasqui. La posición de estos mensajeros y corredores de montaña dentro de la sociedad incaica era como una élite: el chasqui era también el que transmitiría en última instancia el saber ancestral inca frente a los conquistadores españoles. Y como tales eran entrenados desde niños; debían conocer todos los caminos de la cordillera de los Andes, atajos y hasta debían defenderse nadando, de día y de noche.
Para recorrer cada una de las etapas entre tambo y tambo, estos chasquis utilizaban las llamadas ‘ojotas’, unas sencillas sandalias, muy similares a las huaraches de los indígenas tarahumaras, pero elaboradas de cuero de animales. Lo cierto es que la existencia de mensajeros corredores no era nada fuera de lo común en el supercontinente americano. El imperio azteca tenía sus veloces correos paynani, que transmitieron la llegada de Hernán Cortés al legendario Moctezuma desde cientos de kilómetros de distancia, o los mensajeros nativos de las Seis Naciones iroquesas de los grandes lagos del sur de la hoy Canadá. Es una porción de Historia americana común que vive consustancial al ser humano y se mantiene congelado en el tiempo hasta que el calor moderno lo resucita.
En 1974, Luis Arias Vera, agitador cultural peruano, pensó que sería buena idea que el Instituto de Arte Contemporáneo de Perú incluyera las carreras de correos tradicionales como rescate de una identidad incaica. Los setenta fueron años de dictadura militar; sin embargo entendieron válido tender puentes entre la cultura tradicional y los espacios artísticos contemporáneos. Las carreras de chasquis conectaban con relevos corredores más de doscientas cincuenta poblaciones rurales del norte y el sur de Perú a través del paisaje más dramático conocido. Un octubre de ese 1974 tres mujeres iniciaban desde Yanaoca, bajo la mirada imaginaria del espíritu del héroe Tupac Amaru, una carrera por relevos que uniría 4200 participantes. Homenajeando al sistema de correos incaico, los equipos ascenderían hasta los cuatro mil setecientos metros del ciclópeo collado Abra de Yanashalla, puerta de entrada a los Nevados de la Cordillera Blanca, y correrían a quince grados bajo cero y por encima de las tórridas sendas del desierto costero. Dos mil ochocientos kilómetros que se recorrieron en treinta y seis días de fiesta histórica.
Las crónicas que dejaron los primeros españoles que tuvieron contacto con los chasquis hablaban de la eficiencia y velocidad del sistema. Los correos transportaban bultos ligeros y noticias en relevos cortos por la red de caminos.
Cusco, Abancay, Ayacucho o Huancayo marcaron las etapas sobre las que se reinterpretó la mística chasqui con aires de revolución identitaria. Los agitados años setenta de América Latina encontraron en cada una de las llegadas de las carreras chasquis el triunfo del pueblo. Localidades abarrotadas, flores y bailes populares exaltaban algo parecido a que, por fin, la era moderna devolvía al indígena andino lo que la explotación del imperialismo colonial europeo le quitó. Ya hemos mencionado que los chasquis de 1530 ya vivían otro imperialismo sangrante pero la narrativa revolucionaria es como es. Hoy día las denominaciones varían desde The Chasqui Challenge, ultra trail que circunda las cumbres de Huaran, hasta cualquier forma mimética en la que aplicar el icono de los correos. Se celebraron carreras para conmemorar el Bicentenario en 2021 de la nación peruana; hay carreras chasquis en Barranca, en San Antonio, en Huariquiña, en Asia, en recuerdo de la firma de la paz entre Ecuador y Perú y hasta por Halloween. Es indudable que el tirón de los correos incas entre la sociedad deportiva peruana sigue vigente. Conmemora tanto un esfuerzo ingenieril como la pureza de las fuerzas del ser humano. Una combinación que fascinó a los invasores europeos que les derrotaron. Ese fue el mensaje inmediato de las crónicas que fueron enviadas a la corte española. Aunque la Historia siguió su curso. El cóndor siguió vigilando.