Haro, Delibes y la leyenda de un corredor de fondo en los campos de Castilla

Más allá del mero rendimiento deportivo, el magnetismo de Mariano Haro hizo que se convirtiera en una figura fundamental para entender la historia de la sociedad y el deporte español durante aquellas décadas de los sesenta y setenta.

Mariano Haro en una prueba de campo a través en los años 70
Mariano Haro en una prueba de campo a través en los años 70

“Los hombres se hacen. Las montañas están hechas ya”.

El camino, Miguel Delibes.

Hubo una época en la que todos los niños soñaban con ser Mariano Haro.

Una época en la que los largos inviernos estaban hechos de barro y campo a través, igual que las viejas ediciones del Cross de las Naciones. Una época en la que los veranos se llenaban de los sueños que traían consigo las primeras imágenes en directo que llegaban por televisión de unos Juegos Olímpicos que todavía parecían demasiado lejanos como los de México 1968 o Múnich 1972, a medio camino entre el color y el blanco negro. Una época en la que la vida de la España de los últimos años del franquismo quería comenzar a despertar y donde el atletismo aún tenía forma de fiestas patronales, korrikalaris, desafíos en plazas de toros y carreras ‘de pollos’. Y, en definitiva, una época de pioneros y grandes cambios donde Mariano Haro, transformado en el primer gran ídolo global del atletismo español capaz de llenar estadios y portadas de periódicos, se convirtió en el nexo perfecto entre aquel deporte más festivo y tradicional y el atletismo de élite de una gran final olímpica, hasta el punto de llegar a ser el primer atleta español capaz de desafiar a los mejores corredores del mundo y quedarse a las puertas de una medalla en unos Juegos Olímpicos y un título de campeón mundial de cross.

Igual que si fuera un personaje extraído de una novela de Miguel Delibes, es imposible entender la figura de Mariano Haro sin todos los campos y las tierras pinares que dibujan las nostalgias de Castilla, tan anchas como un páramo interminable.

Nacido en 1940 en el Valladolid de posguerra, antes de cumplir un año su familia se trasladó al pueblo palentino de Becerril de Campos para vivir en la casa familiar. Albañil de profesión, su padre había sido un antiguo campeón de Castilla que llegó a participar en la primera Vuelta a Madrid que se disputó en 1930, pero que pronto tuvo que dejar de correr ante las obligaciones de la vida. Heredero de aquellos genes, inquieto e incapaz de estar parado, aquel niño fue creciendo libre por los campos que rodeaban el pueblo y desde muy pequeño se acostumbró a escaparse de las rutinas del colegio para pasar el día corriendo con su perro detrás de las perdices y los conejos que cazaba únicamente siendo más rápido y listo que ellos. De vuelta a casa, el botín conseguido a la carrera ayudaba en la alimentación de una familia que no paraba de crecer, e incluso comenzó a curtirse en la filosofía del trueque que después siempre le acompañaría durante su etapa de atleta.

Años después, cuando Haro comenzó a tomarse en serio sus entrenamientos a través de aquellas mismas tierras en las que se había criado, cada día se sorprendería a sí mismo al comprobar las enormes distancias que había sido capaz de correr desde niño, con hasta 30 kilómetros diarios, en una forma de entrenamiento natural e inconsciente que hoy en día recuerda mucho a las historias de los mejores corredores africanos.

Un joven Mariano Haro durante una prueba repleta de público
Un joven Mariano Haro durante una prueba repleta de público.

A medida que fue creciendo, gracias a aquella afición por correr se convirtió en una especie de recadero del pueblo, continuamente de aquí para allá en busca de una moneda. Comenzó a trabajar desde muy joven, siempre vinculado al ciclo de la naturaleza que marca la vida rural de Castilla. Ya fuera en el campo durante el verano, en las vendimias del otoño, e incluso en invierno en la azucarera de Monzón de Campos, situada a una distancia de 14 kilómetros de Becerril que cada día realizaba corriendo para ir y volver, y donde a base de cargar carretillas durante toda la jornada modeló una musculatura que luego le caracterizaría como atleta.

Sin duda, el reflejo de una tierra y una época que terminó definiendo los que luego serían los rasgos del Haro corredor, tan duro, sacrificado y acostumbrado a ganarse la vida por sí mismo como el recio carácter de los habitantes de Castilla, curtidos por el invierno de la meseta que endurece las piernas y el frío y la desnudez que tallan la mente para superar el sufrimiento.

Sin haber llegado a cumplir los 19 años, todo cambió en marzo de 1959. A través de su padre, Haro fue seleccionado junto a otros amigos del pueblo para disputar en Palencia un cross del Frente de Juventudes. Y lo que iba a ser solo una aventura a cambio de viaje y comida gratis se convirtió en el primer triunfo de aquel joven corredor que hasta ese momento ni siquiera se había planteado nunca participar en una carrera: “Cuando me quise dar cuenta iba el primero y seguí corriendo. Ya no me detuve nunca más”. En busca de los mejores corredores de la provincia, aquel triunfo llamó la atención de todos los especialistas y desde ese momento Gerardo Cisneros se convirtió en el entrenador que le acompañaría durante toda su vida. Días después llegó otro triunfo en un test de 1.500 metros en la vieja pista de ceniza de Palencia. Después otro en 3.000 metros. Y tan rápido como sus zancadas solitarias alrededor del pueblo o los entrenamientos junto al Canal de Castilla, en el monte El Viejo o en una era en Villamuriel, desde el primer momento quedaron definidos todos los elementos del universo Haro que luego serían una constante durante su larga trayectoria, como la continua acumulación de una victoria tras otra, su carácter aguerrido e inconformista, la inteligencia con la que ve la vida un chico que se ha criado en el campo y que él siempre supo llevar a la pista, los colores del club Educación y Descanso de Palencia, la sombra del propio Cisneros, la compañía del grupo de corredores que comenzó a aflorar a su alrededor con nombres como Santiago de la Parte o Cándido Alario, y el trabajo de conserje que desempeñaba en Palencia y le permitió tener un poco más de descanso que con sus primeros trabajos. Tan sólo tres años después de su primera carrera, en 1962 Mariano Haro se convirtió en campeón de España absoluto en el hipódromo Buenavista de Santander. 

Mariano Haro, transformado en el primer gran ídolo global del atletismo español capaz de llenar estadios y portadas de periódicos, se convirtió en el nexo perfecto entre el deporte más festivo y tradicional y el atletismo de élite de una gran final olímpica.

Durante ese mismo verano logró en La Coruña sus primeros títulos nacionales en pista, en cinco y diez mil metros. Y en octubre ganó una medalla de plata y otra de bronce en los históricos II Juegos Iberoamericanos que se celebraron en el madrileño Estadio Vallehermoso. Había comenzado la leyenda del León de Becerril, como le bautizó el periodista Yaye del Diario Palentino.

Por detrás, el recuerdo de los viejos rivales a los que rápidamente superó: Antonio Amorós, Tomás Barris, José Molins, Carlos Pérez, Francisco Aritmendi o Fernando Aguilar. En el medio, los rivales y amigos a través de los que marcó una época dentro de la historia del atletismo español, como Javier Álvarez Salgado, Santiago de la Parte o su especial relación con Carmen Valero, llamados a ser los rostros del nuevo atletismo español que corría por todo el mundo sin complejos, especialmente en el campo a través, donde se sentían tan cómodos. Y por delante, todos los entrenamientos que le convirtieron en una máquina de batir récords y ganar a lo largo de todo el territorio español, siempre con el sacrificio intenso por bandera. Así se desprende de las programaciones que Cisneros le mandaba cada semana a su soledad de Becerril y que el periodista Alberto Calleja recoge en su maravilloso libro Mariano Haro, el pionero (Diputación de Palencia, 2016), como el inicio de temporada programado para finales de noviembre y principios de diciembre de 1964: “Semana del 22 al 29 correr a ritmo lento de 15 a 20 kilómetros por monte, intercalando ejercicios físicos. Descanso el día 30 y del 1 al 6 de diciembre correr, por carretera, a ritmo lento (3:20-3:30 km) intercalando en los primeros kilómetros ejercicios físicos. Después de correr 10 kilómetros, tres progresiones de 1.000 metros a ritmo de 3 minutos, recuperando otro kilómetro”.

Una imagen de Mariano Haro imponiéndose en el campeonato de España de cross 1975 en Pineda (Sevilla)
Una imagen de Mariano Haro imponiéndose en el campeonato de España de cross 1975 en Pineda (Sevilla)

Incluso más allá del mero rendimiento deportivo, el magnetismo de este corredor hizo que se convirtiera en una figura fundamental para entender la historia de la sociedad y el deporte español durante aquellas décadas de los sesenta y setenta.

Por una parte, debido a que desde el primer momento se convirtió en uno de los primeros ídolos deportivos nacionales. Sin duda, gracias a su aguerrido carácter que le hacía participar en cada carrera o encuentro internacional dándolo todo desde el primer momento, lo que hizo que la afición se enamorara de su valiente forma de correr. Hasta el punto de que no había competición en la que su presencia no llenara de público cada estadio o circuito, al mismo tiempo que la televisión de la época, el NO-DO, las portadas de los periódicos y los anuncios de las principales firmas comerciales convirtieron a Haro en una marca global que pronto trascendió al propio atletismo, tan necesitados de un gran campeón.

Por otra parte, al mismo tiempo que desde la naciente factoría de Oregón un rebelde como Steve Prefontaine empezaba a luchar por el profesionalismo de los estadounidenses para acabar con un amateurismo que hasta ese momento obligaba a los atletas a no poder ganar dinero para poder participar en los Juegos Olímpicos y el resto de grandes competiciones, Mariano Haro se convirtió en el atleta que iba a marcar el camino del atletismo español hacia el profesionalismo. Primero, gracias a la pillería española que siempre representó y que dejó magníficas historias, como el bazar improvisado que organizó junto al resto de fondistas en la Villa Olímpica de México 1968 para vender mantillas, gemelos y todo tipo de productos que habían llevado en sus maletas para volver con un dinero extra en una época en la que los deportistas solo tenían derecho a desplazamiento, alojamiento, comida y una pequeñísima dieta. O el mismo modelo de intercambios, trueques y ventas que organizaba en cada gira o concentración por el norte de Europa. O el mismo sistema que replicó en la Villa Olímpica de Múnich 1972 comprando cámaras de fotos y caviar a los rusos para luego revenderlos en España. O los tenderetes que montaba después de cada cross para vender o intercambiar el premio que recibía por su victoria y que en aquellos momentos siempre consistía en productos como una lavadora, un reloj o cualquier cosa que hubiesen donado los patrocinadores del evento. O sus inolvidables veranos en coche recorriendo Aragón de fiesta en fiesta para correr todas las ‘carreras de pollos’ posibles y donde, además del premio en forma de animales, los corredores podían ganar algunas pesetas. Hasta llegar al hecho de que, gracias a su posición de ídolo nacional, poco a poco pudo empezar a pactar con los organizadores de las carreras los pagos de algún fijo de salida y, sobre todo, servir de ejemplo al resto de corredores y federaciones para abrir el camino a la profesionalización, pese a que él terminara retirándose sin ver un duro de lo que hubiese ganado en otras épocas futuras. ¿Dónde fueron a parar todos aquellos sueños forjados a la carrera por los mismos caminos de Tierra de Campos en los que desde niño perseguía a las perdices?

Más allá de todas sus victorias, récords y momentos inolvidables como su récord de la hora todavía vigente o su asalto al récord mundial en una plaza de toros, sin duda la primera parada nos lleva a sus cuatro subcampeonatos mundiales de cross. Primero, en la última edición de su querido Cross de las Naciones, que se disputó en el parque Coldhams’s de Cambridge en 1972 y donde fue segundo (ya había sido tercero en 1963) tras el legendario corredor belga Gaston Roelants, campeón olímpico en Tokio 1964 y una mezcla entre ídolo y rival más duro que tuvo nunca el corredor palentino, lo que hizo que aquel subcampeonato lo sintiera casi como una victoria. Después, en la primera edición del actual Campeonato del Mundo de cross que se disputó en el hipódromo belga de Waregem en 1973 y donde, tras recuperarse de una caída ocasionada por unos manifestantes que invadieron el circuito para protestar por la división de Irlanda en dos países, terminó a menos de un segundo del finlandés Pekka Päivärintä, la ocasión que más cerca estuvo del deseado triunfo. Y por último con dos nuevos subcampeonatos en las siguientes ediciones del Mundial que se disputaron en el hipódromo de Mirabello de la localidad italiana de Monza en 1974 y en el hipódromo de Souissi de Rabat en 1975, donde fue superado por el belga Eric de Beck y el escocés Ian Stewart respectivamente, por delante del resto de grandes corredores mundiales, pero siempre a un paso de la gloria con la que había soñado en su competición preferida desde que fuera tercero en categoría junior en 1961 (entonces podían correr atletas hasta los 21 años).

“¡Es increíble, esto no hay quien lo aguante! Se necesita tener mala suerte. ¿Por qué no voy a poder ganar el Cross de las Naciones? ¿Es que alguien lo prohíbe?”, contestó malhumorado a la prensa tras el cuarto subcampeonato seguido, pese a que con los años aquella gesta irrepetible terminó valorándose en su debida dimensión, tal y como declararía el propio Haro décadas después: “Creo que tiene más valor haber sido cuatro veces segundo en el Campeonato del Mundo de cross, como yo, que haber vencido una sola vez. Yo siempre estaba ahí”.

Junto a aquel paso del Cross de las Naciones al Campeonato del Mundo, si hay un momento que define la trayectoria de Haro es la final olímpica de 10.000 metros de Múnich 1972, una de las mejores de toda la historia.

Después de no haber sido seleccionado para viajar a Tokio 1964 y de haber acusado su debut en la altura de México 1968, a sus 32 años Haro llegó a Múnich en el mejor momento de su carrera deportiva, tras una preparación perfecta y un verano lleno de grandes marcas y récords. “Todo buen crossman en un buen corredor de diez mil metros”, repetía el corredor palentino como mantra.

En la segunda eliminatoria, Haro se clasificó por detrás del tunecino Mohammed Gammoudi con un nuevo récord de España (27:55.89). Y la final comenzó con el británico David Bedford poniendo un paso infernal desde el inicio, a ritmo de récord del mundo, con el palentino siempre muy atento en cabeza, siguiendo la estela que dejaba la melena del corredor británico y sabedor de que, con un final menos explosivo que sus rivales, todas sus opciones pasaban porque fuera una carrera durísima y pocos pudieran aguantar.

Antes del ecuador de la prueba, el finlandés Lasse Viren y el propio Gammoudi cayeron al suelo y, aunque el finlandés se recuperó y volvió enseguida al grupo de cabeza, el tunecino acabó retirado. A partir de los 6.000 metros, Viren tomo el relevo de Bedford para mantener el ritmo de récord mundial y en cabeza solo se quedaron cinco corredores para disputarse las medallas: Viren, Haro, el belga Emiel Puttemans, el etíope Miruts Yifter y el estadounidense Frank Shorter, quien días después se convertiría en la chispa del boom del maratón popular en Estados Unidos con su triunfo en la mítica distancia. Hasta que a falta de poco más de dos vueltas, incluso un poco antes de lo previsto, Haro inmortalizó la fotografía por la que siempre le recordaremos, poniéndose en primera posición y atacando con todas sus fuerzas en busca de una medalla. En la grada, los entrenadores Cisneros, José Luis Torres y José Manuel Ballesteros contenían el aliento. El resto de la delegación española y los cinco aficionados de la sociedad Ego-Toki, organizadora del cross de Elgoibar, que habían viajado a Múnich para presenciar los Juegos en directo y homenajear a Abebe Bikila, llenaron el estadio con sus gritos de júbilo. Y en España la gente se pegaba a la televisión soñando con una medalla de oro que parecía encontrarse a poco más de 600 metros. Pero el ataque de Haro, aunque eliminó a Shorter y dejó las tres medallas en manos de cuatro corredores, no terminó siendo definitivo, y en la última vuelta, como tanto había temido, vio como le adelantaban Viren, Puttermans y Yifter, hasta llegar a la meta en cuarta posición. Aquella carrera había sido la mejor de siempre y terminó con un nuevo récord del mundo de Viren (27:38.5) y con los cinco primeros situados entre los siete corredores más rápidos de la historia. La marca de Haro (27:48.14) fue un nuevo récord de España que no sería superado hasta 11 años después, récord del mundo de mayores de 30 años, y le sirvió parara terminar la temporada en la sexta posición del ranking mundial de todos los tiempos.

Haro, tras el finlandés Lasse Viren, en la prueba de 10.000 metros de los Juegos de Munich 72
Haro, tras el finlandés Lasse Viren, en la prueba de 10.000 metros de los Juegos de Munich 72

Días después, Haro vivió el famoso ataque terrorista de Septiembre Negro en la misma Villa Olímpica, y sus fotografías de los terroristas, tomadas con una de las cámaras que había comprado a los rusos para luego revenderlas, se distribuyeron en España por la agencia EFE. A su regreso fue recibido como un héroe con un homenaje deportivo en Palencia que quedó grabado para siempre en la memoria de varias generaciones. Y luego llegaría otro gran sexto puesto en Montreal 1976, de nuevo tan cerca de las medallas olímpicas, y la ilusión de haber podido llegar a Moscú 1980 que quedó interrumpida por su retirada en 1979. Pero la leyenda de Mariano Haro ya estaba escrita, y con ella el inicio del camino triunfal del atletismo español a nivel mundial que luego rematarían atletas como Jordi Llopart, Josep Marín, José Manuel Abascal, José Luis González o María Vasco y que desembocó en los oros olímpicos de Dani Plaza, Fermín Cacho y Ruth Beitia, auténticos sucesores de los sueños de Haro.

Al final de todo el camino, nadie mejor que el escritor Francisco Umbral para definir al corredor palentino, tal y como escribió en El País a su regreso de los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 en los que se quedó una vez más tan cerca de la gloria: “Mariano Haro vuelve ahora a la soledad del corredor de fondo, que para él es una soledad palentina y postolímpica”. Reflejo de la España que comenzaba a asomarse al mundo durante los sesenta y setenta después de tantos años de dictadura, suele asociarse la imagen de Haro al gran corredor al que solo le faltó un último paso para subir a lo más alto del olimpo mundial. Pero, en realidad, ¿qué es la derrota? ¿qué es la victoria?

“Huyo del ruido, del tráfico y del ajetreo de las grandes ciudades, y por eso siempre he seguido viviendo en mi pueblo de Becerril de Campos —respondía el propio Haro en una entrevista de la televisión de la época—. Me gusta la soledad del corredor de fondo y, de hecho, disfruto la naturaleza, pero estando solo, escuchando los ruidos del campo y de los pájaros”.

“Lo importante es no pensar —explica Haro convertido ya en un mito en los viejos archivos de Radio Televisión Española—. Lo importante es no pensar y seguir corriendo. Correr. Que pasen los kilómetros y que sigas pensando que todavía no has hecho nada”.

Casi medio siglo después de Múnich, sigue siendo emocionante huir del ruido actual y volver tras los pasos de Haro por los mismos caminos de Tierra de Campos donde corrió desde niño detrás de las perdices y que luego convirtió en el lugar de entrenamiento de uno de los mejores fondistas de la historia del atletismo español. Recordar el sonido de la respiración que acompañaba a sus zancadas. Imaginarle de nuevo pintando sobre el campo un círculo de 100 metros de diámetro para poder entrenar como si estuviera corriendo en una plaza de toros y convertir todo aquello en un estadio olímpico. Volver a escuchar los gritos de “¡Haro! ¡Haro! ¡Haro!” que han quedado grabados para siempre en el hipódromo de Lasarte y las campas que rodean al pueblo de Elgoibar y al resto de las cunas del cross en el País Vasco. O volver a verle en un viejo vídeo que permanece prácticamente oculto en las profundidades de Internet, en cabeza durante la final olímpica de 10.000 metros como si no hubiera mañana y en la vida todo fuera correr hacia delante sin mirar atrás. “Lo importante es no pensar —explica Haro, convertido ya en un mito, en los viejos archivos de Radio Televisión Española—. Lo importante es no pensar y seguir corriendo. Correr. Que pasen los kilómetros y que sigas pensando que todavía no has hecho nada”.

En definitiva, un viaje desde la vieja España repleta de relatos de perdedores y soñadores a un futuro prometedor y sin complejos donde correr cara a cara con los mejores fondistas del mundo, pero con la seguridad de ser fiel siempre a tus raíces, a tu manera de ver la vida y al paisaje castellano donde siempre has sido feliz. ¿Acaso puede haber una victoria mayor?

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