Jamás había pisado Jaén. Para mí, esas cuatro letras eran una simple evocación a los poemas que Miguel Hernández escribió en plena Guerra Civil, cuando la libertad necesitaba brazos, piernas y corazones que se entregaran a su causa. Tiempos en los que el fuego no era más que un sinónimo del dolor que asoló esta tierra, como tantas otras, durante décadas. Pero ahora, bien entrado el siglo XXI, Jaén y el fuego tienen una relación mucho más amable y deportiva.
Desde hace casi 40 años la noche de San Antón, la del 16 de enero (originariamente, ahora el evento se celebra el sábado más cercano en el calendario), es en esta provincia bañada de olivos sinónimo de carrera pedestre. Distintas han sido las distancias, distintos también los ganadores. Por supuesto, distintos han sido los nombres, los patrocinadores y los participantes, pero desde aquella noche fría e invernal de 1984 Jaén sale a las calles para celebrar una nueva vuelta al calendario, siempre con las antorchas en las manos y el fuego como combustible para deportistas y aficionados.
Una carrera en la que todo el que participa se siente afortunado y que desde 2020 cuenta con un trazado homologado de 10 kilómetros, pues hasta esa edición las distancias siempre habían sido menores aunque siempre cercanas a esa distancia que hoy por hoy dominan el calendario atlético mundial. Aun así, la esencia de la prueba no se perdió, pues la salida y la llegada, siempre en la Avenida de Andalucía, siguen siendo el inicio y el fin de un transitar iconográfico a lo largo y ancho de las calles de Jaén. Sus subidas y bajadas, su catedral, sus giros, sus antorchas y hogueras. No es un recorrido benévolo, pero es un auténtico canto a la esencia de nuestro deporte, que no consiste más que en avanzar de un punto a otro de la forma más rápida posible. Y todo ello acompañado por los aplausos y los gritos de toda una ciudad que sale a la calle para disfrutar de su tradición.

El palmarés de la prueba es un repaso a la historia del atletismo de fondo a nivel mundial y nacional. José Luis González, Rosa Mota, Ondoro Osoro, Derartu Tulu, Moses Tanui, Isaac Viciosa, Carla Sacramento, Rui Silva, Zersenay Tadese, Francine Niyonsaba o los últimos ganadores, Lemlem Hailu y Hagos Gebrhiwet dan lustre a una prueba que va más allá de su presencia. Porque ellos, los más rápidos, son los que encabezan un pelotón de más de 10 000 corredores populares. Varios miles a los que hay que sumar los 2000 de las carreras infantiles que se realizan antes de que el sol desaparezca y la oscuridad, junto al fuego, sirva de escenario para que los participantes hagan suyas las calles de la ciudad como si no hubiese más amaneceres en el futuro y esa misma noche, al cruzar la meta, la vida tocara a su fin. Y no es para menos, pues las inscripciones de esta carrera duran apenas unas horas y pocos son los afortunados que pueden vivir la experiencia. Es la Carrera Urbana Internacional Noche de San Antón el orgullo de una tierra que sabe de lo importante de un evento que desde 2019 es catalogado por el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo como Fiesta de Interés Turístico Nacional. Ni una sola carrera popular en España tiene esta distinción y por eso la ciudadanía y las instituciones, encabezadas por el Ayuntamiento de Jaén, ponen todo de su parte para que la organización sea cada año impecable.
Desde que el reloj de los jueces echa a andar con el pistoletazo de salida no tendrás un solo segundo en el que una voz, un aplauso o un grito no acompañe tus zancadas.
Por eso desde 2020 y de la mano de los expertos de Pineda Sport y la empresa Evedeport (con Aarón de la Cuadra a la cabeza), la prueba ha dado un salto más en cuanto a la calidad de su estructura y disposición. Mejoras en la entrega de dorsales, más orden en los accesos, división de la salida por cajones, aplicación móvil para seguir los resultados... poco que objetar en cuanto a la dirección técnica de la carrera, que sabe dar al corredor lo que este exige.

Pero si hay algo representativo y que resulta indeleble en la memoria de los que han vivido esta carrera en algún momento, es la entrega del público que abarrota las aceras durante los 10 kilómetros de recorrido. Desde que el reloj de los jueces echa a andar con el pistoletazo de salida no tendrás un solo segundo en el que una voz, un aplauso o un grito no acompañe tus zancadas. Miles de personas se echan a la calle, incluso en días lluviosos como el de este año, para celebrar no solo el paso de los corredores, sino también la conservación de una tradición que desde hace mucho pertenece al acervo cultural de un pueblo, como cualquier otro, único y singular.
Todos con su antorcha en la mano, desprendiendo cenizas que llegan hasta la piel de los corredores para, sin quemarles, hacerles sentir un calor especial que alimenta sus espíritus durante semanas. Porque en eso consiste esta afición, en permitir que momentos fugaces sirvan de combustible para los días en los que el frío es el protagonista de nuestras vidas. Días que hay que pasar sabiendo que el sol, en forma de carreras como la de la Noche de San Antón, siempre volverá a salir. Y entonces el corazón volverá a latir al calor del fuego.
