Vitoria-Gasteiz, años 70. Un chaval que no llega a los catorce sale del colegio a toda prisa para subirse a una furgoneta. Docenas y docenas de huevos en su interior. Su misión, repartirlos. Golpe a golpe, puerta a puerta. No falta dinero en casa, pero el muchacho desea aligerar a sus padres de la carga económica derivada de su gran pasión, el atletismo. Las zapatillas, la ropa… mejor costearlo de su propio bolsillo, su propio sudor. Es un cadete prometedor, el mejor entre los escolares a nivel nacional; en la pista tampoco se defiende mal, clasificó un peldaño más abajo en el Campeonato de España de 5.000 metros. Se llamaba, ya lo saben, Martín Fiz: “Me acaba de venir a la mente aquella carrera. ¿Sabes quién me ganó? ¡Abel Antón!”. Y claro, el plumilla se tiene que reír.
De aquel trabajo adolescente hay algunas anécdotas deliciosas. La que más, sin duda, su sentido de la justicia social, algo que le ha convertido en lo que los anglosajones gustan llamar working class hero. Mejor la cuenta él: “Cuando me tocaba reparto en las zonas más humiles de la ciudad era consciente de que mucha gente no andaba sobrada de dinero. Así que antes de llegar a sus casas rompía un poco los huevos para, de esa forma, no tener que cobrárselos. Luego, al llegar a la tienda, le decía al jefe que se habían descascarillado en la furgoneta… Una mentira piadosa que colaba siempre”.
Ha llovido desde entonces. Cayeron chuzos, medallas, marcas, títulos… Fueron las grandes marcas la que le pagaban por lucir sus modelos, no hacía falta seguir repartiendo huevos, pero… ¿Y si en una metáfora perfecta se dedicase a repartir zapatillas? Entre kilómetros y ocupaciones, Martintxo puso en marcha Running Fiz, la tienda asentada junto al Parque del Prado (no habrá dado vueltas ni nada a ese perímetro de 700 metros) que regenta junto a su mujer, Ana Churruca, y Marc Hurtado, inquieto fondista con el que comparte rodajes y series antes de levantar el cierre. Con esto del confinamiento se le encendió la bombilla: “Una manera de volver a los orígenes, de fidelizar a nuestros clientes y de facilitarles las cosas. Y como no tenemos repartidores pues… yo mismo. Al final cumplimos una doble misión: servicio y sorpresa”.
La gente alucina cuando suena el telefonillo y una voz curtida les invita a bajar al portal para recoger su pedido. Cuando descubren la identidad del repartidor, el entusiasmo invita a lo clásico: “Quieren que me haga fotos con ellos, pero les digo que hay que mantener la distancia social y que, cuando esto acabe, se acerquen a la tienda, que entonces charlaremos, nos abrazaremos, rodaremos y haremos todas las fotos que quieran”.
Solo queda actualizar el Linkedin. Martín Fiz, campeón de Europa, del mundo, Premio Príncipe de Asturias de los Deportes y repartidor.