Cada día, desde el pasado 4 de diciembre, pienso en Letesenbet Gidey. No consigo que su imagen abandone mi cabeza. Tampoco ayuda ver pruebas de atletismo todos los días del año y leer los comentarios -mayoritariamente injustos- sobre las actuaciones de los diferentes atletas. El caso es que el rostro de la etíope, cada cierto tiempo, irrumpe abruptamente en mis pensamientos, como reclamando justicia o quizá pidiéndome que no me quede de brazos cruzados ante lo sucedido en el último Maratón de Valencia Trinidad Alfonso. Y aquí estoy, con las armas del periodista: un teclado, una pantalla y las ganas de compartir una reflexión que considero muy importante.
Gidey llegaba a la Ciudad del Running en medio de una tremenda expectación, algo normal teniendo en cuenta que una alienígena de sus características no deja indiferente a nadie. Sus dos visitas anteriores a Valencia se habían saldado con sendos récords del mundo: el de 5000 metros en 2020 (14:06.62) y el de medio maratón en 2021 (1:02:52). Además, a sus 24 años, se presentaba con otros dos récords universales en la mochila: el de 15K (44:20, Nijmegen 2019) y el de 10.000 metros (29:01.03, Hengelo 2021).
La plusmarca mundial de maratón, en poder de Brigid Kosgei desde que el 13 de octubre de 2019 corriera en 2:14:04 en Chicago, parecía estar en serio peligro. La mayoría, sin temor a equivocarse, manifestaba que para una mujer que había corrido en 1:02 el medio maratón la cita con la distancia de Filípides iba a resultar poco más que un desfile militar por las calles de Valencia. A mí, cuando unos amigos que no entienden mucho de atletismo me pidieron opinión, simplemente les dije que Eliud Kipchoge no batió el récord en su debut en maratón y que más tarde se había convertido en el mayor dominador de la distancia en la historia del atletismo. ¿Por qué tenía que ser diferente con Gidey? También les dije eso de que en nuestro deporte dos más dos no siempre son cuatro y que intentaran contener la euforia cuando leyeran determinados titulares en la prensa, que solo sirven para generar frustraciones si las expectativas no se ponen en contexto.
Obviamente, las palabras del entrenador de Letesenbet, Haile Eyasu -que no descartaba acercarse a las dos horas y diez minutos en el futuro, o incluso bajar de esa legendaria barrera- no sirvieron para disfrutar con calma y serenidad de la carrera.
El desenlace es bien conocido. Amane Beriso, una gran desconocida para el público, se impuso con 2:14:58 y Letesenbet Gidey llegó a meta en segunda posición con 2:16:49. Beriso parecía no creerse la velocidad a la que sus piernas la habían desplazado durante 42.195 metros y en la rueda de prensa se la notaba en una nube, sin saber muy bien qué responder ante semejante situación, en la que de repente acaparaba todo el foco mediático.
Gidey simplemente desapareció. No estaba para nada ni para nadie. Su habitual sonrisa parecía haberse quedado en Endameskel, en la región de Tigray, la zona del norte de Etiopía que la vio nacer. Se la vio caminando con la cabeza mirando al suelo, hundida, rota en mil pedazos, tratando inútilmente de contener las lágrimas, presa de una carga emocional difícil de asimilar para una atleta acostumbrada a los récords y los éxitos.
¿En qué tipo de sociedad vivimos para que sucedan estas cosas? ¿No sería lógico levantar en hombros a Gidey, que acababa de convertirse en la debutante más rápida de la historia del maratón? ¿No es una gesta asombrosa lograr lo que ninguna mujer ha conseguido jamás? ¿Por qué en esta sociedad con discursos polarizados vivimos en la era del todo o nada? No inventemos más derrotas, por favor, y demos un aplauso gigante a Letesenbet Gidey.
Injustos
Una reflexión acerca de la actuación de Letesenbet Gidey en el Maratón de Valencia 2022
