A sus 61 años, el mejor deportista del siglo XX sigue despertando un interés tan grande en los medios como la resistencia que su sobrenatural cuerpo parece ofrecer al paso del tiempo. Historia viva de la mejor época del atletismo, el velocista saltador de plasticidad inconcebible y explusmarquista mundial, el hombre que atesora nueve oros olímpicos (más ocho mundiales) y que marcó topes de 9.86 en 100 m, 19.75 en 200 m, 8,87 metros en longitud y 37.40 segundos en 4x100 m sigue mostrándose locuaz. Y con la sinceridad por bandera, no rehuye ningún tema.
Durante el 26 y 27 de octubre Carl Lewis rindió visita a Madrid en el marco de un evento organizado por la Fundación Sanitas en apoyo al desarrollo de la inclusividad en el deporte, la Noche del Deporte Inclusivo, donde el eterno campeón olímpico ejerció de embajador junto a la nadadora paralímpica Teresa Perales para dar brillo a la iniciativa de celebrar los segundos Juegos Inclusivos en 2024, tras los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París. La gala resultó un éxito, engrasada de la simpatía desbordante de su padrino y madrina. Pero antes, durante toda la primera parte del día, el mito estadounidense departió con varios medios de comunicación, uno tras otro, y entre medias posó diligentemente en una sesión de fotos. El testigo de excepción de todo lo que dijo fue su intérprete para la ocasión.
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¿Una jornada maratoniana para un sprinter?
Sí, obligado por los elementos. Una urgencia médica de un pasajero a bordo de su avión derivó en un retraso monumental en el aeropuerto de Frankfurt. Resultado: aterrizó en Madrid a última de la tarde del 26 de octubre y no a primera de la mañana. Consecuencia: su cita con los medios se reconcentró al día siguiente.
Centro del barrio de Chamberí, 8:45 horas. El intérprete lleva ya quince minutos hecho un flan cuando en el estudio fotográfico Espacio Cenital aparece Frederick Carlton Lewis (Birmingham, Alabama, EEUU, 1961) para conceder su primera entrevista, en concreto a El País Semanal. La impresión es mayúscula. La ficción te diría que el antiguo nonacampeón olímpico y octacampeón mundial acaba de salir de la piscina de Cocoon, la realidad te confirma que 61 años es apenas un suspiro en su existencia inmortal, marcada por la gracilidad de movimientos y músculos, de elongación explosiva y flexibilidad inconcebible, como demuestra en la escenificación de su zancada en la posterior sesión de fotos. El vástago de Eolo sigue midiendo seis pies y dos pulgadas. En los ochenta marcaba 175 libras en la báscula (unos 80 kilos), peso que si ahora acaso sobrepasa, no es precisamente a causa de la grasa. Ni rastro de ella. Su trasero respingón sigue siendo un cúmulo de músculos.
El atletismo se ha vuelto autocomplaciente, se cree que está al nivel del tenis, el baloncesto o el fútbol americano, y no lo está.
El rey Carl no era el más rápido en los tacos de salida, característica que ahora parece trasladar a su prosopia. Habla con una cadencia especial, consciente del interés que despierta; nadie le quita ojo, todo el mundo está con la antena puesta, empezando por las encargadas de Prensa de la Fundación Sanitas. ¿Que por qué ha venido Carl Lewis a promocionar el deporte inclusivo? Pues porque para él la inclusividad es de inicio una cuestión vital, de raíz racial. Es en realidad la lucha de toda su vida, la de su familia y amigos; adquirir lo que es suyo por derecho inalienable. La igualdad de derechos. Su madre Evelyn es su ejemplo; mujer de color y atleta, tuvo trabas para competir. Y el hijo asegura que “el sacrificio de su familia es la clave de sus éxitos”.

La prueba más difícil
Enseguida, el traductor tiene claro que el interés de la exposición de Lewis es motivo para hacer saltar por los aires una máxima de los intérpretes: escuchar, traducir y callar. El Hijo del Viento nunca ha tenido pelos en la lengua y hoy cabe escuchar, traducir y contar. Hay que contar que el salto de longitud es la prueba más difícil del atletismo, lo prueban los escasos dominadores que ha tenido a lo largo de la historia y su actual estancamiento.
“Yo salté 71 veces más de 28 pies [8,53 m] antes de saltar 8,87 metros. ¿Cómo ahora va a acercarse alguien a los 8,90 m si apenas ha saltado una vez en su vida 8,50?”. A la parquedad de grandes marcas, el fenómeno de Alabama añade que los largos espacios de tiempo transcurridos hasta que se baten los récords de salto de longitud son otra prueba de su endiablada dificultad. “Del récord de Jesse Owens al de Ralph Boston pasaron 25 años. De Beamon a Powell pasan 23 y el récord de Powell dura ya 31”.

Una imagen equívoca
La perfección de su zancada y técnica de carrera, ese deleite visual que te convertía en un yonki catódico, fue producto del trabajo pleno. “Sentía facilidad, porque cuando cumples el trabajo al 100%, la técnica te sale fácilmente”, acierta a decir, al intentar describir la sensación que experimentaba al correr.
La imagen que nos llegaba de Carl Lewis en los 80 incluía cierta vitola de prepotencia, habida cuenta de que daba la impresión de no emplearse a fondo, sobre todo en el salto de longitud. En su época, Lewis no terminó de tener a los medios de comunicación a su favor. En su opinión, en EEUU todos los deportistas que han jalonado con hitos la historia de sus disciplinas han sido presentados siempre “como imbéciles” (assholes) y no se les aceptó bien. “Pasó con Jesse Owens, con Bill Russell, con Billie Jean King, con John Carlos y Tommie Smith, y conmigo”, asegura. Y subraya la dificultad de preparar hasta cuatro pruebas, enfrentarse a los rivales de su tiempo “y también a las federaciones”. Su relación con las marcas tampoco fue la idónea, pues terminaron por abandonarle. Y repudia el hecho de que desde hace años estas dominen a los atletas.
Decepcionado con el atletismo actual
Lewis tiene a gala haber luchado en pos de un atletismo profesionalizado en el que los atletas pudieran ser dueños de su calendario y percibir unos emolumentos dignos, el precio de machacar su cuerpo y jugarse la salud para posterior disfrute del público.
“Pero el atletismo se ha vuelto autocomplaciente, se cree que está al nivel del tenis, el baloncesto o el fútbol americano, y no lo está”, señala, antes de zanjar que “está estancado”. En dos ocasiones compara el declive del atletismo con el de la cadena de grandes almacenes Sears, en bancarrota desde 2018. “El catálogo era la clave de Sears, pero no supieron adaptarse a la era de Internet. El atletismo tampoco”, dice. “El atletismo ya no lucha más por su espacio, a diferencia del deporte paralímpico y el inclusivo. A estos no les oirán decir que quieren una piscina más pequeña y el agua con sal para flotar mejor”, explica al Diario As, mirando respetuosamente a la nadadora paralímpica Teresa Perales. “Ellos sí luchan por su espacio y su derecho a estar ahí, y así debe ser”, remata.
El atletismo se ha vuelto autocomplaciente, se cree que está al nivel del tenis, el baloncesto o el fútbol americano, y no lo está
Tampoco cree que el fenómeno de Usain Bolt haya contribuido a reforzar el atletismo. “Siguió degradándose”, afirma. Se queja de que la sociedad no termina de trasladar en la actualidad la cultura del esfuerzo y de que el atletismo también es presa acomodaticia. Él, que era un sprinter, pudo combinar velocidad y saltos porque estuvo dispuesto a aceptar la dureza de tamaña empresa. “Ahora nadie lo hace”, recuerda. Dos veces por semana entrenaba la carrera de aproximación no en el carril del foso, sino en la pista, olvidándose de la tabla. Y sólo dos veces por mes, los saltos. Es el fruto del convencimiento de que el 95% del salto de longitud es la carrera de aproximación.
Conferenciante, inversor y entrenador
Carl Lewis está dedicado a varias tareas. Da charlas de liderazgo con su fundación, es inversor de una compañía de tipo unicornio (aquellas valoradas en más de mil millones de dólares), es embajador de Naciones Unidas con la FAO, ha sido actor y también ha promocionado diversas marcas comerciales. En la Universidad de Houston trabaja con un grupo de atletas jóvenes a quienes inculca la importancia de la técnica de carrera, algo que, explica, fue la base de su zancada. Una perfección de elegancia absoluta que economizaba el esfuerzo. Y lo detalla: “Se trata de un ciclo en el que se tienen que conjugar los extensores de la cadera con el tendón de Aquiles, el modo correcto en que se planta el pie para adquirir impulso, pues de lo contrario te frena”. No obstante, recalca que los mejores velocistas de la historia fueron los hombres de las cavernas. “Si no corrían realmente rápido, servían de cena”.
La cuestión de la final de salto de longitud en el Mundial de Tokio en 1991 es recurrente a lo largo de la mañana. Lewis ya tiene asumido que el mejor concurso de su vida fue el que perdió. “Treinta y un años después, le dices a alguien que la tarde en que saltaste 8,68, 8,83, 8,91, 8,87 y 8,84 metros no ganaste, y no te cree”. En la paradoja que encierra que el atleta más dotado se retiró sin el récord del mundo de la prueba, sin llegar a 30 pies, el prodigio eólico afirma rotundamente que está bien, que no cambiaría tal cota por ninguna de sus medallas. “Mi nieta enseñará esas medallas algún día a sus propios nietos o incluso bisnietos”, declarará a Marca después.

En alerta ante el racismo que no cesa
La mañana avanza y ya en la sede de la Fundación Sanitas, Carl Lewis muestra resueltamente a La Vanguardia su vertiente más política a través de videoconferencia. “Soy demócrata”, dice alguien que intentó concurrir en 2011 al Senado por Nueva Jersey (finalmente tuvo que retirar su candidatura, al no cumplir el mínimo establecido de cuatro años de residencia en el estado). “Los republicanos intentan hacer creer a la gente que los servicios públicos son un derroche que les sale gratis, cuando en realidad pagamos por ello”. Y se considera un hombre espiritual antes que religioso. “Y eso que mi padre era un predicador baptista”.
He sufrido racismo a diario desde el principio, antes y ahora.
La cuestión del racismo sale a la palestra. “Lo he sufrido a diario desde el principio, antes y ahora”. Nacido en segregación, asegura que no puede aludir a ningún caso concreto en carne propia. “Porque es una experiencia vital, continuada y de toda mi vida, el día a día de todos nosotros, no se puede reducir un sistema a un ejemplo concreto”. Conoció de pequeño a Martin Luther King “y a Rosa Parks”. Sus padres estuvieron involucrados en el Movimiento por los Derechos Civiles. “En las iglesias la gente se repartía las tareas, sobre todo durante el boicot a los autobuses segregados [bus strike]; quien tenía coche se ofrecía para llevar más pasajeros, a cambio te podían cuidar a los niños, etc.”
Menta a Donald Trump y su locuacidad acelera. “Con Obama vimos que la igualdad de derechos era posible y que tenía que asumirse por toda la sociedad. Pero luego llega Trump y dice a los supremacistas blancos: ‘No hacéis nada malo, está bien pensar así’”. Y cree que ahora mismo la situación social es mala. “El año en que asesinaron a George Floyd, mataron a otros tres exactamente igual, pero no hubo imágenes. Así que si alguna vez la policía se me acerca y me ordena salir del coche, no lo haré. Llamaré a un canal de televisión, me pondré el Instagram en modo live, que se vea en directo lo que pueda suceder”.
“En mi país no se ha terminado de asumir que la gente de color pueda prosperar, tener sus propiedades y negocios. Ya sucedió en Tulsa”, dice, aludiendo a la matanza en 1921 acaecida en el barrio de Greenwood, en Tulsa (Oklahoma), habitado por una incipiente clase media afroamericana donde hubo cientos de muertos y más de 1.200 casas fueron arrasadas, también bombardeadas desde el aire, y los negocios saqueados. “¡Los blancos lo hicieron!”, grita, ante la incredulidad de la periodista.

Salto nulo por racismo
En un receso, el intérprete hace memoria y aborda por cuenta propia al semidios, hilvanando la cuestión del racismo y la no consecución de los nueve metros. “Carl, retrocedamos a 1982, a los trials en Indianápolis, aquel salto nulo de 30 pies que en realidad no fue nulo. Hay gente que asegura que su no medición obedeció al racismo de los jueces”. “¡Claro, sobre todo de uno en particular!”, contesta de inmediato. Y añade: “El juez de la silla se esforzó por ordenar al del foso que rastrillara el salto para impedir su medición”. Fue todo muy burdo, pero fueron con ello.
Aquella tarde, un Lewis de 21 años acabó saltando sólamente 8,76 metros. Los ecos de aquel concurso también llegaron a España, donde se decía que Carl Lewis había saltado 9,14 metros en un polémico intento en el que no había dejado ninguna huella en la plastilina con la zapatilla. Lewis siempre tuvo claro que la interpretación espuria del reglamento tuvo un móvil racista. En YouTube incluso el hijo de uno de los jueces de la prueba asegura que el juez principal era un racista declarado y que todo el mundo lo sabía. El salto no se midió, pero la huella en la arena estaba claramente más allá del chirimbolo con el número 9. Y como treinta pies equivalen exactamente a 9,14 metros, pues en España siempre se consideró que Lewis valía 9,14 metros. Otra paradoja cruel, nadie pudo anticipar entonces que Lewis acaso jamás volviera a producir un brinco semejante.
Avanza la mañana y Lewis, el mejor deportista del siglo XX según el COI, el mejor atleta según la World Athletics y el olímpico del siglo según Sports Illustrated, tras cada entrevista da regular cuenta del refrigerio servido en una mesa. Su cuerpazo escandaloso sigue en combustión, demandando fuentes de energía. Ese momento de distensión lo aprovecha el intérprete, para quien en la cultura deportiva estadounidense, un momento cumbre estético lo marcan los peinados del baloncestista Julius Erving en los 70, afro, y el de Carl Lewis en Los Ángeles 1984, flat-top (a cepillo). “¿Te puedes creer que en los últimos años hay mucha gente joven que lo lleva?”, asegura entre risas, para a continuación contar que no hace mucho ha coincidido y hablado con el Dr. J en un evento en Houston. “Ahora no me lo podría dejar crecer así ni aunque quisiera”, se lamenta, señalando los rizos ya ralos en la parte frontal de su cuero cabelludo.
Lección de anatomía
Cerca ya de las 13:00 horas, para la entrevista con TVE, Carl Lewis se quita la camisa para ponerse una camiseta corporativa de la Fundación Sanitas en favor del deporte inclusivo. Son unos instantes en los que todo el mundo no quita ojo de sus músculos, pura fibra torneada aun con 61 años. En el siglo XVII, Rembrandt le habría elegido para pintar su Lección de Anatomía sin necesidad de un modelo diseccionado. Después se filmará una conversación entre él y Teresa Perales como material para la fundación y un vídeo promocional por las pasarelas y espacios ajardinados de la sede de Sanitas, desde donde a lo lejos se despide del intérprete agitando el brazo. Este ha acabado ya su misión y abandona el edificio.
Una sonrisa de 32 dientes blanquísimos en gigantesca hilera corona un apretón de manos y el abrazo hercúleo que casi estruja al intérprete.
Son las 14:30 horas y ya en la puerta, el intérprete decide no obstante esperar junto al vehículo contratado que aguarda a la leyenda estadounidense. Quiere decirle algo. Quiere decirle que el atletismo ya no es lo mismo desde que no está él, que a veces le buscamos entre los tacos de salida, en la arena del foso y a la salida de la curva del 200. Un rastro inalcanzable. Pero en esa estela irrepetible, hay que ser realista y pedir lo imposible. Así que cuando el Hijo del Viento se acerca al coche, el intérprete sólo alcanza a decirle: “Carl, cuando yo era un adolescente, solía pensar que tú eras un ser superior. Ahora estoy plenamente convencido de ello”. Una sonrisa de 32 dientes blanquísimos en gigantesca hilera corona un apretón de manos y el abrazo hercúleo que casi estruja al intérprete, quien ya sólo acierta a oír: “I appreciate that!”
