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Perseverancia, genética, inspiración… Se puede analizar la apasionante historia deportiva de Fátima Azzahraa Ouhaddou atendiendo a diferentes ángulos, pero la única realidad es que, tras probar en las carreras populares a una edad tardía, hoy es la única maratoniana española de la historia con un título internacional (oro en el Europeo de ruta de Bruselas-Lovaina la pasada primavera), además de la tercera más rápida de siempre (2:24:05) en completar los 42,195 km. A mediados de septiembre, la atleta del Asics Running afrontará en Tokio el segundo Mundial de su vida, oportunidad magnífica para dejar definitivamente atrás los sinsabores de aquella lesión que la obligó a abandonar —entre lágrimas y en camilla— Budapest 2023.

No hace tanto que empezaste a correr.
Empecé a los 20, aproximadamente. Llevaba a mis sobrinas a las carreras populares, porque era la tita que conducía y su mamá estaba trabajando. Ellas estaban en una escuela de atletismo del pueblo, Casariche, en Sevilla. Al principio era eso: un día, otro día, una semana, otra semana… y después me dije: “¿Qué estoy haciendo aquí sentada mientras la gente está corriendo? Mira a ese señor mayor, mira al otro y a esa… Intenta al menos hacer algo, a ver qué tal”. Y así comencé. Corrí mi primera carrera y solamente pensaba en no quedar última: llegué penúltima (risas), pero, oye, ya era un paso.
¿Qué carrera fue?
El Cross de Puente Genil, lloviendo a mares, era un subir y bajar constante y yo decía: “Madre mía, ¿dónde me estoy metiendo?”. Nunca había hecho ni de largo tantos kilómetros; creo que eran ocho.
¿Y cómo lo entrenaste?
Fui a llevar a mis sobrinas a un entrenamiento y di un par de vueltas a la pista. Entonces le pregunté a su entrenador, Miguel Ríos (un conocidísimo atleta andaluz que llegó a ganar el Maratón de Sevilla), que era además el organizador del cross. Le comenté que quería correr, que no había entrenado, pero me gustaría saber cómo era. Me apuntó él porque yo no tenía ni idea de cómo se hacía eso. Corrí y pensé: “¿Esto es correr? No, no, no… he sufrido demasiado”. Así que me fui de allí sin saber si me gustaba o no, pero luego llegué a casa, me metí debajo de la ducha y exclamé: “¡Qué burrada!”. Porque descubrí que había disfrutado. Te estoy contando esto y creo que no se lo había contado a nadie… Sentí que había hecho algo; o sea, era la primera vez que estaba cansada, pero a gusto. De todo eso me di cuenta debajo de la ducha.
¿Antes habías hecho deporte?
Me encantó siempre el deporte: fútbol, baloncesto… pero nunca en serio, jamás estuve federada en ninguno. Era más una cosa del colegio, con mis amigas, como el baile. Me encanta bailar: street dance, ballet… he hecho de todo.

¿Tienes memoria de tu primera marca en una prueba de asfalto?
No, pero sí de cuando logré mi primer podio. Fue un mes después de lo de Puente Genil: segunda de la general femenina en Montemayor, un pueblo al lado de Córdoba.
¿Ahí ya vivías en Córdoba?
Todavía no; hasta que me casé no viví en Córdoba, siempre en Sevilla con mi familia.
Ese pequeño éxito motivó que te engancharas…
Eso es, pasé a entrenar con Miguel, a meterme en el mundillo, y unos meses después de mi primer podio bajé de 40 en una carrera de 10K que se celebra en el pueblo en el que vivo ahora, Aguilar de la Frontera. Ahí ya conocía a mi marido, Ibrahim Boualla Talhaoui, que luego se convertiría también en mi entrenador. Ha sido atleta y lo conocí en la Media Maratón de Lucena; no corrí, fui a ayudar a Miguel con las cosas del club. Mis referentes en esa época eran dos mujeres que destacaban y las admiraba un montón: María Belmonte y Carmen Valle. La primera vez que las gané pensé que podía llegar a ser buena.
¿Cómo era tu vida en aquella época?
Estudiaba finanzas en Puente Genil e intentaba ir a Aguilar a entrenar dos veces a la semana, así que todo esto, más allá de ganar trofeos o lo que me dieran, me lo tomaba como una popular, lógicamente. Seguía mejorando, pero no me planteaba el atletismo con una dedicación muy exigente. Entrenaba cinco o seis días como mucho, contando la carrera del fin de semana, porque para mí era como un entreno de calidad. Solo metía un entreno fuerte más la carrera en una semana tipo.
¿Cuándo das el salto de prepararte con Ibrahim a hacerlo con Johny Ouriaghli, tu entrenador actual, lo que supuso tu desembarco en el profesionalismo?
Surgió viendo los Juegos de Tokio; ya tenía 28 años. Veníamos de la pandemia, donde me di cuenta de que me gustaba este deporte más de lo normal. Empecé a obsesionarme porque no podía salir a correr, lo pasé fatal. Antes del confinamiento andaba por 1:20 en media y 38 minutos en 10K. Cuando la situación comenzó a normalizarse quise más, y es cuando corrí en 1:18 y 35 minutos… justo se celebraban los Juegos y eso fue el impulso definitivo.

Cuéntame esa historia
Estaba en el sofá con mi marido viendo el maratón. Ayad Lamdassem es amigo nuestro, así que gritábamos de los nervios al ver que iba en cabeza, en el grupo de Kipchoge, luchando por las medallas. Le dije a mi marido que encima tenía más mérito porque era un atleta de 40 años y que para mí sería imposible ni siquiera soñar con poder ir a unos Juegos. Su respuesta fue: “No puedes porque no quieres”. Y claro, le dije que yo, por querer, quería.
¿Y cómo reaccionó?
Diciéndome que era una vida muy sacrificada, que había que dedicarse solo a correr, que yo básicamente salía a rodar 50 minutos, que no me machacaba… y luego se me quedó mirando y preguntó si lo deseaba de verdad. Hasta me sorprendí porque lo lógico era que pensara que yo estaba de coña y me dijera de irme a dar una vuelta o a tomarme un café (risas). Entonces me dijo que llamaría a Ayad para ver si su entrenador, Johny Ouriaghli, me quería preparar.
Un fenómeno tu marido.
Totalmente. Me dijo: “Si tú quieres, yo estoy contigo”. Y hasta hoy.
¿Qué tal fue el primer encuentro con Johny?
Es que yo no tenía ni idea, no sabía nada de esto, así que les dije a los dos que, como ellos eran los que entendían, hablaran y luego me explicasen las cosas que tenía que hacer para convertirme en corredora profesional. Comenzamos a entrenar a distancia, era una nueva etapa de mi vida, pero no me daba miedo porque soy trabajadora. He trabajado de administrativa, de plenaria, en el campo… no he parado nunca. Además, había dado a luz a mi hija Dalia antes de la pandemia.
¿Aparcaste tu vida laboral?
Sí. Me di cuenta de que estaba involucrando a gente muy importante del mundo del atletismo y que tenía que sacrificarme para cumplir mi sueño. Me conciencié al cien por cien. Yo hago las cosas a rajatabla, me puedo pasar, pero no quedarme corta. Así se lo transmití a Johny.
Autoexigente…
Pensaba que no tanto, pero me he dado cuenta de que sí, me lo han hecho ver. Recuerdo una anécdota al principio de empezar a entrenar en serio. Ese día tenía que hacer 16 km, pero en el 15 con 400 me suena el teléfono y era mi marido. Estaba en el aeropuerto y le faltaba la documentación para hacer el check-in. Paré el crono, cogí el coche y me fui a ayudarle. Sabía que me quedaban 600 metros, así que por la tarde los añadí al rodaje que me tocaba; sé que no van a ningún sitio esos metros de más, pero es una forma de disciplina. Puedo pasarme, pero no quedarme corta; de lo contrario, no me siento bien conmigo misma.

No tardaste mucho en dar tu primer salto de calidad y empezar a ser reconocida por los aficionados: en febrero de 2022, apenas medio año después de la escena de los Juegos, corres en 1:15:08, y en junio te cuelgas la plata en el Campeonato de España de medio maratón.
Una semana antes de A Coruña fui a la media de Puente Genil porque tenía un compromiso con un patrocinador local; me la tomé como un fartlek, acabando en 1:23. Llevaba un tiempo fuera de las carreras populares, concentrada solo en entrenar, y alguno me consta que dijo: “Mira esa, tanto entrenar…”. Y yo callada, sabiendo que mi objetivo real era la semana siguiente. Confiaba en mí, y salió bien. Realmente no era consciente de la calidad que tenía, me limitaba a cumplir lo que ponía el plan de entrenamiento. En el kilómetro 19 de A Coruña me vi con una fuerza tremenda; a pesar del viento en contra, pude cambiar e ir mucho más rápido. Ahí me di cuenta de que la cosa iba por buen camino y podía estar entre las mejores de España, a pesar del sufrimiento, porque lo que yo hacía era sufrir un montón. Lo refrendé en Paterna, en el Nacional, siendo subcampeona y corriendo en 1:12:44.
Me gusta mucho entrenar sola: el 90% de mis entrenamientos los hago así. Me da igual la soledad; me siento bien perdiéndome por el campo.
No tardas mucho en dar el salto al maratón: terminas 2022 haciendo 1:10:37 en Valencia y, en abril del año siguiente, te estrenas en Róterdam (4ª con 2:26:44).
Todo esto, desde el minuto uno, lo he hecho pensando solo en el maratón. Sabía que era mi distancia, aunque nunca hubiera entrenado realmente el fondo. Pero… ¿sabes cuando tienes un flash? Pues eso. Ahora ya hacía muchos kilómetros, semanas de 200, así que lo hablé con Johny y decidimos no postergar el momento.
Él dice que los kilómetros te alimentan, que eres feliz al ver que toca tirada larga.
Totalmente. Además, me gusta mucho entrenar sola: el 90% de mis entrenamientos los hago así. Me da igual la soledad; me siento bien perdiéndome por el campo.

Trázanos unas líneas sobre tu método de entreno.
Antes estaba basado en hacer muchos rodajes y, realmente, un solo día de intensidad real a la semana o incluso cada diez días. Solía doblar mucho: rodajes de 20 km por la mañana y 15 por la tarde, a un ritmo medio de 4:20. Era un plan basado en la acumulación. Hago también mucha fuerza: dos días de gimnasio al principio de la preparación, con poco peso y tocando casi nada el tren superior. También muchas cuestas. Con el tiempo, mi manera de entrenar ha cambiado: me voy conociendo mejor, he pasado por problemas, hemos ajustado objetivos… y todo eso me ha llevado a darle más espacio a la calidad. Ahora no se trata solo de acumular kilómetros por kilómetros, sino de trabajarlos con sentido. He aumentado mucho el trabajo de calidad y también las tiradas largas, y eso ha modificado mi forma de entrenar. No es lo mismo meter mucha intensidad haciendo 120 kilómetros a la semana que 200, porque en el segundo caso llegas al final agotada muscularmente. Por eso, si te fijas solo en mi ritmo de rodaje, te puede parecer poco, pero si sumas el resto de los factores acaba resultando muy duro.
Retomando tu debut en los 42 kilómetros, tengo entendido que Róterdam no era tu primera opción.
La Media de Valencia, donde hago marca personal, realmente formaba parte de mi preparación para el Maratón de Valencia, un mes y poco después. Es ahí cuando comienzo a entrenar fuerte de verdad: semanas de más de 200 kilómetros en las que Johny ve que lo asimilo todo. Él me pide prudencia y yo le pido más, cada vez más. Siento que puedo con todo. Tenía hambre de competir porque pasé de hacer carreras populares a ponerme un dorsal muy pocas veces. Así que le pedí a Johny debutar en Valencia. Por aquel entonces ya tenía mánager, Miguel Ángel Mostaza, y él fue el encargado de negociar con la organización.
¿Cuál era la idea? ¿Bajar de 2:30?
No, no. Johny me decía que podía hacer 2:26. De hecho, la marca de media la hago al ritmo de lo que estaba entrenando para el maratón y sin bajar la carga de kilómetros. Fue una semana de muchísimo volumen. En carrera tropecé con un corredor, un buen golpe, y en los dos últimos kilómetros lo pasé regular, con muchas molestias. Estaba muy fina y sobrecargada de kilómetros. A los tres o cuatro días me hice unas pruebas y el tobillo estaba descolocado, pero, como soy cabezota, seguí entrenando e incluso me fui de concentración con vistas al maratón. Hasta que un día… doble rotura. Fui muy cabezota: Johny y todo mi entorno me pidieron que parase y, como soy cabezota, no les hice caso y pasó lo que pasó.

Aprendiste la lección a las bravas.
Cuando Johny me hizo abrir los ojos y los médicos pusieron nombre a la lesión, lo primero fue empezar el proceso de recuperación, muy despacio. Gimnasio y piscina hasta que me dieron el alta médica y pude comenzar a correr después de Reyes. No sé si aprendí mucho, porque el 14 de enero, con apenas tres trotes, tenía tantas ganas que me presenté en la San Antón e hice los 10 kilómetros en 38:58 (risas).
Johny te llamaría al orden, supongo.
Así fue. Me dijo que tenía que organizarme, recuperar totalmente la lesión y concentrarme en volver a competir. Para ello me fui a Mallorca, de donde es él. Allí, rodeada de profesionales, recuperé la pierna, porque le faltaba mucha fuerza, casi no sabía ni andar con ella, estaba muy delgada… Trabajé allí las dos primeras semanas de febrero, hasta poder equilibrar ambas piernas.
Róterdam es en abril, no quedaba mucho tiempo.
La recuperación iba bien e incluso corrí el Campeonato de Baleares de cross con el ADA Calvià, haciendo equipo con las hermanas Brea y Nuria Fernández. Hice quinta, pero con mucho miedo, no podía girar casi, estaba asustada… todo fatal. Cómo sería que me enviaron fotos de la carrera y las borré del móvil. Pero a los días pude hacer los primeros cambios en el verde sintético de la pista y ese fue el renacer, ahí empezó todo. Es un sitio ideal para recuperar lesiones. Día tras día acumulaba kilómetros, empecé a poder girar otra vez y pude salir a rodar al campo después de dos meses y medio. Te parecerá una tontería, pero a mí eso me dio la vida, porque allí es donde yo desconecto, me relajo y disfruto, es mi mundo y estuve más de dos meses y medio sin disfrutarlo. Se me quitó la incertidumbre y estaba tan motivada que, a principios de marzo, decidí irme de concentración a Ifrán con el grupo de la federación china que entrena Johny. Fue la primera vez que me separé de Dalia, porque suelo llevarla a todas las concentraciones; de hecho, en Mallorca estuvo conmigo, pero esta vez era mucho tiempo, del 1 al 26 de marzo. Pues bien, nada más llegar, el día 1, fui a rodar con Johny y, según corríamos, le dije: “Tenemos que hablar. He visto que el plazo para lograr la mínima para el Mundial de Budapest, 2:26:50, acaba el 16 de abril”.
Flipó, claro.
Imagínate (risas). Me suelta: “Fati, vamos a ver, pies en el suelo, seamos realistas, tía. Estás empezando a correr y, ¿cuánto queda para eso, seis semanas? Es inviable. Te digo lo que vamos a hacer: cargar kilómetros, ponernos bien, coger ilusión, preparar el Nacional de media que es a mediados de mayo… Y luego, con tranquilidad, si las cosas van bien te vas al Mundial de Media Maratón y después preparamos el Maratón de Valencia a muerte y te sacas la espina que tienes clavada. Allí, si quieres, vamos a por todo: la mínima de los Juegos Olímpicos, el récord de España y todo lo que tenga que venir, pero, por favor, vamos a hacer las cosas bien”.

Y como ya ha quedado claro que eres cabezona…
(Risas) Pues le dije que sí, que todo eso era maravilloso, pero que yo quería correr el 16 de abril. Sabía que era Róterdam y no tenía ni idea de si habría otras carreras, así que hablé con Miguel para que tratase de meterme. Johny me vio con tanta ilusión, tantas ganas… que no quiso frenarme, pero me hizo prometerle que iríamos semana a semana y, si no podía ser, lo dejábamos.
El trato resultó un éxito visto el resultado.
Él se sorprendía de que cada semana progresara, de que asimilara todo y pudiese seguir subiendo las cargas. Cada vez un poco más. Decía que era increíble que pudiese conseguirlo sin haber hecho una base, pero estaba súper motivada. Además, mi marido y mi hija vinieron a acompañarme una semana y media. Recuerdo una tirada de 34 kilómetros, con un vendaval horrible, mediada la preparación, en la que me acompañaron con el coche e Ibrahim le preguntó a Johny: “¿Cómo lo ves?”. Y le contestó que creía que lo iba a conseguir, que este maratón era mío, porque si llega a ser decisión suya me hubiera dicho que no.
Lograste la tercera mejor marca española de la historia tras el récord de Marta Galimany (2:26:14) y el 2:26:37 de Meritxell Soler. Realmente fue ver para creer, porque la lógica decía que era casi imposible.
Cierto, es que solo había hecho dos carreras desde la lesión y ambas en circunstancias especiales, solo fueron tomas de contacto. Iba a pelo, pensando en el momento en el que me tocaría pinchar, rezando para que llegase lo más tarde posible, porque apenas había hecho tiradas largas, la que te he contado y otra de 33. El resto fue acumular en mañana y tarde. Todo eran incógnitas, pero afortunadamente salió bien. Johny supo frenarme y motivarme al mismo tiempo, aprendimos mucho del proceso. Además, resulta más alucinante cuando conoces las circunstancias que se dieron en carrera: viento y lluvia desde el calentamiento.
¿Cómo fue el instante en el que te detienes tras la meta y ves el crono?
Lloré de pura felicidad. Pensé que venía de estar en lo mejor de mi vida y bajé hasta el cero. Me rompí en mil pedazos, lo pasé fatal… pero desperté y resurgí. Me di cuenta de que este mundo es así: vas a tener altibajos, subidas y bajadas siempre. No paraba de llorar cuando hablaba por teléfono contándole a la gente que quiero que lo había conseguido. Johny me dijo que disfrutase, que viviese el momento, porque luego habría que volver a la realidad. Y lo hice: estuve cuatro días en los que no se me quitaba la sonrisa de la cara ni las lágrimas de felicidad.

Qué razón teníais los dos en lo de la crudeza de este mundo y la necesidad de disfrutar… porque tu primera internacionalidad con España Atletismo también acabó en lágrimas, pero esta vez de las feas. ¿Cómo recuerdas lo sucedido en Budapest?
Mi primera internacionalidad fue horrible, desastrosa. La verdad, fue lo peor que me había imaginado. Imaginé mil cosas, pero esa parte… no. Me enfoqué en los entrenamientos, en que podía dar todo de mí, que podía mejorar muchísimo y que sería un buen debut con España Atletismo. Estaba segura de que llegaba muy bien, pese a una pequeña molestia que pudimos solventar en los entrenamientos. Pero cuando llegó la primera parte de la carrera noté que algo no iba bien. Cojeaba cada vez más, sentía mucho dolor y calor. Cogía hielo, me mojaba, me echaba agua en la pierna porque notaba que ardía, y pedía Reflex, que me lo dieran a ver si así se me quitaba. Entre Johny e Ibrahim intentaban pararme porque veían que estaba corriendo fatal, pero solo tenía una cosa en la cabeza: llegar a meta. Me daba igual cómo, pero quería llegar. El problema es que aún faltaban muchísimos kilómetros. En el 24, menos mal que me pararon, porque cuando lo hicieron ya no podía dar un paso más. Solo lloraba, tenía un dolor insoportable, no podía moverme ni soportaba que me tocara nadie. Solo quería saber qué tenía. Volver a casa con muletas no era, desde luego, mi plan, pero la vida es así: pueden pasar mil cosas.
¿Cómo fue el proceso de recuperación comparado con el anterior?
Pues llegué a casa con muletas. Al día siguiente tenía cita con el doctor Méndez, porque ya había contactado con él desde Budapest, y por fin le pusimos nombre a lo que tenía: otra fractura. Tocaba asimilarlo. La verdad es que, como ya había pasado por esto, me costó menos que la primera vez. Desde el día siguiente nos pusimos manos a la obra para trabajar en la recuperación. Con una buena preparación física, nada estaba perdido: el trabajo del maratón lo tenía ahí. Trabajé muchísimo con la elíptica, la bicicleta y ejercicios de técnica en posición. También me apoyé en más profesionales para incrementar la fuerza y la regeneración muscular. Esta vez la recuperación fue más rápida y yo estaba segura de mi equipo.

Apenas dos meses después vas a Valencia y, además de saldar tu cuenta pendiente, vuelves a las nubes reventando tu marca personal por más de un minuto: 2:25:30, refrendando la mínima olímpica que ya poseías (era la misma que la mundial). Cada vez un poquito más cerca de tu gran objetivo… pero 2024 fue un año agridulce. A finales de primavera logras el bronce por equipos en los 21 km del Europeo de Roma y firmas un otoño brillante en la Ciudad del Running, a 11 segundos de tu marca en media y de nuevo bocado monumental a tu mejor registro en maratón (2:24:05, tercera mejor marca española de todos los tiempos). Pero, claro, no pudiste ir a la gran cita del verano, los Juegos de París. ¿Cómo digeriste quedarte fuera?
Con mucho dolor, porque me quedé a las puertas de mi sueño de ser olímpica. Lo había trabajado hasta el último día: tenía la mínima mundial y la mínima olímpica. Y aunque mejoré en Valencia, hubo chicas que fueron mejores que yo. Tenía la esperanza de que, como estaba en reserva, podía llegar mi día. No paré hasta el último momento: quería mi oportunidad, quería demostrar que lo había hecho muy bien, que había trabajado muchísimo. Pero… fue muy duro. Después de tantos meses de esfuerzo, de soñar con un milagro, de aferrarme a una mínima esperanza y no rendirme… me dolió mucho no poder demostrar ese trabajo y no ser olímpica. Pero, como siempre me dice Ibrahim: el deporte te dará tu oportunidad. No hay que rendirse, hay que seguir trabajando. Y como el trabajo estaba hecho, moralmente necesitaba decirme y demostrarme a mí misma que podía llegar a una meta. Por eso decidí correr en Sídney, un mes después de París, alargando una preparación que yo ya tenía casi terminada mental y físicamente. Pero, al mismo tiempo, quería darme la oportunidad de decir: “Bueno, el trabajo que había hecho en verano merecía finalizar un maratón, salir y llegar a meta”. En ese momento, cuando crucé la meta, séptima con 2:33:06, no me importaba ni el reloj ni la posición ni nada. Lloré de alegría, de felicidad. Había trabajado muy duro, tanto, que sentía que me merecía estar allí y llegar a la meta. Lo celebré como si fueran unos Juegos Olímpicos. Fue entonces, en ese instante, cuando empezó mi nueva preparación: la lucha por las siguientes Olimpiadas.
Me tomé un descanso después de Sídney, tanto mental como físico. Creo que fue la vez que más he descansado: quince días sin correr. Pero decidí participar en la Media Maratón de Valencia. Llegué con muy poquitos kilómetros y apenas unas semanas de entrenamiento, pero quería saber dónde estaba. Y, sin haber hecho prácticamente nada, estuve casi rozando mi mejor marca. Entonces volví a creer en mí. Pensé: “Vamos al maratón con todo, que puedo”. Llegó el día del Maratón de Valencia y, en el segundo avituallamiento, pisé una botella que había tirado otro corredor. Me doblé el tobillo y noté un crujido por los dos lados (grité de dolor). Seguí corriendo, aunque me molestaba, pero estaba convencida de que podía con la mínima mundial. Con los kilómetros, el dolor se me fue pasando… hasta que en los últimos me volvió con muchísima fuerza. Alargaba los giros para que fueran más amplios y no me molestara tanto, y mi único objetivo era llegar a meta. Lo conseguí, aunque terminé con el pie muy hinchado. Me atendieron muy bien y, al día siguiente, otra vez tocó ir al médico para ponerle nombre: esguince de tercer grado. Y de nuevo comenzar la recuperación. Esta vez me vino bien parar, descansar y recuperar después del maratón. Y la verdad es que fue muy rápido.
Cada entrenamiento, cada caída, cada esfuerzo ha valido muchísimo la pena. Creo que en esta vida hay que aprovechar cada oportunidad y, mientras dure, quiero dar lo máximo de mí. Seguiré por el mismo camino.
Este curso, sin embargo, ratifica lo hablado, solo que de momento no hay bajadas, solo subidas: en febrero viajas a China para renovar tu personal best en media (1:09:09, tercera mejor marca española de la historia) y en abril a Bruselas para lograr el máximo hito de tu palmarés: campeona de Europa de maratón. La primera española en lograr una medalla internacional en esa distancia tan mítica. (La fiesta siguió en mayo, cuando se estrenó como campeona de España de medio maratón, su primer título nacional). ¿Pensaste alguna vez en que, además de ir a los grandes campeonatos, podrías aspirar a ganar?
Así es. En febrero me fui a China, fue la primera vez que estuve tan lejos y tanto tiempo separada de mi hija. Fue muy duro, pero tenía claro que debía trabajar, que tenía que acercarme más a mi sueño. Era una oportunidad que llevaba mucho tiempo retrasando y no la desaproveché en ningún momento. Desde el minuto uno aproveché la altitud, a unos 2500 metros, y el trabajo salió. Corrí una media maratón que no esperaba, porque mi preparación no estaba enfocada para ella en absoluto: estaba centrada en el Europeo. Y, sin embargo, cuando llegó ese día, me sentí súper feliz, muy contenta y convencida de que iba por un muy buen camino. Después decidí hacer la segunda preparación en Ifrán, para estar más cerca de mi hija y entrenar aún más duro. Y la verdad es que fue durísimo. Coincidió con el Ramadán, lo hice allí, y cambiamos los entrenamientos: pasaron a ser nocturnos. Eran días muy lluviosos, con muchísimo frío y nieve. Pero, al mismo tiempo, me superaba muchísimo mentalmente. El día de la carrera pude demostrarlo. Pese a una caída, logré lo nunca imaginable. La verdad es que había soñado con una medalla, pero nunca con un oro. Y fue una felicidad enorme.

Ya nos contaste que habías renunciado a tu puesto de trabajo para convertirte en atleta profesional. Después de tantos esfuerzos (y éxitos) no es fácil deducir que en lo personal ha valido la pena, pero ¿y en lo económico?
He dejado mi trabajo. Es verdad, ha sido muy duro, un cambio enorme: cambiar mi rutina, mi enfoque y decidir apostar por este deporte. Pero no ha sido en vano. Cada entrenamiento, cada caída, cada esfuerzo ha valido muchísimo la pena. Creo que en esta vida hay que aprovechar cada oportunidad y, mientras dure, quiero dar lo máximo de mí. Seguiré por el mismo camino. Económicamente, con el Europeo mi vida está cambiando muchísimo. Ahora voy a comenzar a recibir una beca, voy a mejorar mi contrato de cara al futuro y se han abierto muchísimas puertas que antes habían estado cerradas para mí durante mucho tiempo.
Ahora estás inmersa en la preparación del Mundial de Tokio. ¿Cómo marchan los entrenamientos y cuál será tu objetivo allí?
Con el Mundial a la vista, siento que voy por muy buen camino. Seguiré trabajando tan duro como antes, e incluso más, porque siempre hay margen de mejora. No sé qué sucederá, pero mi objetivo es quitarme la espina de Budapest, hacer un gran Mundial y demostrar todo el trabajo que hay detrás. Con el tiempo he ido introduciendo cambios importantes, también gracias a la persona que está a mi lado —que además es mi marido— y que se ha volcado por completo en mí y en mi carrera. Eso ha sido fundamental. Ahora, en realidad, estoy trabajando con dos entrenadores: Johnny y, más de cerca, Ibrahim. Johnny me guía a distancia, mientras que Ibrahim es quien me acompaña día a día, el que está presente en cada entrenamiento y sabe exactamente cómo me encuentro. Entre los dos me están orientando y eso me está ayudando a crecer muchísimo.
¿Cuáles son las zapatillas que estás usando para cada tipo de sesión?
Mis zapatillas ideales… por fin las encontré. Son perfectas, se adaptan a mí, a mi forma de correr y a las muchísimas lesiones que me han sucedido. Son las Asics Superblast: estoy enamorada de ellas. Las tengo en todos los colores, incluso repetidas en el mismo tono, porque las utilizo muchísimo, sobre todo en los rodajes y tiradas menos exigentes. Para entrenamientos de calidad o competición utilizo tanto las Asics Metaspeed Sky Tokio como las Edge. Son perfectas.
Desde pequeña he tenido ese sueño de vestirme con algo de mi país, de representar una bandera.
Una cuestión más personal. Una cosa que a mí me molesta bastante de mi profesión es cuando la gente escribe o dice aquello de: “español de origen…”. En cada noticia, en cada crónica… como si el protagonista fuese un español de categoría diferente. ¿Cómo lo llevas tú, que lo tienes mucho más de cerca?
A veces me cansa un poco lo de “española de origen marroquí”, como si fuese lo único de lo que se habla. Me duele. Uno de mis sueños siempre ha sido dejar algo en mi vida antes de morir. He pensado mucho en ello: ¿cómo luchar por mi país? Una de las respuestas que me he dado es que me gustaría ser política. Poca gente sabe que aprobé la oposición para entrar en el Ejército. Elegí Córdoba para estar cerca de mi hija. Tenía puntos para ir a otro sitio, pero preferí quedarme. Al final, renuncié porque quería apostar por el atletismo. Pensé: “Lo voy a dejar todo y voy a correr”. Desde pequeña he tenido ese sueño de vestirme con algo de mi país, de representar una bandera. Si hablas con mi madre, te lo confirmará: desde niña he querido llevar esos colores. Al meterme en este mundo del atletismo, me profesionalicé y empecé a soñar de verdad con esa bandera. Afortunadamente he podido vestir los colores de mi selección y ondearla en el podio de un Campeonato de Europa. Es cierto que he notado algo de racismo, pero también muchísimo cariño. Este deporte me ha abierto los ojos: me ha mostrado quién está conmigo y quién me levanta cuando me caigo. Mi familia, mis amigos, mi club… me acogen con los brazos abiertos. Ese cariño es lo que me ha puesto de pie.
¿Dónde te refugias para rebajar la tensión que supone ser atleta de élite?
Me apasiona cocinar y perderme en la naturaleza. Durante el embarazo, cuando no podía correr, me escapaba con el carrito por el campo. Ahora disfruto preparando todo tipo de platos para mi hija; tengo mil recetas pensadas para ella. En casa lo llevamos en la sangre: una de mis hermanas es chef y la otra, repostera.
La nutrición entonces no será un quebradero de cabeza para ti.
La verdad es que no. Siempre me ha gustado comer bien, tirar de integrales, de fibra… así que cuando tuve que cambiar la dieta no me costó nada. Para mí es algo natural, incluso un placer. Hasta cuando viajamos, si hace falta, me llevo mi propia pasta integral y la preparo; luego la comparto con mis compañeras. Al final todo en mi vida está conectado con el atletismo: el descanso, la comida, los masajes… Antes era un hobby, ahora es mi trabajo, pero lo sigo disfrutando igual.
Respecto a ese trabajo: ¿Qué me dices si te menciono el récord de España (2:21:27)? ¿Y Los Ángeles 2028?
Los récords demuestran que nada es imposible: basta con trabajar duro y confiar en uno mismo. Tengo la ventaja de que, aunque empecé a correr con 20 años, mi cuerpo ha sufrido menos desgaste; podría decir que mi edad atlética es más joven que mi edad biológica. En cuanto a Los Ángeles, es mi gran objetivo desde que me quedé fuera de París. Estoy centrada al cien por cien en esa meta y será mi prioridad absoluta hasta entonces.
