Las 440 yardas de Iffley Road

Un viejo estadio llamado Iffley Road tiene todas las respuestas.

La entrada a Iffley Road, un templo del atletismo | soycorredor.es
La entrada a Iffley Road, un templo del atletismo | soycorredor.es

¿Dónde van a parar los lugares que dejan de existir?, nos preguntamos cada primavera mientras que en plena campiña británica los últimos días de frío luchan contra la luz que anuncia la cercanía del buen tiempo.

En busca de respuestas, bajo las últimas nieblas invernales huele a rugby y al barro que se apodera de todo el ambiente durante el Seis Naciones a la vez que los chavales persiguen ovales sobre el césped de los parques. Pronto, los campos que rodean las pequeñas poblaciones rurales que parecen sacadas de una viñeta de Dickens, nos recordarán las raíces del cross y del atletismo amateur que se sitúan en el origen del deporte moderno.

Y enseguida el horizonte se confundirá con el valle que traza el río Támesis a su paso, escenario de una regata infinita donde los palistas de las mejores universidades británicas se retan cada año, convencidos de que todavía queda lugar para el romanticismo. El resto, el olor de la lluvia y el sonido de un tiempo olvidado.

Exploradores interminables de la tradición, nos perdemos en un paseo por el centro de Oxford entre señoriales instituciones universitarias, centenarios patios de piedra, agujas góticas, callejuelas medievales y el alegre ir y venir de los estudiantes que siguen representando esa mezcla entre futuro y pasado que todavía puede saborearse en algunos rincones de las islas. A medida que los días más fríos dan paso a los primeros y tímidos rayos de sol, al abandonar las calles de los viejos colleges los parques comienzan a brillar con toda su fuerza y los intensos tonos verdes del jardín botánico y de los jardines del Magdalen College o de Christ Church nos recuerdan que el invierno siempre termina.

Y antes de llegar a la orilla del Támesis recordamos la historia de Roger Bannister, aquel niño que, como si se hubiera escapado de una escena de Carros de Fuego, descubrió sobre la arena de la playa que había nacido para correr.

Fueron los años más duros que siguierona la II Guerra Mundial. Los años en los que Gran Bretaña temió perder su lugar en la escena internacional mientras veía que hasta se tambaleaba su tradicional concepción del mundo y de la vida.

Fueron los años en los que el deporte seguía siendo amateur, como una parte más del desarrollo integral de los jóvenes. Los años en los que los viejos estadios tenían una cuerda de 440 yardas y donde todo aún giraba en torno a la milla, hasta el punto de que los británicos se encomendaron a aquel elegante corredor estudiante de medicina para olvidar el fracaso en sus Juegos Olímpicos de Londres 1948 e intentar ser los primeros en bajar de los cuatro minutos en la legendaria distancia. ¿Dónde van a parar los lugares que dejan de existir?, nos preguntábamos.

Y antes de llegar a la orilla del Támesis recordamos la historia de Roger Bannister, aquel niño que, como si se hubiera escapado de una escena de Carros de Fuego, descubrió sobre la arena de la playa que había nacido para correr.

Y la respuesta nos sigue esperando en el viejo estadio de la Universidad de Oxford, que descansa a la espalda del club de remo, en el mismo lugar donde Bannister y aquellos estudiantes nos enseñaron para siempre los auténticos valores del deporte y del viejo atletismo: Iffley Road.

Miguel Calvo es miembro de la Asociación Española de Estadísticos de Atletismo.

Roger Bannister el día que bajó por primera vez de 4 minutos en la milla

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La atleta soviética Tatiana Kazankina. Foto: ABC News.

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