Vivir rodeado de chavales es un asunto imponente. Aparte de lo típico de su locura, inconsciencia y frescura, uno aprende a conocer por dónde van sus códigos. Los de vestir, los de hablar y los de echarse pareja. Y son códigos con los que nos vamos a topar tarde o temprano. Venga; hablemos de ligar, que es un tema que seguro que se hará viral y que vais a compartir a saco. Y a mí me va a sacar de pobre.
Algo que siempre causó mucho cachondeo en mi banda, porque yo tuve una efímera banda punk y una algo más duradera banda de amigos, eran las brasas que dábamos a la gente a la que deseábamos extraer un “vale, pásame a recoger un día y salimos”. Pues bien, apuntad: la gente joven y los maduros con conocimiento de sociabilidad del siglo XXI tienen unos códigos de vigilancia ultrarrápidos que filtran y seleccionan como rayos tu modo de entrarles. Y esto nos lleva de cabeza a nuestro mundo de medallas, geles, zapatillas y carreras populares. Luego volveré sobre esto.
Con este cliffhanger por delante, quiero compartir con vosotros una información de utilidad porque en cualquier momento os vais a ver inmersos en este escrutinio. Si no lo habéis estado ya. En plena conversación, en vivo o digital, en un bar de copas o usando Tinder ya que habéis montado un viaje al medio maratón de, yo qué sé, Nápoles, cuando alguien cerveza en mano menciona términos como feminazi, machote o revolución maoísta, sabed que salta una alarma. En la actualidad a esta alarma se le denomina red flag. Que sepas que esa persona quizá te está descartando de sus ligues a futuro porque, ligando, uno no habla de las contradicciones del capitalismo ni pide la recuperación de la Sección Femenina de Falange. La línea roja que has cruzado no ayuda nada en esa cita. Fuera de un entorno muy especializado, o un grupo donde las afinidades sean muy grandes, ese código te descartará en el crush. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Estarás pensando. Pasemos del rojo al beige. Un paso atrás en el ligoteo suicida. Conozco gente que huía de los corredores cuando éstos sacaban el tema de los entrenamientos en mitad de una ronda de cortejo. He oído que atletas detallaban sus miles “a tres nosequé” en ese primer encuentro en un bar. Así no. Una bandera beige pone en alerta al interlocutor: te delata el aburrimiento. Cierto que no eres un extremista peligroso ni una persona cerril e inflexible. Pero esa pasión que brota de ti en cuanto te relajas podría hundir un posible match.
“¿Cómo? ¿Mi plan de doce semanas preparando el Maratón de Sevilla es aburrido? ¿No le interesa mi paso de oficinista culo plano a enlazar dos Quebrantahuesos y un Ironman? Entonces no le gustan los deportes, desayuna cubatas y nunca encontraremos esa química que busco para mi pareja de aventuras”. Piénsalo un momento. Coge aire. Esto es una dramatización extrema. En esta columna estamos de tu lado y por eso, porque te queremos, estoy dando estos valiosos consejos. No saques a colación el relato de tu maratón de Berlín. No expliques la diferencia entre supinar y pronar. Podrías pensar que contar aquella vez de tus pezones ensangrentados en meta dice de ti que eres un ser humano con resiliencia sin límites pero, tranquilo: intentas conseguir una segunda cita. No se trata de que escondas cosas. Esa persona quiere ver si lo pasará bien contigo. No va a pedirte que le ayudes a cruzar la frontera de noche huyendo de la guerrilla. Habla de viajes, de cocina, de atardeceres en el mar. Y recuerda que, si la gente joven incluye entre las beige flags los hombres que elaboran cerveza artesanal, tu opinión sobre el cilantro, o si compras conservas marca blanca o de una marca en concreto, tu furor corredor podría ser un ejemplo de la subsección endurance sports de bandera beige. No interesa lanzarse a un mercado con la etiqueta que dan a personas poco interesantes para un match. Y, queridas, un match es un match...