Ciudad Universitaria

Reflexiones sobre uno de los enclaves fundamentales para entender la evolución de nuestro atletismo.

La pista de la Ciudad Universitaria de Madrid presidida por la escultura de Miguel de la Quadra Salcedo.
La pista de la Ciudad Universitaria de Madrid presidida por la escultura de Miguel de la Quadra Salcedo.

Acostumbrado a inventar su propio universo como una mezcla entre literatura y realidad, seguramente no haya un mejor homenaje a las geografías interiores que el que realiza el escritor Enrique Vila-Matas en el prólogo titulado Viajar, perder países con el que comienza su libro Suicidios ejemplares: el misterio de unos graffitis que un día comenzaron a aparecer en los muros de la ciudad nueva de Fez (Marruecos) y que con el tiempo se supo que eran obra de un vagabundo, un campesino emigrado que no había conseguido integrarse en la vida urbana y que necesitaba marcar esos itinerarios de su propio mapa secreto para no perderse entre la topografía moderna.

En busca de aquellos lugares perdidos que forman parte de nuestra vida, uno de mis recorridos preferidos para salir a correr en Madrid, aunque bien podría trasladarse a cualquier otra ciudad o universidad del mundo, me lleva desde el maravilloso estadio de atletismo de Vallehermoso hasta la vieja pista de ceniza de la Universidad Complutense. Allí, siempre entre colegios mayores y las grandes avenidas sobre las que se diseminan las distintas facultades que permanecen ancladas a medio camino entre el centro de la gran ciudad y la periferia, entre el mundo real y la nostalgia. Nada más comenzar a correr dejamos atrás Vallehermoso, símbolo del atletismo moderno en los años sesenta, capital del deporte madrileño y español durante varias décadas y cuya reciente rehabilitación arquitectónica quiere que nos olvidemos del ruido del asfalto y nos sintamos como si estuviéramos en las verdes praderas que rodean a un antiguo estadio griego.

Si algo nos ha enseñado esta pandemia es la necesidad de aferrarnos a valores como la educación, la cultura y la actividad física.

Pronto, el recorrido secreto nos conduce a la pista de la Almudena, triste testigo casi olvidado de una época que se fue hace mucho tiempo, pero que sigue ahí esperando como una gran oportunidad que recuperar. Desde allí, esta especie de viaje iniciático nos lleva a explorar los márgenes de la Ciudad Universitaria donde descansa el pebetero que se utilizó para albergar la llama de los Juegos Olímpicos de México 1968 antes de que el fuego sagrado proveniente del antiguo santuario de Olimpia pusiera rumbo al nuevo mundo y que permanece casi escondido muy cerca de la Dehesa de la Villa y de otro lugar tan mágico como ‘La colina de los locos’.

Tras dejar atrás el Jardín Botánico que sigue trayendo consigo el rumor de las felices noches de verano, rodeamos la simbólica estatua de los portadores de la antorcha, en pleno centro neurálgico del campus universitario. Y, como final de nuestro trayecto, terminamos corriendo por la pista de ceniza universitaria como si permaneciésemos presos de una escena de Carros de Fuego, testigo vivo de un tiempo y unos valores a los que tanto necesitamos regresar antes de que suene la vieja campana que desde hace casi una eternidad lleva allí preparada para anunciar la última vuelta.

En estos tiempos en los que todos intentamos buscar lecciones de una época tan complicada y que tanto nos han hecho mirar en nuestro interior, si algo nos ha enseñado esta pandemia es la necesidad de aferrarnos a valores como la educación, la cultura y la actividad física. Y, seguramente, este sea el mejor momento para que volvamos a poner en el centro del debate la importancia de conceptos públicos como la Universidad y el deporte. Tanto por sí mismos por separado, como, sobre todo, por el potencial que siempre tendrán cuando ambos van de la mano.

Si no, quizás muy pronto corramos el riesgo de ver cómo un mundo con el que muchos todavía seguimos soñando termina por desaparecer y acabemos guiándonos a tientas entre el ruido y las prisas, igual que un vagabundo que sigue sus propios grafitis a través de un universo que ya no existe o igual que un corredor que sigue persiguiendo lugares casi olvidados cada mañana.


Miguel Calvo es escritor y miembro de la Asociación Española de Estadísticos de Atletismo.

Letesenbet Gidey, una de las grandes fondistas de todos los tiempos. Foto: NN Running Team

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