-He cogido entradas para el Museo del Prado. ¿Te mola el Greco?
-Gracias, pero... ¿podemos ver a pintores españoles?
-El Greco es básicamente un pintor español, anormal. Es ese que hay en Toledo...
-Ya, pero yo digo más españoles.
-Sí, Velázquez.
-Velázquez me pone.
Ahora sustituyamos el museo por un estadio. A Doménikos Theotokópoulos, por un atleta de origen extranjero. Sustituyamos, en fin, a la pintura por el atletismo. Podréis decir que de qué estoy hablando, que no tiene nada que ver. Que el deporte y la competitividad son inherentes al ser humano. Que a él siempre le ha gustado lo pata negra. Que se promociona más el atletismo cuando hay gente ganando medallas.
Ya lo sé. Lo leo a diario.
La pintura no está traída al azar a este ejemplo. El arte es una actividad de la excelencia humana de la que llevamos disfrutando tantos siglos como de la de ver a cuerpos expresando sus habilidades máximas. Corriendo, saltando o lanzando. Esculpiendo, pintando o componiendo.
La pintura de primer nivel, en esencia, te tiene que dejar mudo. Lleva haciéndolo siglos. Vermeer, Munch, Miguel Ángel. Del mismo modo, el atletismo te tiene que dejar embelesado. Por lo civil o por lo militar. Va con la fuerza interna del ser humano. Está en la capacidad de tus ojos el quedarte absolutamente eclipsado por las barbaridades que crean los artistas más brillantes y los deportistas más excelsos.
Pero. Siempre un pero.
¿Nos gusta realmente el atletismo como espectáculo sublime? ¿O solamente nos gusta ver ganar a los de "nuestro bando"?
Yo tenía esta columna medio encargada para el próximo número de la revista. Pero vi que se nos iba a meter septiembre y se colarían antes los mismos comentarios en los Mundiales de Budapest, en la Diamond League y los mítines de temporada. Lo de siempre. No he querido dejar pasar el momento. Ahora estamos empezando a paladear un espectáculo maravilloso que es la temporada de aire libre del mejor atletismo del mundo. Por varias plataformas, o acudiendo en directo a la grada, o pirateando canales de televisión en streaming, algunos locos incluso quedándose un rato más en la pista hasta la llegada de alguien que corre, salta o lanza de manera asombrosa.
Tenemos atletismo frente a nuestros ojos. Del que nos quejamos cuando no es retransmitido. Los cuerpos mejor dotados de la especie se ejercitan para que se nos quede en la retina. Así, como idea central.
Pero lees que las preocupaciones del público son otras. Casos flagrantes de racismo indisimulado se leen a diario. Lees que un niño, criado en la escuela de atletismo de un pueblo que es tan español que se echa la siesta y que tiene en sus puertas cortinillas de macarrones, es menos estrella mundial porque sus padres llegaron de fuera.
Lees que un niño, criado en la escuela de atletismo de un pueblo que es tan español que se echa la siesta y que tiene en sus puertas cortinillas de macarrones, es menos estrella mundial porque sus padres llegaron de fuera.
Del hecho de poder ver un corredor meteórico, de ser testigo de músculos que se impulsan con la belleza total, el debate se reduce al pedigrí. La pasión se mide acorde con las veces que un deportista inserta emojis de banderitas en sus redes sociales. Hemos regresado a la Europa de preguerra.
Antes me hervía la sangre aunque, con el tiempo, entendí que sólo podía echar la culpa a que vivíamos en los años ochenta. Esta era otra conversación-tipo en el bar del pueblo. Recordadla porque muchos de vosotros la habréis disfrutado.
-¿Qué estás viendo?
-Los mundiales de atletismo.
-¿Cómo van los españoles?
-En esta semifinal no hay.
-Ah (tuerce el gesto).
Intuía que a ellos, efectivamente, ya fuera el Tour o el atletismo, el deporte no les gustaba en exceso. Sí: les llamaba la atención la sensación de movimiento, de competición, los colorines de los maillots y hasta los atletas dando vueltas o saltando longitud pero solamente si saltaba Yago Lamela, o corría una Maite Zúñiga, por poner un ejemplo.
Recientemente empecé a leer similares comentarios entre gente que, en teoría, sí adoraba el atletismo. Y me seguí repitiendo la pregunta aquella. ¿Soy yo el raro porque me quedo embobado mirando la zancada de un extraño?
Queda bastante verano pero prometo no insistir demasiado. Volvamos a lo habitual. A jugar con la hoja de cálculo del medallero. A exigir ocho apellidos españoles. De los de 2023 o de los de 1617.