Opinión

El estirón

Reflexiones sobre el desarrollo de los adolescentes y cómo podríamos adaptar lo que aprendemos de ellos para ayudar a los que hace ya mucho que dejaron de serlo.

Luis Arribas

3 minutos

De un día para otro los niños dejan de serlo, se produce el estirón, y con él abrimos la puerta a un nuevo mundo de posibilidades deportivas y vitales.

Lega la víspera de otoño a las llanuras y páramos. Castañares, fresnedas y viñedos, que empiezan a clasificar sus frutos por coloraciones. Comienzan las temporadas de las escuelas de atletismo y los clubes, y tenemos a la chavalería que vuelve del verano transformada, huesuda, con la piel renegrida. Nunca se sabe en qué momento han dado el estirón y cuándo dejaron de caber las zapatillas. Pero ahí está. El estirón. Esa obra de arte loca en los varones y una declaración de intenciones en las niñas, más o menos progresiva y compleja. El crecimiento desmedido que tiene a mi amiga Salomé desesperada por las enquistaciones cartilaginosas del churumbel. El control pediátrico de mi amiga Isa, después de que la niña haya estado cojeando la pobre porque los huesos se le desmadran.

Viene el septiembre de siempre para el deporte. La plantilla de entrenadores reparte abrazos por la grada, recopila nombres y constata que este año también habrá altas y bajas. El atletismo en España vive esa constante búsqueda de sitio entre la eterna presión educativa, los gustos variables de los chicos y, en casos casi cinematográficos, la aparición de un equipo de fútbol que capta tu diamante en bruto. La realidad es más prosaica. Hay que adaptarse. Supongamos que los lejanos junio y julio dejaron a la camada de aprendices compitiendo en pista. Algunos ya despuntaban en velocidad y se habían consolidado los gestos técnicos de los que competían en saltos, lanzamientos, etc.

¿Qué hacemos ahora con Noelia que ha llegado del verano arrastrando unos pies gigantescos, y que ha desmadejado su figura hasta casi metro setenta? ¿Cómo va a coordinar Míchel el lanzamiento de peso si no queda nada de aquellos hombros recios y de aquel tronco redondote, si ahora parece que se le quisieran salir las clavículas hacia fuera y tiene unas manos largas y delgaduchas? Se llama desarrollo: la explosión de los cuerpos de quienes se fueron críos y regresan siendo otros humanos diferentes.

Visto en perspectiva, bendito problema el que se nos plantea: esto es atletismo, aquí no hay vino blanco o tinto. Disfrutamos del deporte de los mil gestos. Saquémosle provecho entonces. Uno quiere creer que los entrenadores y entrenadoras que se reparten por la Tierra saben perfectamente que toca tirar de cintura: hacer probar a esos jóvenes cuerpos otras disciplinas dentro del conjunto de las especialidades. La coordinación cambia. La fuerza se tiene que recolocar progresivamente. Los gustos de esas cabezas imposibles varían, y no quiero ni mencionar cómo perciben los chavales sus nuevos cuerpos. Ay, la juventud.

¿Y qué podríamos adaptar de todo esto para los corredores populares? Nosotros solamente corremos, aunque algunos todavía jugamos a saltar y lanzar. Hay una adaptación evidente y otra sutil. La primera es para el recién llegado. Es la de ir conociendo las distancias y superficies a las que puede adaptarse alguien que empieza por aquí. Aprender a correr, esa pelea que tengo con los que se acercan a preguntarme. Saber que no todo es empezar a trotar porque se te ha metido en la cabeza el 10K de tu ciudad o gastar tres mil pavos de regalo de aniversario en Nueva York. Empezar en el atletismo popular, lo mismo que educarse en los vinos o en la filatelia, puede llevar a que descubras un club de montaña, la pista de atletismo, el asfalto o saber que siempre fuiste velocista sin saberlo, o que tienes coordinación para lanzar martillo. Prueba todo lo probable.

La segunda es la edad. Saber adaptarse a los dolores de la madurez, decir adiós a las sesiones largas o correr menos y fortalecer y estirar más. Y es que llega un día para decir que te bebes el último maratón, pero no quiere decir que no haya opciones dentro del gran show del cuerpo humano en movimiento: citius, altius, fortius. Si algo hemos aprendido es a entender que hay más de dos colores, más de dos bandos. Encontremos un nuevo hueco para este cuerpo en el otoño de nuestras vidas.


Luis Arribas escribe, corre y consiente a sus hijos. Logró terminar más de cien maratones. Esta columna fue publicada originalmente en el número 44 de la edición impresa de Corredor.