Opinión

Lactatos

Nuestro doctor relata una de las anécdotas más célebres del atletismo español, que además de constatar el carácter indomable de Rodrigo Gavela, muestra como las sensaciones y el sentido común a veces son más útiles que ciertas 'evidencias' científicas.

Hernán Silván

3 minutos

Claro que los test nos muestran referencias útiles para nuestro futuro rendimiento; pero más importante es conocer a fondo nuestro cuerpo para saber qué puede ofrecernos cuando lo pongamos al límite.

Mi paciente estaba tan preocupado, relatándome su mala actuación en el pasado Maratón de Nueva York, que se le acababan las excusas. Con gran dedicación y mimo había preparado su cuerpo y su mente, había observado hasta el más mínimo de los detalles. Había elegido ropa, zapatillas, avituallamiento y hasta animadores propios que unió al gran espectáculo de aquella mañana neoyorquina. Entonces, me dijo una gran verdad acerca de esta mítica distancia. Pero qué ingrata y qué difícil es de dominar. Y qué complicado resulta augurar una marca.

Él había sido olímpico en esta prueba, en Barcelona 92, con una excepcional actuación, pero un año más tarde los técnicos federativos se la iban a jugar malamente a última hora.

Le habían estimado un tiempo cercano a las tres horas, mediante seguimiento de sus niveles de lactato en sangre, y se mostraba francamente decepcionado por haberse alejado una barbaridad de dichas expectativas. ¿Cómo puede equivocarse tanto la ciencia? Me inquirió, solemne. Ay, ciencia. Cuántas atrocidades se cometen en tu nombre, pensé tras oír su apenado lamento. Lo cierto es que tampoco tenía una respuesta contundente que darle como consuelo. Pero me acordé de algo que me había contado mi amigo Rodrigo Gavela, cuando le preseleccionaron para representar a España en la Copa del Mundo de maratón del año 93. Él había sido olímpico en esta prueba, en Barcelona 92, con una excepcional actuación, pero un año más tarde los técnicos federativos se la iban a jugar malamente a última hora.

Uno de los seis preseleccionados debía quedar fuera porque los equipos nacionales para esa competición constaban de cinco corredores. Y el descarte, cómo no, se haría en nombre de la ciencia. Estudiaron los niveles de ácido láctico de los seis atletas en la pista del INEF de Madrid tras exigirles unos intervalos de esfuerzo protocolizados y, al final de la jornada, convinieron que si Rodrigo tuviera que correr en ese momento una maratón iba a andar sobre 2:27, y con eso no se iba a ningún lado. Total, él fue el descartado. Fuera de la Copa del Mundo.

Mi amigo, haciendo caso omiso a los agoreros del lactato, salió a hacer la carrera de maratón, inscribiéndose en la prueba popular.

Sin embargo, muchas veces sucede que las fuerzas intangibles del cosmos compensan sobradamente a aquellos que se lo merecen y así fue también en aquella ocasión, para sonrojo de los seleccionadores. ¿Qué tendrá San Sebastián que no tengan otras maratones? Pues que, aparte de recorrer una de las ciudades más bellas del planeta, tiene un trazado limpio y llano, un público experto fajado en mil Lasartes y Behobias y un halo de frescor propicio para hacer grandes marcas y gestas en su circuito. La Copa Mundial de maratón del año 93 se celebró allí, dentro de su ya clásica prueba abierta. Correrían todos juntos. Excelente idea, por cierto.

Pues mi amigo, haciendo caso omiso a los agoreros del lactato, salió a hacer la carrera de maratón, inscribiéndose en la prueba popular. Con cierta rabia por no llevar la camiseta roja de la selección española, vistió una sencilla camiseta blanca. El resultado final. Ganó el británico Nerurkar, y España estuvo a punto de ser campeona del mundo de maratón por países. Y no lo fue porque Rodrigo no puntuó. Pues de haber puntuado, imagínate. Quedó quinto en la clasificación total, batió el récord de España de maratón y dejó a casi un minuto al primer español de camiseta roja más cercano. ¿La marca? Búscala online en la tabla de mejores registros atléticos españoles. Pero te adelanto que, afortunadamente para mi amigo, se alejó mucho de las previstas dos horas y veintisiete minutos. Dicen que para la maratón no hay mejor apellido que “imprevisible”. Y la ciencia aquí, como en otros recovecos de la vida, hace lo que puede. Y el sentido común, lo que debe.

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