Llevo corridos cuarenta y un maratones y no sé por qué el siguiente se está haciendo el remolón. No es una cuestión de edad ni de tener que demostrarme que todavía soy capaz de batir un récord, más bien es un problema de mentalidad. Ahora mismo puedo decir que ni físicamente, ni a nivel psicológico estoy preparado para correr un maratón, pero si me mentalizo y me pongo el mono de trabajo, en cuatro meses al tajo...
Tras prepararme para competir en un 10.000 en pista me di cuenta de que la musculatura no soportaría el ritmo que los especialistas en esta distancia imprimen cuando les quedan cuatrocientos metros. ¡Qué tristeza! Fiz, soy más lento que el caballo del malo… Si quería continuar en el atletismo profesional la única solución que se me ocurría era debutar en una distancia que me daba pavor. Lanzarme a los maratones iba a ser una decisión difícil de tomar, ya que -entre muchos motivos- si para preparar un 10.000 entrenaba una media de 140 kilómetros por semana, para un maratón tendría que rozar los 200. Mi vida social se iba a deteriorar, iba a pasar más horas pegado al asfalto que tomándome unas cervecillas con los amigos. Al mes siguiente ya había corrido y ganado en Helsinki mi primer maratón. Y así comenzó mi amor-odio por los 42.195 metros; paradójicamente, cuánto más me hacía sufrir, cuantas más dificultades se presentaban en la carrera, más me atraía.
No es una cuestión de edad ni de tener que demostrarme que todavía soy capaz de batir un récord, más bien es un problema de mentalidad.
Además me di cuenta de que dominaba tanto a la distancia como a mis rivales; había nacido para correr maratones. Allá por entonces Eliud Kipchoge se forjaba para triunfar en los 5000 metros; quién le iba a decir al que llaman filósofo que iba a convertirse en el mejor maratoniano de todos los tiempos. Desde Spiridon Louis a Eliud Kipchoge o desde Miss Violet Piercy (corrió su primer maraton en 1926) a Tigist Assefa (flamante plusmarquista mundial de la distancia con 2:11:53) hemos visto pasar a atletas descalzos o con zapatillas que acariciaron el pavimento a ritmo de récord, hombres y mujeres de diferentes generaciones. Cuando yo todavía no había nacido, el etíope Abebe Bikila ya se había colgado el oro en los Juegos de Roma 1960 (2:15:17); me cuentan que lo hizo corriendo descalzo. Cuatro años más tarde volvió a ganar en los Juegos de Tokio estableciendo un nuevo récord del mundo, 2:12:12. Si Bikila abriera los ojos y viera a las nuevas generaciones calzándose unas zapatillas que más que para correr son para ir pegando saltitos… Evolución lógica, Sr. Bikila.
Los atletas que más me recuerdan a los corredores populares son Emil Zatopek y Paula Radcliffe, tanto el checo como la británica exhibían estilos agónicos, parecían correr al límite, pensabas que en cualquier momento podrían desmoronarse. Emil Zatopek nos dejó un mensaje: “Si quieres correr, corre la milla; si quieres cambiar tu vida, corre la maratón”. Entonces millones de deportistas de distintas edades, fisonomías, y profesiones le hicimos caso y nos lanzamos a correr maratones.
Me río yo cuando escucho que Eliud Kipchoge (39 años o quizá más) ya no tiene piernas para alcanzar más récords. Señores, el keniano continúa ganando maratones tan prestigiosos como el último de Berlín (en 2:02:42) y se plantea volver a ganar el oro olímpico en París y así agrandar su leyenda. El hecho de que Kelvin Kiptum le haya arrebatado la plusmarca mundial (con 2:00:35) le añade más emoción al asunto. Será una rivalidad muy positiva. La verdad, veo a Eliud Kipchoge emulando a la portuguesa Rosa Mota o a un tal Martín Fiz; correrá siempre que la salud le acompañe. ¿El secreto? El maratón fue nuestra profesión y continúa siendo nuestro hobby.
