“Hay en el aire, en el aspecto, en el sonido de París no sé qué extraña influencia que no se encuentra en ninguna otra parte. Es un lugar alegre, eso no se puede negar. En ningún otro sitio se manifiesta mejor que aquí el encanto de los climas templados, con su aire húmedo, sus cielos rosas tornasolados o nacarados con los tonos más vivos y sutiles, los brillantes escaparates de sus tiendas delirantemente abigarrados, la amabilidad de su río, la dulce claridad de sus reflejos, el aspecto desenvuelto de sus habitantes, activos y ociosos a un tiempo, su sonoridad confusa donde todo se armoniza, donde cada sonido, el de la población marinera y el de la población urbana, responden a una proporción y un orden maravillosamente fortuitos. En París la vida está en todas partes; todo parece aquí más vivo. Cualquiera puede gozar del momento presente, dejarse mecer por el movimiento y el murmullo de esta ciudad alocada y sabia donde lo imprevisto ha establecido su reino desde antiguo. París quiere vivir; lo desea imperiosamente”.
Soñar en París, George Sand (Guía de París por los principales y escritores de Francia, 1867).
Inmersos en pleno siglo XXI, en la actualidad sería imposible entender los Juegos Olímpicos sin las tradiciones griegas y franceses que están detrás de su propia concepción. Por un lado, no podríamos entender los Juegos Olímpicos sin la filosofía clásica que caracterizó su verdadero origen en la antigua Grecia, cuando nacieron en el viejo santuario de Olimpia alrededor del año 776 a.C. con un triple significado de culto a los dioses, de desarrollo armónico del cuerpo y del alma, tan ligado al concepto de la educación o paideia griega, y de amistad entre los distintos pueblos que en aquel momento configuraban el territorio que hoy conocemos como el país griego.
Por otro lado, sería también imposible entender los Juegos Olímpicos sin la filosofía y la forma de entender el deporte y la cultura que se encuentran detrás de la tradición deportiva francesa que nació a finales del siglo XIX y que se desarrolló durante el primer cuarto del siglo XX, fruto de la cual surgió, en el marco de la Universidad de la Sorbona de París, la idea del barón Pierre de Coubertin de inventar unos Juegos Olímpicos modernos que recuperaran aquellas competiciones deportivas que se habían desarrollado en la antigua Grecia 2500 años antes.
El Comité Organizador de París 2024 fue diseñando y planteando estos Juegos desde el principio: sacarlos del estadio olímpico, llevarlos a la calle, acercarlos a la gente y convertir a la ciudad en el verdadero tablero de juego.
Como ejemplo de esa forma tan francesa de entender los Juegos Olímpicos que define gran parte de su filosofía actual y que ha estado tan presente en la reciente edición de los Juegos que acabamos de vivir este verano, podríamos quedarnos con el cartel oficial de París 2024, obra del ilustrador parisino Ugo Gattoni. En el póster, de diseño surrealista y con un aire festivo y colorido, podemos ver la ciudad de París convertida en un gran estadio olímpico donde se desarrollan las distintas disciplinas deportivas. En el centro, la torre Eiffel rodeada de otros lugares emblemáticos que han sido fundamentales dentro de esta edición olímpica como Trocadero, los Inválidos, el Grand Palais, el Arco del Triunfo, el obelisco de la plaza de la Concordia, los jardines de Versalles o un globo aerostático que ya anticipaba el maravilloso pebetero que se descubrió durante la ceremonia de inauguración. A su alrededor, el río Sena, eje vertebral de estos Juegos, y el mar que rodea al puerto de Marsella con la gran ola tahitiana de Teahupo de fondo. Y, como elemento principal que preside todo el dibujo, ese ambiente festivo y popular que ha estado detrás de la idea fundamental a partir de la cual el Comité Organizador de París 2024 fue diseñando y planteando estos Juegos desde el principio: sacarlos del estadio olímpico, llevarlos a la calle, acercarlos a la gente y convertir a la ciudad en el verdadero tablero de juego.

De la misma manera que la forma de entender hoy en día los Juegos Olímpicos como una gran fiesta social, muy similar a un gran espectáculo, se encuentra mucho más cercana a la tradición francesa moderna que a la tradición griega original, la idea de llevar los Juegos a la calle es innegablemente francesa y, de hecho, además de ser el leit motiv principal de esta edición de 2024, cabe destacar que dicha idea fue la que presidió también las dos ediciones que se celebraron en el pasado en la capital parisina, en 1900 y en 1924, si bien ha sido en esta edición de 2024 cuando por fin se ha logrado el éxito y la conexión con la calle y la ciudad que tanto se había buscado en las ediciones anteriores.
A saber, en 1900, después del éxito de los primeros Juegos Olímpicos modernos que se disputaron en Atenas 1896, Coubertin consiguió que la segunda edición se celebrara en su ciudad de París. Pero, a raíz de estirar al máximo esa manera de entender los Juegos como un acontecimiento que debía de traspasar el propio estadio olímpico, el Comité Organizador los planteó como un evento que se extendió durante demasiados meses y que quedó totalmente diluido dentro de la Exposición Universal que acogió la capital francesa aquel año, hasta el punto que terminó siendo más un festival repleto de exhibiciones deportivas, muchas de ellas incluso bastante disparatadas, que unas competiciones en sentido estricto y acabó siendo recordada como unas de la peores ediciones olímpicas de toda la historia.
De una forma similar, la edición de 1924 supuso el regreso a la ciudad parisina de los Juegos Olímpicos para celebrar la última edición olímpica organizada bajo la dirección de Coubertin, y se planteó también como una gran fiesta que en este caso hiciera olvidar el dolor de la I Guerra Mundial y reforzara las ganas de vivir de la capital francesa, inmersa de pleno en los locos años veinte. En cierta manera, aquellos Juegos hicieron olvidar un poco el fracaso de 1900 y fueron muy revolucionarios, incorporando por primera vez unas competiciones artísticas paralelas a las competiciones deportivas, tan del gusto del propio barón de Coubertin y de la forma de entender la cultura por los franceses, e incluyendo por primera vez algunos de los elementos que hoy en día son fundamentales dentro de las ceremonias olímpicas que se repiten cada cuatro años, como el eslogan citius, altius, fortius, el uso de un logo olímpico, la villa olímpica en la que desde entonces se alojan los deportistas e incluso una semana de deportes invernales que terminarían siendo los primeros Juegos Olímpico de Invierno.
Como un elemento común más dentro de estos tres Juegos Olímpicos que se han organizado en la capital parisina a lo largo de toda la historia, podríamos destacar también la idea de llevar el estadio olímpico a la periferia de la ciudad, claramente en contraposición al importante papel que se le ha intentado dar al centro de la ciudad como auténtico elemento vertebrador de cada una de estas ediciones: en 1900 la mayoría de las competiciones deportivas se llevaron al bois de Vincennes (al mismo tiempo que el atletismo se disputó en el estadio Croix-Catelan del bois de Boulogne), en 1924 el estadio olímpico se situó en el barrio de Colombes y en 2024 el estadio olímpico en el que se han disputado las pruebas de atletismo ha sido el Stade de France situado en el barrio de Saint-Denis, lejos del pebetero olímpico y del río Sena y los lugares más emblemáticos de la capital parisina, auténticos epicentros de esta edición.

Inspirados en la misma filosofía que aquellas ediciones parisinas de 1900 y 1924, París 2024 ha repetido, por lo tanto, las mismas ideas con las que siempre han entendido los franceses los Juegos Olímpicos que han tenido que organizar (prescindiendo en parte del estadio olímpico, sacándolo a la calle e intentando convertirlos en una enorme fiesta urbana donde la ciudad sea la gran protagonista), siempre en esa frontera tan fina que hay entre el espectáculo o la exhibición y la competición deportiva, pero con una gran diferencia en esta ocasión: los Juegos Olímpicos de París 2024 pasarán a la historia como una de las mejores ediciones de todos los tiempos, tanto por haber sido capaces de recuperar el espíritu festivo de Barcelona 1992 o Londres 2012 y de conectar con la ciudad y sus habitantes de una manera que ya casi no se recordaba, como por haber sido capaces de celebrar unos Juegos con un simbolismo y una espectacularidad visual que será imposible de olvidar, al mismo tiempo que han sido muy revolucionarios en muchos aspectos.
En busca del verdadero secreto de este éxito, podemos asegurar que, durante las semanas en las que han tenido lugar los Juegos, París y toda Francia han sido una auténtica fiesta. En primer lugar, con un ambicioso calendario y programa de actividades culturales y deportivas a su alrededor, gracias al recorrido de la antorcha olímpica por los lugares más simbólicos de Francia, primero a través de todos sus pueblos y ciudades y después por los distintos barrios de París, durante los meses anteriores se consiguió una conexión muy especial entre el país francés y los Juegos que iban a celebrarse. En segundo lugar, desde el pistoletazo de salida con la revolucionaria ceremonia inaugural en el río Sena, cada plaza de Francia se convirtió en una fiesta de celebración, con todo el mundo pendiente de las competiciones deportivas, hasta el punto que era imposible pasear por cualquier pueblecito del país sin encontrar en cada calle la presencia de París 2024, al mismo tiempo que cada localidad disfrutaba con sus fan zones y el enorme calendario de actividades deportivas y culturales que se habían planificado a su alrededor, siempre con la presencia de esa otra olimpiada cultural con la que tanto soñó el propio Coubertin. Y, finalmente, durante las dos semanas de julio y agosto en las que se celebraron los Juegos, París se convirtió en una enorme fiesta al aire libre, con una conexión tan mágica entre la ciudad, sus habitantes, los voluntarios, los espectadores llegados de fuera y los deportistas que será muy difícil de olvidar.
París no quiere despertar nunca de su sueño, París siempre será una fiesta.
Nada más bajar de un vagón de metro, cerca de cualquiera de las distintas sedes repartidas por los lugares más emblemáticos de la ciudad, los pasillos son una tranquila riada de voluntarios y aficionados cantando y riendo. Afuera, la ciudad luce más bonita que nunca, fantásticamente engalanada con los colores y la imagen de los Juegos. Las principales calles y plazas de la ciudad, cortadas al tráfico, invitan a pasear y a dejarse llevar sin prisas, con un ambiente tan tranquilo y relajado que hasta los propios parisinos caminan sorprendidos, dueños de nuevo de su ciudad por unos días en los que parece que hasta han desaparecido los ríos de turistas habituales de estas fechas. Como una postal que siempre recordaremos, cada lugar emblemático de la ciudad se convierte en una fantástica sede olímpica donde todas las cámaras quieren recoger la imagen de los deportistas en un escenario inigualable. Y, como uno de los mayores éxitos de la organización, las principales plazas y parques de la ciudad se convierten en una maravillosa fan zone repleta de actividades para todas las edades durante todo el día, pantallas gigantes donde los parisinos se juntan a ver las competiciones, food tracks y lugares de bebida y fiestas con DJ's que se prolongan hasta bien entrada la noche, con epicentro en lugares como el parque de los campeones en Trocadero, donde cada día los medallistas del día anterior bailan y disfrutan con el público y con la torre Eiffel de fondo, el maravilloso espacio creado en la plaza del Hotel de Ville o el enorme parque de las naciones en el parque de la Villete, pero sin olvidar cualquier placita, jardín o edificio institucional, con toda la ciudad con las puertas abiertas.

Fruto de esa magia, los alrededores de cada sede olímpica son una enorme fiesta con los voluntarios como anfitriones, mientras que dentro de los estadios se vive un ambiente cargado de electricidad. Así, será muy difícil olvidar la atmósfera que se respira en el estadio olímpico de Sant Denis durante las pruebas de atletismo, repletas de públicos desde las sesiones matinales, y con ejemplos como la maravillosa final de 10.000 metros que acabó con la consagración de Joshua Cheptegei, la conexión entre Duplantis y la grada en una noche de récord del mundo, la aparición de Julien Alfred, el récord mundial de Sidney McLaughlin, las fantásticas finales de mil quinientos y ochocientos metros, la increíble remontada de la francesa Alice Finot en los tres mil obstáculos o la reconciliación del público con Jakob Ingrebigtsen durante los cinco mil metros. E incluso las iconográficas pruebas de marcha bajo la torre Eiffel o el histórico maratón con la retirada de Eliud Kipchoge y el legendario triunfo de Sifan Hassan.
Al final de cada día, convertida en unas de las aficiones preferidas de los parisinos durante los Juegos Olímpicos, el césped de los jardines de las Tullerias y del museo del Louvre, poco a poco se van llenando de improvisados picnics para celebrar el atardecer delante del globo en el que se ha situado el pebetero. Familias enteras. Grupos de amigos. Incluso unos jóvenes que realizan piruetas gimnásticas. Hasta que, con la puesta de sol, el globo comienza a elevarse a la noche de París con la torre Eiffel de fondo. Bajo el cielo iluminado por el globo, todo el mundo se abraza en silencio y es imposible no dejarse llevar por la magia de un instante irrepetible que nos recuerda la belleza de las cosas más sencillas, al mismo tiempo que nos lleva de viaje al mundo perdido del siglo XIX y los cuentos de Julio Verne. Cuando todo acabe, poco a poco la ciudad volverá a sus rutinas. A sus paseos apresurados por el río. Y a mirar hacia las torres de Notre Dame que pronto volverán a estar iluminadas. Pero antes, en medio de ese aire y ese sonido de que no se encuentra en ninguna otra parte como aquí, nos reconciliamos con nosotros mismos y descubrimos el verdadero secreto de la ciudad: París no quiere despertar nunca de su sueño, París siempre será una fiesta.
