Cuando uno agarra el móvil para contactar con Santi Pérez recuerda lo que nunca olvidó; no solo ha entrenado a atletas. También a leyendas. Y mira el avatar de su WhatsApp. Y contempla la foto de la estatua de Diego García, rostro concentrado, piernas contraídas, eterno en el trecho de asfalto que hermana Azkoitia con Azpeitia. Y sonríe. La voz amable del preparador vasco rompe el ensimismamiento, pistoletazo de salida a una charla sobre lo que sucede más allá de los 42 kilómetros y 195 metros, cuando hay un aventurero que se decide a transitar por las fronteras de la agonía.
“Ya me pareció una locura cuando Asier me dijo que quería preparar los 100 kilómetros”. Asier se apellida Cuevas, otro de sus discípulos ilustres, campeón de España de maratón que emprendió el viaje a lo desconocido y acabó convirtiéndose en campeón de Europa y subcampeón mundial de los 100.000 metros. “No teníamos ni idea, pero te pones las pilas, preguntas, te informas y, sobre todo, te dejas llevar por la lógica”, recuerda Pérez, que en el momento de iniciar su relación con Penalba ya había ampliado su cartera de ultrafondistas y distancias. Entrenó al internacional Ibon Esparza y a Carlos Morán (llegó a hollar el cajón de la Ehunmilak, el primer contacto del míster con las 100 millas, todavía lejos de lo que propone Badwater 135).
“Hay dos grandes diferencias entre esta y todas las demás carreras de ultrafondo: la temperatura y la altitud. Llegas a correr a 55 grados y acumulas casi 5000 metros de ascenso. Una barbaridad. Luego está la importancia de la alimentación y la cabeza de cada uno, lo que el atleta esté dispuesto a sufrir”, expone el veterano entrenador, quien sabe que hay un momento en el que sus recetas, por muy individualizadas que estén, con el mimo y el rigor marca de la casa, no podrán ser asimiladas por el organismo del corredor. El cuerpo dice basta. Se niega. Incapaz de ingerir más metros por semana. Toca fiarlo todo a esa energía interior que, cuando un número prenda de la camiseta y el cronómetro dicte sentencia, empuje a seguir trotando en lugar de asumir los dictámenes del sentido común y echar un pie al costado. Razonar. Desistir. Volver a casa. Y a Iván Penalba la lógica se la trae floja.
A Santiago Pérez no tanto: “Si por mí fuera, Iván no correría la Badwater. Piénsalo bien, es una agresión tremenda al cuerpo. De 100 kilómetros no pasaría, lo tengo claro”. Dicho esto, comprende que la cuestión trasciende las ambiciones deportivas y se adentra en el siempre farragoso ecosistema del deseo. Un grito de socorro emitido al otro lado del Atlántico que reverbera en las tripas de su muchacho. Y a ese, también lo tiene claro, no piensa dejarle solo. Así que ahí anda, diseñando un programa que le permita no solo sobrevivir al infierno, si no coronarlo.
En pruebas de una longitud como Badwater, más allá de las 100 millas, no se va rápido, por lo que no hay tanto desgaste energético como se cree. Pero eso sí, debes ir comiendo todo el rato. Y beber. Muchísimo. Y eso es complicado para el estómago, hay que entrenarlo. Como todo, se puede entrenar.
¿Cómo adaptarse a un escenario tan inmisericorde con el esfuerzo aeróbico? No le llaman el Valle de la Muerte por capricho. ¿Hay una fórmula? ¿Puede lograrse la aclimatación óptima que aleje el rumor constante del desvanecimiento? Pese a lo que pueda sospecharse, a Pérez la cuestión no le quita el sueño. Y lo analiza con destreza: “No le doy tanta importancia a lo de adaptarse a las altas temperaturas durante los entrenamientos. Hay que controlar mucho los ritmos, si pretendes sostenerlos con mucho calor acabas fundido y llegas a la competición con una gran cantidad de desgaste acumulado. Hay que correr con calor, por supuesto, pero sin excederse. Es mucho mejor centrarse en alcanzar un alto nivel de forma en condiciones favorables y luego pelearlo cuando toque”. Lo dice, convencido, y uno recurre a su anterior idea: “La cabeza de cada uno. Lo que esté dispuesto a sufrir”. En el caso de Penalba, incompatible con cualquier recomendación de la Organización Mundial de la Salud seguro.
Tampoco ha hablado con su tutelado sobre el ritmo de competición. Es pronto todavía. Y si alguien sabe manejar la paciencia es Pérez. Son lustros de negociar la ansiedad de corredores desbocados ante retos minúsculos o portentosos. No le pilla de nuevas. “Lo decidiremos en las próximas semanas, aún quedan sesiones importantes para evaluar y tomar decisiones. Estamos ajustando y, con la información de que dispongo ahora, creo que debemos ir por pulso… pero claro, Iván es cabezón y prefiere ritmo. Ritmo y sensaciones. Pero yo prefiero que se fije en el pulso y trate de mantener un ritmo entre 4:50 y 5:00 minutos el kilómetro. En pruebas de 24 horas en pista es más sencillo, puesto que el desnivel siempre es el mismo, pero aquí es complicado por los cambios constantes”.
Tantas horas -un día entero en el caso de los que nominan el podio- traqueteando el asfalto son una invitación incesante a la entrada de combustible. Comer. Saber cuándo y por qué. No es asunto sencillo. Ni para un joven curtido como Penalba: “Al empezar con él comía fatal. Se pensaba que lo hacía bien, pero no. Comer mucho no es comer bien. Hay que comer lo justo y necesario. Cantidad y calidad no son lo mismo en la alimentación. A base de insistir ha mejorado. Ahora le lleva un nutricionista. Ya se lo dije cuando comenzó a trabajar con él: si vas es para hacerle caso”. (Uno de los colaboradores -os los presentaremos a todos en futuras entregas- del valenciano en su intento por ser el primer español en ganar la Badwater 135 será la firma de nutrición deportiva 226ers, que pondrá a su disposición incluso productos no comercializados, específicamente desarrollados para gamberradas de este tipo).
En los entrenos también es un poco díscolo. Se pueden intuir que no por defecto. “Se excede. Siempre quiere hacer más y más rápido. Ando peleando con él como con los niños pequeños”, ríe Pérez, quién sabe si ante la paradoja del asunto, pues en los albores de su sociedad instaba a Penalba a “ser atleta. No corredor, atleta. Él se limitaba a rodar y rodar… Y tuve que convencerle para trabajar los ritmos altos”. De aquellos polvos, estos lodos. Ahora va demasiado rápido a veces. Manejando pasos sorprendentes para alguien con sus perspectivas kilométricas. “Esta primavera estábamos preparando un 100 y llegó a hacer series de 3000 metros a 3:20 de media, con algunos miles incluso más rápido. La prueba no salió como esperábamos, pero él quiere seguir rápido, por más que le explique que esto es otra película; los ritmos tienen que ser regulados, todo extensivo; lo contrario no tiene ningún sentido”, apuntala la mitad más cuerda del dúo que a principios de julio aspira a hacer historia en el ultrafondo nacional.
Esta primavera estábamos preparando un 100 y llegó a hacer series de 3000 metros a 3:20 de media, con algunos miles incluso más rápido.
Hoy se mueven en volúmenes de 240 kilómetros semanales. Irán bajando sostenidamente hasta que se acerque el pistoletazo de salida. 50 kilómetros como tope en las tiradas largas, aunque se programaron envites preparatorios de 100 km, 6, 12 y 24 horas para echarle algo más de leña al fuego. El plan de entrenamiento fue hijo de la progresividad. Aunque desde enero el objetivo era evidente, se han acercado a él a través de ‘pequeños’ (suena a mofa hablando de lo que estamos hablando) hitos, zanahorias para el caballo, laboratorios donde ensayar y errar, puentes tendidos a la detección de errores. Señales de alarma. Que las hubo. “Estaba para hacer sobre 6:45 en 100 km, pero le falló el estómago. Hoy por hoy es su punto débil. Hay que entrenarlo más, y no habrá problema, porque a él entrenar no le importa, si tiene que doblar todos los días lo hace sin rechistar”, comenta Pérez, antes de añadir otra curiosa observación: “En pruebas de una longitud como Badwater, más allá de las 100 millas, no se va rápido, por lo que no hay tanto desgaste energético como se cree. Eso sí, debes ir comiendo todo el rato. Y beber. Muchísimo. Y eso es complicado para el estómago, hay que entrenarlo. Como todo, se puede entrenar”.
Dormir. También se puede entrenar. No lo han hecho, pero a Santi le ronda la idea. Tiene su teoría y no parece descabellada, más teniendo en cuenta que el propio Penalba confiesa haber sentido mucho sueño el año pasado (la élite sale a las 23:00), una pertinaz modorra agravada por el cansancio y el calor. Al respecto, Pérez observa que “por las noches experimenta un bajón, lo he visto en las pruebas de 24 horas. Es lógico, pero vuelvo a lo de antes, considero que se podría entrenar. Acostumbrarse a paradas de unos 20 minutos para dormir. Aunque sería hipotecar muchas noches haciendo eso…”.
Ajena no le es del todo la nocturnidad, pues la primera sesión acostumbra a firmarla a las cinco de la mañana, antes de entrar a faenar en el negocio familiar, una floristería. La segunda, la que Pérez considera “la fuerte”, suele ser por la tarde, a la que Penalba, en su afán por atender a las ganancias marginales, suele añadir Pilates, saunas y otras actividades complementarias (que se suman a las sí pautadas visitas al gimnasio). La cosa luciría más o menos así.
UNA SEMANA DE ENTRENO DE IVÁN PENALBA
Lunes
Regenerativo.
Mañana: 1:00-1:10 a 4:45-4:50 minutos el kilómetro.
Tarde: descanso.
Martes
Mañana: 18-20 kilómetros fáciles (4:30-4:40 minutos el kilómetro).
Tarde: 8 km de calentamiento + gimnasio (35-45 minutos con ejercicios que incidan en el tren inferior, sobre todo cuádriceps y gemelos) + 6 km en progresión, empezando a 4:40 y acabando a 3:50.
Miércoles
Mañana: 20 km a 4:20-4:25.
Tarde: 12 km a 5 minutos el kilómetro + sesión de core.
Jueves
Regenerativo.
Tarde: 1:00-1:10 a 5 minutos el kilómetro.
Viernes
Mañana: 4-5 x 4000 metros a 3:45 minutos el kilómetro recuperando tres minutos.
Tarde: 16-18 km a 5 minutos el kilómetro.
Sábado
Mañana: entreno progresivo para controlar el ritmo. 24 km acelerando a los 10, 8 y 6. Empieza a 5 minutos el kilómetro y acaba a menos de 4.
Algunas semanas los sábados hace cuestas: 10 x 300 m u 8 x 500 m.
Ritmos altos, tratando de ganar potencia. Recuperaciones al trote, lo que dure la bajada.
Calienta 6-8 km y después de las cuestas hace una transferencia de 6 km en terreno llano.
Domingo
Tirada larga en circuitos con cuestas.
50 km en un trazado en el que acumule el mayor número de metros de desnivel posible, con subidas muy largas.
Una vez dibujado el plan, Pérez, jocoso, apuntilla: “Eso es lo que le mando… otra cosa es lo que él haga. Te digo que, si por mí fuera, nunca bajaría de cuatro minutos el kilómetro, pero sé que lo hace… Es un tío fantástico, una buenísima persona, y hay que saber adaptarse a sus pretensiones”, esgrime en tono de disculpa hacia el ímpetu de su pupilo, antes de finiquitar: “Respecto al gimnasio, en las semanas de carga metemos dos días y en las de descarga uno. Pero el esquema normal es más o menos esto que os he contado”.
Quedarse corto o pasarse, el dilema sobre el que transitan entrenadores y atletas, se hace gigante al hablar de ultrafondo. Monstruoso si la categorización conduce a la cuenca Badwater. La cuerda floja. Vistas privilegiadas al abismo. Pero de ahí no hay fuerza que los mueva. Argumento que los amedrente. Dentro de poco sabremos cómo termina el viaje. ¿Y después qué? Son domadores de lo indómito, así que la respuesta es simple: volver a empezar.