Uno de sus primeros recuerdos es un hombro dislocado tras caer de un árbol en el Turó de la Peira. La familia Vivancos vive entonces en las Casas Baratas de Horta (Barcelona), pero pronto se mudará al centro de la ciudad, al número 82 de Cruz de los Monteros, en Pueblo Seco. No ha cumplido aún los catorce y ya está trabajando. Se afilia al sindicato anarquista más importante de Europa: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Y es que ser de clase obrera en la Barcelona de entreguerras implica una conciencia social y política. Su padre, Domingo, es un hombre de ideas avanzadas e intereses culturales. También cenetista, a lo largo de su vida formará parte de diversas compañías de teatro. Y siempre tratará a su esposa Teresa como una igual. Es en este ambiente en el que crecen Eduardo Vivancos y su hermana, Julieta. Es un chico aplicado y después de la jornada laboral acude a la Escuela del Trabajo, en la antigua fábrica textil de Can Batlló. Estamos en la Segunda República, un período en el que florecen las ideas progresistas, la coeducación y la enseñanza laica, a menudo en catalán. Coherente con su forma de pensar, Eduardo se afilia también a las Juventudes Libertarias y se convierte en el vocal de deportes de la Federación de Alumnos y Ex Alumnos de la Escuela del Trabajo (FAEET). “Siempre estaba corriendo. A veces llegaba a casa en un estado… Mi madre se enfadaba y decía que eso no podía ser bueno”, me cuenta Julieta. “Pero al día siguiente volvía a las andadas. Tenía un carácter muy independiente”.
El 23 de mayo de 1935 El Mundo Deportivo sortea un viaje y estancia gratis para dos personas en Mallorca con motivo de la primera Vuelta Ciclista a España. La vencedora es Doña Teresa García. En su representación acude Eduardo, su hijo, “un simpático muchacho, todo modestia, que acogió con satisfacción el designio de la suerte, manifestando que disfrutaría de los días de asueto en Mallorca en compañía de su madre”. Teresa se sorprende al saberse ganadora de un concurso deportivo al que no se había apuntado y la verdad es que no está para viajes. Eduardo vende el billete a una joven pareja casadera y con ese dinero compra unos juguetes para su hermana y un bonito traje para él. ¿Quién ha dicho que el anarquismo está reñido con la elegancia? Para entonces ya ha descubierto su gran pasión: el atletismo. Le gusta sentir la fuerza del viento contra su pecho y está decidido a ser corredor. Su primera competición es una carrera de 3.000 metros. “Durante los primeros 300 metros corrí lo más rápido que pude, liderando el grupo”, recordará tiempo después. “Al pasar por el kilómetro uno ya me había adelantado más de la mitad de los corredores y poco después abandoné, completamente exhausto. No fue una actuación brillante, pero sí una buena lección. En las siguientes carreras mejoré sustancialmente y mi entusiasmo fue creciendo”. En un diario anota sus entrenamientos, también de otras disciplinas, como saltos y lanzamientos. Por principios no fuma ni bebe. Pero sí le gusta, y mucho, ir al cine después de entrenar. Son sesiones largas y variadas, que incluyen hasta reportajes sobre las carreras recientes. Para su sorpresa, en una de estas sesiones en el cine Atlàntic de la Rambla del Estudis se reconoce a sí mismo compitiendo en una prueba. Un día imborrable durante toda su vida será el 18 de julio de 1936. Esa tarde, Eduardo entrena en el Estadio de Montjuïc, que hierve de actividad. Junto a una gran cantidad de atletas internacionales, grupos de jóvenes barceloneses practican ejercicios gimnásticos para la inauguración, al día siguiente, de la Olimpiada Popular. Se trata de un acontecimiento excepcional, tanto en lo cultural como en lo deportivo, organizado como protesta antifascista contra los Juegos Olímpicos en la Berlín nazi. En él han decidido participar miles de atletas que difícilmente podrían hacerlo en Alemania, como los comunistas, judíos. Eduardo no solo prepara los ejercicios de gimnasia, sino que ha de competir en la distancia de los 5.000 metros.
En un diario anota sus entrenamientos, también de otras disciplinas, como saltos y lanzamientos. Por principios no fuma ni bebe. Pero sí le gusta, y mucho, ir al cine después de entrenar.
Por la noche, el famoso violonchelista Pau Casals dirige los ensayos de la Novena Sinfonía de Beethoven, que la orquesta tocará durante la inauguración. Sin embargo, a las cinco y cuarto de la mañana, la emisora de Radio Barcelona anuncia algo que cambiará la vida de Eduardo para siempre: “Barceloneses, el momento tan temido ha llegado; el ejército, traicionando su palabra y su honor, se ha levantado contra la República. Para los ciudadanos de Barcelona ha llegado la hora de las grandes decisiones y de los grandes sacrificios: destruir este ejército faccioso. Que cada ciudadano cumpla su deber”. Respondiendo a la llamada, una parte de los atletas internacionales que habían venido para competir se quedarán a luchar contra el fascismo.

Años de muerte y guerra
Los anarquistas aprovechan para llevar a cabo su anhelada revolución social. Proliferan los ateneos populares, donde los idealistas aprenden de todo, incluso la lengua internacional esperanto, que se convierte en un símbolo de ese mundo nuevo que hay que construir. Eduardo no es ajeno a esta sed de conocimiento y en el Ateneo Enciclopédico Popular se hace un entusiasta esperantista. Siendo todavía menor de edad se ofrece como donante de sangre, algo que entonces se lleva a cabo de brazo a brazo (el donante literalmente siente cómo su sangre sirve para salvar la vida de una persona). Eduardo escribe en su diario: “La familia me ha regalado dos huevos frescos y un vaso de vino dulce, así como las gracias de corazón, pero para mí la mayor satisfacción es saber que he podido ser útil para su curación”. Irónicamente, Domingo vive la contradicción de ser teniente del ejército republicano con su profundo antimilitarismo. Mientras, Teresa y Julieta se han refugiado de los bombardeos en Sant Joan de les Abadesses (entonces Puig Alt del Ter), pues una bomba de la aviación italiana ha destruido parcialmente la vivienda familiar.
También las carreras son parte de la vida cotidiana de Barcelona. Eduardo participa con otros compañeros de la FAAET en la prueba para neófitos y debutantes del cross celebrado el 31 de enero de 1937 en los jardines y terrenos colindantes al Polo Jockey Club (actual Real Club de Polo de Barcelona), acabando en decimoséptima posición. La crónica de El Mundo Deportivo lo menciona en el grupo perseguidor de los escapados. Aun así, durante los ‘hechos de mayo’ de 1937, Barcelona vive una guerra civil entre anarquistas y miembros del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) por un lado, y comunistas y catalanistas por otro. Detienen a Eduardo con propaganda libertaria y es interrogado duramente en la comisaría de Vía Laietana. Los demás detenidos lo cuidan por ser el más joven. En su diario clama contra esta actuación de los “sabuesos del Estado”. Y transforma toda su rabia en energía para el deporte. El 22 de agosto es tercero en una prueba de 1.000 metros con una marca de 3:07.08. Y apunta: “Con un entrenamiento más regular podría mejorarlo”.
En octubre supera el último examen para entrar en el Instituto Obrero. Preocupado por el desarrollo de la guerra, en abril de 1938 se alista con un grupo de compañeros del Instituto a la 26ª división, anteriormente conocida como Columna Durruti. Marchan al frente contentos, cantando canciones revolucionarias, sin ser conscientes de lo que les espera ni de lo que dejan atrás. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a correr. Llegan años de hambre y penalidades, pero también de solidaridad y camaradería. Eduardo sigue escribiendo aunque esos textos no han llegado hasta nuestros días. No le sobran peripecias, como el día en que, mientras trabajaba en la construcción de las trincheras para defender París de los nazis, le confundieron con un paracaidista alemán. Sobre Eduardo hablará en sus memorias José Del Amo, quien ha escapado de uno de los campos de concentración franceses y vive con su pareja en Marsella. Eduardo está en una Compañía de Trabajadores y un día consigue ir a verle. En el momento de la despedida tiene que subir a un tranvía pero ha perdido un zapato. Y el conductor no espera. La crónica del suceso tiene un tono épico: “Haciendo gala de sus capacidades atléticas, Vivancos consiguió llegar al tranvía, mientras el resto de pasajeros contemplaba la escena admirado. No recuerdo si aplaudieron, pero sin ninguna duda mi amigo lo merecía”.
En 1945 Eduardo se inscribe en la asociación internacional de trabajadores esperantistas Sennacieca Asocio Tutmonda (SAT). En París frecuenta los círculos libertarios de los refugiados españoles, donde conoce a Ramona. Allí nacen Floreal y Talia, y allí llegan, tras una odisea por las montañas pirenaicas, su madre y su hermana. Es entonces cuando Eduardo juega un papel clave en el movimiento libertario. Se encarga de la redacción de Senŝtatano, el boletín de la Internacional Juvenil Anarquista, publicado íntegramente en esperanto. En un momento en el que no existen relaciones diplomáticas entre España y Francia, a través de sus corresponsales en distintos países esta publicación permitirá la comunicación entre los exiliados y sus familias. Además, contribuirá a fortalecer las relaciones entre los libertarios europeos y asiáticos.

otra vez a correr
Cuando se hace evidente que el régimen de Franco durará, Eduardo y Ramona deciden dejar París y emigrar a un país con más oportunidades: Canadá. Es el año 1954. En Toronto entran en contacto con exiliados españoles y con el movimiento esperantista local, que les ayudan a orientarse en esta nueva etapa. A su vez, Eduardo enseña la lengua a nuevas generaciones de activistas, redacta el boletín La Torontano y organiza el primer congreso de la SAT fuera de Europa. Aún hoy, participantes en dicho congreso, como el esperantista y atleta francés Guy Cavalier, guardan buenos recuerdos de esos días corriendo con Eduardo por los parques de la ciudad. A este, su empleo en correos le permite llevar a cabo un sueño largamente deseado: estudiar en la universidad. Eduardo es generosidad. Cuando un boxeador español queda malherido en un combate y se ve incapaz de ocuparse de su familia, la familia Vivancos acoge a uno de sus hijos, Pedrito. En ese contexto Eduardo conoce al cónsul honorario en Toronto, una figura que será fundamental para conseguir traer a sus padres de Francia, inicialmente acusados por los diplomáticos canadienses de comunistas.
En Canadá, Eduardo siente de nuevo la necesidad de medir sus fuerzas con las de la naturaleza. En 1959 se apunta al Gladstone Athletic Club y vuelve a competir. Años después recordará que en esta época solía ser el atleta más veterano en las carreras. Eran otros tiempos. En 1964 funda con unos amigos el Metro Toronto Fitness Club (MTFC), un club de atletismo para fomentar el ejercicio físico entre los mayores de treinta años. Son años de cross y maratones. Participa también en una prueba de ultradistancia, la carrera por relevos Toronto - Montreal (650 km), aportando treinta millas a su equipo. Mientras, mantiene correspondencia con otros exiliados, escribe en publicaciones libertarias y colabora con la lucha antifranquista. Carlos García, presidente de la Asociación Hispano-Canadiense para la Democracia, me explica que durante la dictadura la familia Vivancos era muy activa en esta asociación.
En 1965, Eduardo viaja a Boston con su hijo Floreal. No ha avisado a sus colegas del MTFC del gran reto que está a punto de afrontar: la maratón más importante del mundo. Ese año son 447 los inscritos, una cifra récord, todos hombres.
Eduardo organiza la visita a Toronto de Federica Montseny, referente de la CNT y ministra durante la Guerra Civil. Y de Enrique Tierno Galván, antiguo miembro de las Juventudes Libertarias y futuro alcalde de Madrid en la nueva democracia española. Por otro lado, se opone públicamente a la celebración del Congreso Mundial de Esperanto en Madrid en 1968. Es un acontecimiento polémico, que cuenta con el dictador como alto protector.
En 1965, Eduardo viaja a Boston con su hijo Floreal. No ha avisado a sus colegas del MTFC del gran reto que está a punto de afrontar: la maratón más importante del mundo. Ese año son 447 los inscritos, una cifra récord, todos hombres. Habrá que esperar hasta 1967, cuando Kathrine Switzer se convierta, también en Boston, en la primera mujer en correr un maratón con dorsal. El resultado para Eduardo es satisfactorio, pero le deja con la miel en los labios. Acaba en el puesto 97, con un tiempo de 3:03:10. De haber habido premios por categorías, probablemente se hubiera llevado alguno.
El MTFC será fundamental en la creación de la asociación canadiense de atletas veteranos, pero también de un circuito internacional de competiciones. No es casualidad que la Asociación Mundial de Atletas Veteranos se cree en Toronto en 1975, con ocasión del primer Campeonato del Mundo de la categoría. Debido a su papel en el movimiento esperantista internacional, Eduardo es designado como delegado oficial para cuestiones lingüísticas en la organización de dicho campeonato. Defenderá los colores de la selección canadiense en diversas ediciones, en las distancias de 5.000 y 10.000 m, así como en la modalidad de cross.
También mantiene la mente activa. Mens sana in corpore sano. Eduardo traduce al castellano la obra principal del pensamiento de Lao Tsé, mediante una versión en esperanto realizada por el libertario japonés Taiji Yamaga, a quien había conocido en su periodo al frente de Senŝtatano. En 1993, aprovechando el Mundial para veteranos de Miyazaki, Eduardo visita a la familia de Yamaga.
Visita también China y escribe con detalle sobre estos viajes en la revista Flama del Casal dels Països Catalans de Toronto. Ocurre entonces una de sus anécdotas preferidas. Llega con la selección canadiense al aeropuerto japonés y se encuentra con un numeroso grupo de personas esperándolo. Eduardo se acerca y conversa con ellos con normalidad.
A su vuelta, los canadienses no se lo pueden creer. “Realmente eres todo un políglota. No solo sabes hablar catalán, castellano, francés e inglés, ¡sino también japonés!”. Evidentemente no sabe ni una palabra de japonés, sino que ha estado hablando en esperanto.

Un espíritu libre
Conocí a Eduardo Vivancos en 2017 en Toronto. A pesar de los achaques físicos, lo encontré profundamente optimista. Vivía bien cuidado en una residencia de ancianos y tenía más relación con los trabajadores que con las personas de su edad. A diferencia de otros residentes, su mente funcionaba bien y le gustaba mostrar su ingenioso humor. Durante meses, esperó ilusionado nuestras conversaciones destinadas a escribir, algún día, su biografía. Para ello estuvo trabajando su mente para organizar todo lo que le gustaría contarme.
Acordamos que hablaríamos dos horas al día durante una semana, siempre en esperanto. Solía recibirme con una sonrisa: “¿Qué me vas a preguntar hoy?” Sus ojos brillaban. Pacientemente respondía a todas mis preguntas, que con torpeza mezclaban temas y épocas. Me pedía también noticias sobre sus viejos camaradas y sobre la actualidad. Le visitaban amigos como Carlos García, algunos esperantistas y varios miembros del MTFC, con los que bromeaba sobre sus grandes gestas. Edie Tisch recuerda cómo a pesar de haber ganado muchas medallas (sobre todo en las categorías M65, M70 y M75), Eduardo nunca fue especialmente competitivo. “Era un corredor de larga distancia que seguía corriendo millas y millas cuando los demás ya habían acabado.” En alguna ocasión le pregunté por qué corría. Me miró sorprendido y me contestó con una sonrisa: “Porque es un placer”.
Desde el fallecimiento de Ramona en 2015, su relación con Floreal se había vuelto más íntima. A menudo salían al exterior a sentir el aire, el sol, la vida. El padre contaba al hijo detalles desconocidos de su vida. Recuerdos terribles de guerra, muerte y campos de concentración, pero también momentos hermosos. Floreal admiraba a su padre y le profesaba un cariño infinito, incluso acabó viviendo en la residencia, en una habitación contigua. En la de Eduardo solo había una mesita con un manuscrito de su diario durante la guerra y el libro del 50ª aniversario del MTFC, que cuenta la historia del club y su papel en el desarrollo del atletismo para veteranos.
Tras mi regreso a Europa, continuamos la relación por teléfono. Era emocionante leerle una vieja carta y escuchar cómo estimulaba sus recuerdos. También me preguntaba por las marcas que hacía yo en mis carreras y las comparaba con las suyas. En 2019 ocurrió algo que le dio una gran alegría. El congreso de su querida SAT tuvo lugar justamente en Barcelona.
¡Cuánto le hubiera gustado participar! Durante la inauguración, Julieta sorprendió declamando un emotivo mensaje de Eduardo, que ella se había aprendido de memoria. El veterano esperantista evocaba el ambiente revolucionario de su juventud, repasaba su trayectoria y acababa con fuerza, animando a los congresistas a seguir adelante con su tarea de crear un mundo mejor.
Para Eduardo la pandemia de 2020 significó el principio del fin. También en Canadá hubo un estricto confinamiento. Durante meses no se le permitió recibir visitas. En tales condiciones, su salud se deterioró rápidamente. Aún así, seguía siendo entrañable y divertido con las enfermeras. Y es que, como resume el corredor Earl Crangle, “Eduardo era un verdadero caballero, amable y cercano. Tenía un porte real. Era amigo de todos los que le conocían”. Cuando la situación del virus pareció mejorar, volvieron a permitir las visitas de Floreal. Juntos escuchaban poesía, como la Canción del Pirata de José de Espronceda. “¡Otra vez, Floreal!”, pedía Eduardo. Y aquel obedecía, feliz de ver a su padre contento. También escuchaban canciones revolucionarias, como A las barricadas e Hijos del pueblo, que levantaban el alma de Eduardo. Y cantantes franceses, como Edith Piaf o Maurice Chevalier, especialmente À Barcelone. Así, a través de la música y la poesía, rememoraba su vida. “A los 14 años dijo que iba a correr maratones. La gente se burlaba de él, pero al final lo hizo”, me dice Floreal con dulzura. Y continúa: “A lo largo de su vida mi padre siguió su propio camino, a su manera, sin detenerse. Eso lo mantenía con vida”. Y tiene razón. De hecho, Eduardo sobrevivió a todos sus camaradas. El 19 de septiembre de 2020 logró su último sueño: cumplir un siglo de vida. Lo celebró con las simpáticas enfermeras. Fue un día bonito. La última semana pasó muy rápido. Un resfriado se convirtió en neumonía, luego se añadió la COVID-19 y comenzó a necesitar oxígeno. Sintiendo que el final estaba cerca, pidió hablar con su hermana. Poco después fallecía solo, aislado. Un drama terrible de nuestra época.
Durante más de cien años, el anarquista del porte real siguió su propio camino. Luchó cuando tocaba, se exilió a donde le llevó la vida y mantuvo siempre la coherencia con sus ideas. Un verdadero espíritu libre, como bellamente expresa el poema de Espronceda.
Bonan vojaĝon, kara Eduardo, la tero estu al vi malpeza!
Esperanto: El oftalmólogo judío Ludwig Zamenhof propuso esta lengua en 1887 en Varsovia, entonces parte de Rusia. Había condensado una gramática sencilla en dieciséis reglas y la había dotado de un vocabulario de raíces internacionales que facilitaban enormemente su aprendizaje. La idea de que personas de distintos países tuvieran una segunda lengua en la que poder comunicarse atrajo a personalidades del mundo del pacifismo, así como a intelectuales como Tolstoi o Julio Verne y a diplomáticos de la Sociedad de Naciones, pero también a buena parte del movimiento obrero, que la veía como una parte esencial de su internacionalismo. Tras años de expansión, los esperantistas sobrevivirán a las persecuciones de Hitler y Stalin, pero con las fuerzas mermadas y en un contexto geopolítico distinto.
Instituto Obrero: El gobierno republicano inició una serie de experimentos pedagógicos con el objetivo de educar a los mejores estudiantes de entre los trabajadores antifascistas. Esta élite ayudaría a reconstruir democráticamente el país. Vivían en el Instituto, junto con los profesores, con absoluta igualdad de género. Muchos profesores eran intelectuales prestigiosos. Los estudiantes recibían un pequeño salario para contribuir a los gastos familiares, a los que, en una situación normal, hubieran contribuido trabajando, como hijos de la clase trabajadora. Se trataba de una educación secular, científica y activa. En Barcelona tuvo su sede en el barrio de Sarrià, en un edificio de los jesuitas. Funcionó entre septiembre de 1937 y enero de 1939.