Volvic es un pueblo hecho de agua y piedra en mitad del frondoso Parque Natural de los Volcanes de Auvernia, al este de Francia. Allí, a mediados de mayo, se celebran varias carreras de montaña de decenas de kilómetros que se resumen en tres vocales: VVX, Volvic Volcanic Experience. VVX es el fruto de la mente de dos “locos” -ellos se definen así-, dos personajes muy dispares que son amigos desde hace años: Jean-Michel Chopin, que ha sido un alto ejecutivo en diferentes empresas y ha trabajado en países de medio mundo, y Thierry Courtadon, un brillante escultor que hace genialidades con la roca negra y volcánica del terreno y que la somete en su taller de Volvic para construir, a golpe de cincel, obras colosales que lucen en Inglaterra, Japón o Estados Unidos. Chopin, que tiene 72 años, empezó a correr hace treinta, cuando estaba trabajando en México. Allí, en Ciudad de México, corrió su primer maratón. Luego vino Nueva York. Y después su primer trail. Cuando tenía una carrera de montaña, cogía a la familia y se iba al sitio que tocara. Allí se ataba las zapatillas, salía a correr y regresaba muchas horas después. Durante ese tiempo, su mujer se aburría y sus hijos se desesperaban sin tener nada que hacer.

Un día, allá por 2016, Jean-Michel y Thierry empezaron a hablar sobre la posibilidad de hacer una carrera en esa tierra hermosa de sustrato volcánico. El que fue presidente de Volvic, una conocida empresa que comercializa la apreciada agua mineral de esta tierra, habló con la directora del Parque Natural y esta le dio una explicación que Chopin recuerda como “un guantazo en toda la cara”. Aquella mujer le habló de todo lo que podía hacer por el ecosistema de la región donde vivía. Al acabar la conversación se hizo una pregunta: ¿Vivo conectado a la naturaleza o a mi reloj? Después pensó en la que cantidad de familias que se aburrían los fines de semana mientras sus maridos o mujeres corrían durante horas subiendo y bajando montañas. Y es más, que esos visitantes corrían por las laderas de una región y regresaban a sus casas sin saber, en realidad, nada de ese territorio, sin conocer a nadie, sin disfrutar de su comida. Iban, corrían y se volvían. “Nadie hace amigos en un trail”, reflexionó Jean-Michel Chopin. “La gente viene, corre 80 kilómetros, se vuelve a París y el lunes no sabe explicar qué es y qué hay en Volvic. Correr y regresar sin saber lo que pasa aquí no tiene sentido. Eso es correr sin comprender. Y cuando empezamos a comprender, entonces podemos respetar las cosas. VVX aspira a cambiar a la gente, para que, cuando vuelva a casa, haga las cosas diferentes”.
Después pensó en la que cantidad de familias que se aburrían los fines de semana mientras sus maridos o mujeres corrían durante horas subiendo y bajando montañas.
Jean-Michel está un poco achispado y desarrolla su filosofía después de haberse tomado unas cervezas con sus amigos y con todos los corredores que van a hablar con él, cuando han terminado una de las seis carreras que se ponen en marcha, en la zona de ocio que hay al lado de la meta, al final del bosque. Allí, sentados sobre balas de paja o recostados en una tumbona de tela verde, se recuperan del esfuerzo con un trago de cerveza y una barrita energética o unos dátiles. Luego irán al espacio donde hay varias mesas corridas y se sentarán a cenar con otros corredores mientras una banda ameniza la velada con versiones en directo. Y así, cansados pero felices, en hermandad, formarán lo que Jean-Michel llama “la gran familia”. Ese es uno de sus grandes objetivos con la VVX, que los corredores no se vayan nada más cruzar la meta, que se queden y entablen amistad con otros corredores, con otras familias. Y lo han conseguido.
Durante todo el viernes, mientras los adultos corren por el monte con sus bastones, se puede ver a decenas de niños enfrascados en actividades muy interesantes. Unos cuelgan de unas cuerdas que penden de los árboles del bosque a diez metros de altura. Otros, en una variante del biatlón, corren y disparan con rifles de juguete. Otros intentan orientarse por un laberinto. Nadie echa de menos a su padre o a su madre. Ninguno se aburre. Todos están pasando uno de los días más divertidos de su vida y cuando vuelvan en el coche a la ciudad, suplicarán a sus padres que regresen el año siguiente a Volvic. “Esto es sensacional, pero empezamos a tener un problema con los niños. Tenemos todas las actividades llenas desde las nueve de la mañana”, advierte el director de VVX.

El CEO de la VVX no quiere élites. Aquí ha corrido Kilian Jornet y este año han disfrutado de una gran estrella como es el francés François D’Haene, cuatro veces ganador de la UTMB, pero los dos se amoldan al espíritu de la carrera. Jornet regresó a su casa con una pieza de roca negra de Courtadon y D’Haene aprovecha y se incrusta en la feria para vender sus vinos al lado de los productores locales que promocionan lo suyo, desde la miel a la mermelada, pasando por las cervezas artesanales y el queso, claro, que para algo estamos en Francia. “No queremos corredores que vengan, corran y se vayan sin haber visto nada ni haber vivido esto”.
Al día siguiente, el sábado, con algo de resaca, la organización ha preparado una curiosa marcha de 14 kilómetros, la Rondo’ Gastro. Se trata de una ruta en la que te dan un plato en cada parada del camino: el aperitivo en una, un entrante en la siguiente, el plato principal en otra y el postre en el destino final. La caminata pasa por el impluvium, la zona donde se filtra la lluvia durante años, atravesando varias capas de lava solidificada, hasta que nace el agua de Volvic, uno de los motores económicos de la región.
La carrera se estrenó en el verano de 2017. Antes encontraron mil trabas. Pero Chopin recordó a John F. Kennedy y aprovechó los argumentos en contra para definir sus objetivos en la creación del trail. “Esta no es mi filosofía, es la filosofía del presidente de los Estados Unidos, que lanzó el mensaje de que quería mandar a varios astronautas a la Luna y los expertos le dijeron que eso no se podía hacer. Kennedy preguntó: ‘¿Por qué no?’ Y le dieron una serie de razones. Entonces Kennedy cogió esos argumentos y les dijo: ‘Gracias, ya tengo el plan de acción’. Tenía que conseguir hacer todo eso que decían que no era posible. Es una filosofía maravillosa”.
Ese es uno de sus grandes objetivos con la VVX, que los corredores no se vayan nada más cruzar la meta, que se queden y entablen amistad con otros corredores, con otras familias. Y lo han conseguido.
La VVX ya ha celebrado su séptima edición y avanza con viento de cola. A los patrocinadores les encantan sus distintivos: la familia, la fiesta, el compromiso medioambiental, la solidaridad… Hace unos años, compraron tres hectáreas de bosque en El Salvador con parte de la recaudación para evitar que talaran decenas de árboles muy antiguos. Podrían crecer más, tener más patrocinadores, ganar dinero… La tentación está ahí, pero cuando Jean-Michel se embala, salta Thierry Courtadon o algún otro de sus amigos y le para los pies: “Por suerte, nuestros patrocinadores comparten nuestros valores, firman contratos por diez años y envían a la carrera a su director general”. La marca, poco a poco, se va consolidando y ya es fácil ver a un gentío en la zona de meta que disfruta de la tarde-noche y aplaude a los corredores más lentos que recorren el último tramo cogidos de las manos de sus hijos. Cae la noche mientras suena la música alegre y la gente celebra un día de fiesta como si estuviera en una verbena. La familia entera brinda y Jean-Michel y Thierry contemplan su obra beodos y satisfechos.
Jean-Michel Chopin es del norte de Francia, pero ha trabajado por todo el mundo: Francia, España, México, Irán, Dinamarca, Polonia, Singapur, India, China… Durante meses vivió en Barcelona, donde trabajó para Fontvella y conoció el carácter extravertido de los españoles. Pero México le caló más hondo. Allí descubrió que una barra acelera las relaciones, un aprendizaje que aplicó en Volvic para incentivar el trato entre los corredores. De otras carreras también se llevó enseñanzas valiosas, como que es inmoral ganar dinero con el trabajo desinteresado de los voluntarios. Él no quiere explotar a gente ilusionada por colaborar con la carrera de su pueblo. Por eso tiene a 650 vecinos, entusiastas pertrechados con sus inconfundibles plumíferos verdes a los que sólo les pide unas pocas horas de colaboración. “Buscamos el equilibrio en nuestro presupuesto. No queremos ganar dinero con esta carrera. Yo veo que muchas carreras ganan dinero y tienen voluntarios. Yo he trabajado en Danone, sé de lo que hablo, y cuando quiero trabajadores, los contrato y les pago. Aquí no. Pero tenemos 650 porque no queremos explotarlos. Ellos trabajan en fracciones de cuatro o cinco horas. No queremos que hagan doce horas. Queremos que nos ayuden pero también que disfruten. Por eso no tenemos problemas para encontrar voluntarios. Y cada voluntario tiene un puesto definido. Somos un equipo con una gran organización. Es más, si uno me dice que va a venir y al día siguiente no aparece, le digo: gracias. Porque me hará falta al año siguiente”.

Jean-Michel cuenta que a medida que avance la noche, la gente irá soltándose, que unos empezarán a hablar con otros, y que algunos, incluso, excitados por el ambiente, acabarán bailando encima de las mesas. Es la receta mexicana. Infalible. Y que por eso no quiere hablar de VVX como de una carrera. Cuando un periodista le pregunte por la carrera, él le cortará en seco: “Eso no es una carrera, es un concepto”. El director de la Volvic Volcanic Experience lo explica: “Esto no lo hago por montar una carrera, lo hago por este concepto, esta filosofía de cuidar la naturaleza. Yo no quería meter la marca de Volvic o Danone en un trail sin más. No es el deporte que le interesa a la marca, sólo le interesa el concepto completo, que incluye una rama solidaria. Y entretener a los niños. Tanto que ahora tenemos un problema con ellos porque vienen los padres a inscribirlos a las ocho de la mañana y ya lo tenemos todo completo. Pero lo solucionaremos, para que los niños se vayan tan contentos como los hijos de François D’Haene, que han pasado dos días excelentes”.
Hubo quien le propuso a la organización alargar las actividades hasta el domingo, pero ahí se plantaron. El domingo es el día para regresar a casa y descansar. Unos volverán en coche, otros en tren y algunos, como los españoles que están empezando a conocer esta experiencia, lo harán desde el cercano aeropuerto de Clermont-Ferrand (a 20 kilómetros), a una hora y media de vuelo de sus hogares. Hay una distancia para todos: 15, 25, 43, 80, 110 y 224 kilómetros. Un recorrido que rodea los viejos cráteres por un terreno donde sobresale la cima del Puy de Dôme (1465 m), la más alta de la región y también, gracias al Tour de Francia, la más célebre.
