Correcta nutrición para fondistas

La nutrición de los mejores fondistas en los años 80 quizás fuera menos efectiva que la de ahora, pero daba lugar a anécdotas muy divertidas.

Hernán Silván se pasó los ochenta corriendo mucho y, cuando se juntaba con sus compinches toledanos, comiendo de igual manera. ¿Era la correcta nutrición para un fondista? Lo dudamos, pero mal no les fue. IZAN GALIÁN
Hernán Silván se pasó los ochenta corriendo mucho y, cuando se juntaba con sus compinches toledanos, comiendo de igual manera. ¿Era la correcta nutrición para un fondista? Lo dudamos, pero mal no les fue. IZAN GALIÁN

Como mi entrenador desconfiaba profundamente de las concentraciones federativas (“nido de lesiones y ufana demostración sin venir a cuento de la valía de los atletas”, me decía) a aquel campeonato nacional júnior de 5000, que se celebraba justo al final de la Semana Santa del ochenta y dos, debería llegar a la crítica hora o, como mucho, un día antes. Mientras mis amigos y rivales entrenaban durante una semana en los bellos pinares de Punta Umbría yo quedaba con dos compañeros de entrenamiento que competían en la carrera sénior y me llevarían hasta Huelva en el coche de uno de ellos. Pero lo que podría parecer un decepcionante y poco glamuroso inicio de viaje rápidamente se tornó en un rosario de sorpresas que acabó siendo uno de los más maravillosos periplos iniciáticos que se le podría ofrecer a un joven de la época. Mientras los jipiloncios de mi instituto, tienda de campaña a cuestas (y fuerte provisión de costo) se iban en tren o autobús hasta Galicia buscando los pasos de Siddharta por las Cíes, esos días de vacaciones yo los emplearía en cruzar Sierra Morena con dos auténticos maestros, mucho más terrenales.

Madrugamos el jueves, para salir de Toledo, y a media mañana ya estábamos papeando en plena Mancha. Solo llevábamos hora y media de ruta pero era menester parar en Puerto Lápice. Allí nos esperaba Layos, uno de los grandes corredores de cross de aquel entonces, que venía de arar sus tierras y amablemente nos había invitado a almorzar en su casa. Tras hora y media de agasajo emprendimos viaje hasta Despeñaperros donde, mientras en la venta de un conocido amante del antiguo régimen comíamos un platazo de ciervo con tomate, mis compañeros Gaytán y Ortega me tranquilizaban sin dejar de mover la jeta.

Recordaban otro viaje similar, en aquel caso a Barcelona, con José Luis González de júnior batiendo el récord nacional de 5000 metros cuatro horas después de ingerir un cocido completo. Nunca llegué a saber si era del todo cierto o me tomaban el pelo; pues bromistas eran un rato, pero del talento de Pepe nadie debería dudar. Llegamos a Sevilla por la tarde. Como había que bajar el ciervo, quedamos a trotar con Ruiz Bernal, otro ilustre del fondo español al que estos conocían y que de inmediato, tras el entrenamiento, se nos descolgaría con una cena de aquí te espero. Al día siguiente, Viernes Santo (¿No sería Viernes de Dolores? se preguntó mi barriga), bajamos a Huelva, donde las calles con restos de cera recordaban el luto católico. Allí salimos a hacer un rodaje suave con un campeón de España de Gran Fondo al que llamaban Barón, que ya a media tarde y sin solución de continuidad con la comida, nos apretó un festín de langostinos, gambas y otras delicias del mar prolongándose el condumio hasta las primeras horas del día de la competición.

“La España del 82, era como su logo Naranjito. Casposa, aunque llena de buena gente”, este podría ser el pensamiento de algún experto en nutrición deportiva que hubiera leído hasta aquí. Pero os puedo asegurar que mis compañeros hicieron un gran campeonato nacional de 10.000 metros y yo de 5000. Mi madre, emocionada, me dijo por teléfono que me había visto en la televisión detrás de Albentosa, el corredor más talentoso de nuestra categoría. Mientras me repetía lo mucho que me echaban de menos, me preguntó lo que solían preguntar siempre las madres: ¿Estás comiendo bien, hijo? Muy bien mamá, le dije mientras pensaba que aún me quedaba por vivir el viaje de vuelta con aquellos tragaldabas.


Hernán Silván es doctor en Medicina y escritor. Corrió la media maratón en una hora y tres minutos.

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