Repensando los grandes estadios

En medio del siglo XXI, más de 125 años después del nacimiento del olimpismo moderno, el concepto arquitectónico de los grandes estadios olímpicos en general, y de los estadios de atletismo en particular, se encuentra en pleno proceso de transformación.

El Estadio Olímpico de Múnich, sede de los Juegos de 1972 y del Europeo del pasado verano. FÉLIX SÁNCHEZ
El Estadio Olímpico de Múnich, sede de los Juegos de 1972 y del Europeo del pasado verano. FÉLIX SÁNCHEZ

Lejos quedan los enormes y costosos estadios que llegaron a su punto máximo a principios de los años 2000 con Atenas o Pekín, y en el centro de las tendencias constructivas actuales se sitúan las interesantes ideas que se encuentran detrás del nuevo estadio olímpico de Tokio y de los innovadores Hayward Field de Eugene o el Centro Nacional de Atletismo de Budapest, sedes de los que serán los tres últimos mundiales de atletismo (2022, 2023 y 2025). Sobre ello charlamos largo y tendido con el prestigioso arquitecto y atleta Alfonso Cano, encargado del proyecto del nuevo estadio de Vallehermoso de Madrid y gran conocedor de los estadios olímpicos, a los que dedicó su tesis doctoral.

En su caso, pertiguista entrenado por el maestro José Luis Torres y olímpico en Los Ángeles 1984, así como arquitecto dentro de la tradición familiar que sigue viva en el reconocido estudio Cano Lasso, la relación entre ambos mundos es muy directa. ¿Qué diálogo hay entre arquitectura y atletismo?

La competición de atletismo se desarrolla en los estadios y en las pistas, por lo que es fundamental su configuración para reforzar la intensa relación que debe de establecerse entre el atleta y el espectador. La configuración del estadio, cómo se conciba y cómo se maneje la relación entre estos dos actores principales es completamente fundamental.

¿Qué idea hay detrás del concepto con el que concibieron ustedes el renovado estadio de Vallehermoso?

Es un estadio que está en el centro de una gran ciudad como Madrid y queríamos que fuera un espacio de sosiego en medio del ruido. En lo referente a la relación del estadio con la ciudad, la posición de cota topográfica del estadio permite que su impacto hacia el exterior sea el menor posible. Por ese mismo motivo, la alineación de la fachada se ha curvado y se ha retranqueado un poco para dejar un espacio público un poco mayor y el sistema de cierre que son las jaulas dentro de las cuales están los jardines que cuando crezcan lo envolverán todo, pretende conseguir que la imagen hacia el exterior sea más amable. En términos meramente deportivos, el atletismo tiene dos vertientes, como espectáculo y como práctica deportiva, por lo que por una parte queríamos que el público rodeara totalmente a los atletas, y por otra parte que fuera un espacio suficientemente cómodo, flexible y adecuado para el uso diario, para la práctica deportiva del día a día. Y todo esto con la adecuación al presupuesto que se manejaba, máxime en un caso donde tanto el presupuesto para construir el estadio como el presupuesto de mantenimiento eran bajos.

Precisamente, en un escenario mundial de claro debate presupuestario y de reducción de costes, lejos de las obras faraónicas a las que estaba acostumbrada la arquitectura olímpica, ¿esta es una de las condiciones más importantes del momento actual y que nos sirve también para entender los nuevos estadios de Tokio, Eugene y Budapest?

Exactamente, esa limitación que en Vallehermoso era aún más acusada al ser un estadio con otras pretensiones diferentes, se encuentra en la misma línea que la relación que hay entre los tres estadios de Tokio, Eugene y Budapest. El estadio de Tokio es un estadio olímpico más al uso y empezaron con un concurso que ganó la arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid con un proyecto muy complejo, complicado y caro, pero a mitad de proceso, a raíz de las críticas que hubo por tener un coste exagerado, el gobierno japonés se vio obligado a replantear su construcción e hicieron un nuevo concurso que ganó el gran arquitecto japonés Kengo Kuma y que concluyó la obra con un proyecto mucho más austero. Ese es el modelo actual y ahí, cuando Japón se da cuenta que tiene que adecuar la inversión al objetivo que busca, se produce la consagración de la filosofía que se había iniciado en Londres 2012 y que pone en jaque la vieja idea de construir grandes estadios complejos y caros. Siguiendo esa misma línea, el Centro Nacional de Atletismo de Budapest que se ha construido para el Campeonato del Mundo de 2023 es un ejemplo fantástico de un estadio que está pensado en dos etapas: primero, con una zona de basamento donde se encuentra un graderío con capacidad para 14.000 espectadores, y luego con una terraza superior que es un espacio abierto, lúdico y libre durante todo el año, pero donde es posible montar también un graderío con el que se puede llegar a una capacidad total de 36.000. Es un estadio relativamente pequeño para una gran capital europea (14.000 espectadores sólo son un poco más que los 10.000 de Vallehermoso, por ejemplo), pero tiene la capacidad de llegar hasta 36.000, lo que permite poder albergar un gran campeonato de atletismo como es el mundial de este verano. Esa capacidad de crecer y decrecer que permite que el estadio se adecúe a la necesidad diaria, pero también a esos inputs muy puntuales que se producen una vez en la vida, como sería organizar una gran competición, es lo que hacen que estos proyectos sean tan interesantes y convenientes.

Por poner esta idea en contexto, a partir de los estudios que hizo para su tesis doctoral sobre estadios olímpicos, ¿podríamos diferenciar distintas fases dentro de la historia de la arquitectura olímpica?

Totalmente. Con el inicio del olimpismo moderno en Atenas 1896, los primeros estadios olímpicos caminaron junto a los propios Juegos Olímpicos dentro de un proceso de aprendizaje en el que hasta las propias reglas del deporte estaban comenzando a definirse, por lo que la propia arquitectura inicial estuvo inmersa en una búsqueda de qué debía ser y para qué debía servir. En Los Ángeles 1932 ya se llegó a la configuración del gran estadio y desde ese momento se creó una definición de estadio olímpico muy marcada de la que se ha ido viviendo hasta los años 60 o 70. Posteriormente el estadio de México 1968 fue un avance en cuanto a integración en el paisaje y a entendimiento del estadio como algo ligado a la cultura del lugar. Luego llegó Múnich 1972 con la entrada definitiva de la tecnología y desde ahí cada nuevo estadio olímpico fue siendo cada vez un paso más hasta llegar al estadio del nido de Pekín 2008, un estadio muy redondo en todo su entendimiento como valor al servicio del deporte y donde la cubierta y el graderío casi tienen continuidad vistos desde dentro y forman un espacio continuo, totalmente envolvente en todas sus direcciones hacia el espectáculo. Yo creo que hasta ahí la idea fue progresando y desde ese punto surge la duda en Londres 2012: ¿Podemos seguir gastando el dinero que estamos gastando? ¿Podemos continuar haciendo estas operaciones o tenemos que pensar los estadios de otra manera para que puedan ser viables en el futuro?

La arquitectura y las actuaciones urbanísticas tienen la capacidad de regenerar zonas conflictivas u obsoletas. Al final la zona termina regenerándose como un tejido que está enfermo, pero donde comienza a fluir la sangre hasta terminar sanándolo.

Y ahí aterrizamos de nuevo en los proyectos que estamos hablando de Tokio, Eugene y Budapest. ¿Cree que es la misma idea y tendencia que vamos a continuar viendo en el futuro?

Cuando hice la tesis doctoral sobre estadios olímpicos, en ese momento ya establecí en mis conclusiones que, de acuerdo con lo que estaba pasando en ese momento, había dos posibilidades de lo que podía pasar en el futuro. Por un lado, estaba el estadio olímpico de Sídney que sirve para atletismo, rugby y fútbol australiano. Como los campos de juego de estos deportes tienen dimensiones diferentes, este proyecto confía absolutamente en la tecnología y todas las gradas son móviles, por lo que puede hacerse más pequeño cuando es fútbol australiano, un poco más grande cuando es rugby y más grande aún cuando es atletismo. Esta teoría sería confiar en la tecnología y tener un gran presupuesto para que un mismo estadio sirva para tres usos distintos, incluso uno cuarto que sería los grandes espectáculos musicales. Es decir, tener una dotación que te sirve para todo, pero con un coste de construcción y un coste de mantenimiento muy grandes. La otra posibilidad era la que se iniciaba con el estadio olímpico de Londres y consistía en un estadio que tuviera la capacidad de reducirse: ser grande para los Juegos Olímpicos y luego hacerse más pequeño. Durante estos años las limitaciones presupuestarias y los necesarios debates de cómo y cuánto dinero gastar han continuado en esta línea, que es un poco el concepto del estadio de Budapest y en el que nos encontramos en el momento actual, sin ninguna duda.

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Un ejemplo de cómo se están repensando los grandes estadios: Vallehermoso, uno de los recintos dedicados a la práctica del atletismo más bonitos y reconocibles del mundo. IZAN GALIÁN

Además de pensar en el futuro que les espera a los estadios después de una gran competición como son unos Juegos Olímpicos o un Campeonato del Mundo de Atletismo, ¿podríamos incorporar al debate la idea de que cada vez somos más conscientes que un estadio de atletismo no necesita un aforo desmesurado y que eso puede ir ligado a la idea de estadios de atletismo más pequeños, pero con un uso exclusivamente atlético?

En este sentido destaca el estadio Hayward Field de Oregón, que es realmente precioso y está exclusivamente dedicado al atletismo, lo que le convierte en una de las grandes catedrales atléticas del mundo, muy potente, pero tampoco excesivamente grande, con una capacidad para 30.000 espectadores. Es interesantísima la configuración tan diferente que tiene este estadio sobre cómo se producen los concursos en la pista, ocupando casi todo el césped del espacio central. Esta era una de las cosas que, mucho más tímidamente, también hicimos nosotros en Madrid al colocar el foso de pértiga en lo que sería el espacio reservado al campo de fútbol e impedir así que se pudiera jugar a fútbol en el estadio y asegurar que fuera para siempre de atletismo. Esa tendencia también sigue avanzando y, por ejemplo, nosotros hemos hecho ahora un concurso que está por fallar para un estadio multiusos en Boadilla del Monte y que es un estadio capaz de albergar fundamentalmente atletismo y rugby, pero con la complejidad que exigía que la zona central fuera de hierba artificial para el rugby, lo que impide poder situar ahí los lanzamientos. En este caso nos hemos visto obligados a inventar una configuración totalmente distinta a un estadio normal, de forma que hemos planteado una herradura que contiene la pista y en el centro el campo de rugby, mientras que los lanzamientos se producirían desplazados, realizándose desde más allá de la curva de la pista hacia fuera del anillo de carreras, en lugar de hacia dentro como es habitual. La solución serían dos campos seguidos, uno de hierba artificial y otro de hierba natural, separados por la curva de la pista, pero cuya enorme ventaja es que la zona de lanzamientos puede funcionar de forma independiente a la zona de carreras y concursos, lo cual es estupendo para entrenar, para evitar que haya conflictos entre unos y otros y además para crear un espacio adicional que puede acoger otros deportes como tiro con arco.

Esto iría muy en consonancia con la polémica que ha habido esta primavera entre aficionados al atletismo porque se haya aprobado que en el histórico estadio de Berazubi en Tolosa, fundado hace exactamente 100 años y que es considerado como el primer estadio de la historia del atletismo español, la zona central de hierba se sustituya por hierba artificial para la práctica de fútbol, lo que va impedir que en el futuro los lanzamientos puedan volver a una de las cunas históricas del atletismo en nuestro país…

Lo que tenemos que darnos cuenta es que el atletismo es difícil que conviva con otros deportes. Por ejemplo, la idea que hubo hace años de que hubiera estadios para fútbol y atletismo es un fracaso completo. El fútbol no quiere tener atletismo por la separación de las gradas del público hacia el espectáculo. Por ejemplo, en Anoeta quitaron la pista. Los que dieron aquel paso hacia delante lo han tenido que dar luego hacia atrás, por lo que hay que buscar nuevas ideas, hay que repensar cómo hacer los estadios para que sean posibles. Una de dos, hay que hacer un estadio que sea multiusos, con lo cual debe de ser distinto a lo que hemos pensado hasta ahora, o que sea absolutamente independiente para el atletismo, como el caso de Eugene.

Al principio comentaba que en el proyecto de Vallehermoso partieron de la relación que debía tener el estadio con la ciudad. ¿Qué tendencia actual cabe destacar entre urbanismo y arquitectura referente a la construcción de estos grandes estadios?

El estadio de Budapest me parece espectacularmente bonito, pero no sólo tiene lo que han hecho en el estadio, sino también la regeneración urbana al lado del río Danubio donde se sitúa el estadio, con el parque y toda la zona que han proyectado a su alrededor. Esa es otra tendencia que también es muy importante. En Tokio, otra de las críticas que tuvo el proyecto original era que el nuevo estadio olímpico era excesivamente grande, más que el anterior de los Juegos Olímpicos de 1964 que se situaba en el mismo lugar y que primero derribaron para construir en su lugar el nuevo de 2020. Con ese aumento de tamaño, los jardines históricos que había alrededor se veían comprometidos con la nueva estructura del nuevo estadio y, finalmente, el nuevo  tuvo que restringirse a la huella del anterior para que esos jardines no se vieran afectados. Además, con otro elemento muy interesante que fue la incorporación de vegetación dentro del mismo estadio y que en el caso de Tokio supuso plantar alrededor de 47.000 árboles entre las bandejas de acceso al estadio y el resto de estructuras.

¿Es la misma tendencia verde que también se encuentra detrás de la idea de Budapest o lo que desarrollaron ustedes en Vallehermoso?

Va en la línea de intentar incorporar otra vez un poco la idea primigenia de que el estadio es un claro en el bosque, como en la antigua Olimpia. El nacimiento del atletismo se produjo en mitad del bosque, en los primeros estadios de la Antigüedad, y el hecho de que los grandes estadios se sigan ligando a la naturaleza o al paisaje que los rodea es otra cosa que es muy interesante e importante.

¿Podríamos situar en el polo opuesto lo que se hizo en Atenas 2004 con un estadio más fastuoso y más grande, pero también más apartado de todo y donde encima no se consigue regenerar la zona que lo rodea?

Sí, en un lugar que no consigue hacer que la cosa cambie o se regenere. Esta es otra de las cuestiones, que la arquitectura tiene esa capacidad y que se ha hecho en muchos casos, por ejemplo, situando en una zona conflictiva u obsoleta una nueva dotación moderna con capacidad de tener un gran flujo de personas y actividades, de manera que al final la zona termina regenerándose como un tejido que está enfermo, pero donde comienza a fluir la sangre hasta terminar sanándolo. La arquitectura y las actuaciones urbanísticas tienen la capacidad de regenerar zonas, que es un poco la idea de Budapest, donde el estadio del Mundial se ha construido en una antigua zona industrial al lado del río que no estaba en condiciones paisajísticas adecuadas, pero que ahora ha quedado como uno de los grandes pulmones verdes y como una de las nuevas zonas más atractivas de la ciudad.

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Estadio de Berazubi, una institución del atletismo vasco y español. FEDERACIÓN GUIPUZCOANA DE ATLETISMO

Esa unión entre arquitectura, urbanismo, deporte y cultura nos ofrece unas posibilidades infinitas. ¿Puede cambiar una ciudad?

Es que el deporte es cultura, fundamentalmente. Tiene una derivada importantísima de entenderlo como cultura y no es sólo una diversión o un juego. Es cultura y la mezcla con el paisaje, con la ciudad y con el urbanismo es una interrelación fundamental.

¿Es casual el uso de la madera que se ha producido en la construcción de los estadios de Tokio y de Eugene o es también una tendencia actual?

Completamente. Es una nueva tendencia donde la arquitectura quiere ser cada vez más sostenible y utilizar materiales que tengan una huella de carbono mínima, con una capacidad total de ser reciclados. Además, podemos hacerlo extensivo a los tres nuevos estadios de los que estamos hablando. El de Tokio es un estadio con una estructura extraña, porque la madera en términos generales es menos favorable que el hierro, pero toda la estructura de la cubierta es de madera, con refuerzos metálicos, y su imagen externa es igual que los grandes aleros en madera de la arquitectura tradicional japonesa. De la misma manera, las perchas que cobijan el estadio de Eugene son de madera contra laminada. Y el de Budapest no tiene ese componente específico, pero también se sitúa dentro de esta tendencia por una arquitectura sostenible, demostrando que lo que se está haciendo en los nuevos estadios está totalmente en la línea de lo que se está haciendo en el mundo de la arquitectura actual.

Cita la inspiración del estadio de Tokio con la arquitectura tradicional japonesa, ¿hay también una relación muy presente entre tradición y modernidad?

En Tokio hay una relación entre tradición y modernidad muy clara. Es una interpretación de las cuestiones tradicionales, pero con un lenguaje completamente actual. Como en cualquier aspecto de la vida, es fundamental aprender del pasado, ser fieles a nuestras raíces, pero también siendo capaces de avanzar, siendo conscientes de que vivimos en nuestro momento de la historia y que por eso no debemos de ir vestidos con túnicas o casacas.

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Carlos Mayo durante la prueba de 10.000 metros del pasado Campeonato del Mundo de Atletismo celebrado en Hayward Field, el mítico estadio de la Universidad de Oregón, en Eugene. SPORTMEDIA

En Hayward Field, donde también derribaron un estadio repleto de historia y leyenda para construir el nuevo en el mismo lugar, podemos encontrar de nuevo ese respeto por el pasado unido a la figura de Prefontaine y a todo lo que representa la Universidad de Oregón dentro de la historia del atletismo estadounidense. Algo que se manifiesta en cómo han intentado colocar todos los elementos: estatuas, entradas, vallas, nombres de atletas… ¿También en este caso la imagen del viejo estadio estaba muy marcada para construir a partir de ahí el nuevo?

Tanto que hasta incluso hubo la duda de mantener la grada antigua, que también era una cosa muy interesante y muy bonita, con aquellos planos tan claros y rotundos alrededor de la pista. Pero es que al final son cosas que van quedando obsoletas y es muy difícil darle sentido con una nueva cubierta y el resto de elementos. Creo que han tomado una buena decisión y que es un proyecto magnífico que aúna ese respeto por la tradición con no renunciar al futuro. Otro de los elementos curiosos de Eugene es que el solar es pequeño y todas las decisiones son muy comprimidas. Los otros estadios de los que estamos hablando tienen la ventaja de tener más aire alrededor, de ser más jugosos. Pero este se ve que está más comprimido en el hecho de cómo encaja la recta de la salida de los 110 metros en el graderío, hasta el punto que la grada está mordida por la propia salida, lo que a su vez también lo venden como un aliciente más en el sentido de que la primera grada está tocando la calle 9 y la proximidad del público es tremenda.

Desde la Revolución Francesa el modelo de estadio se ha ido perfeccionando hasta convertirse en el elemento arquitectónico que mejor representa a la sociedad, el lugar donde las distintas individualidades del público se mezclan y se convierten en un hervor colectivo.

Tanto en el caso de Tokio como en el de Eugene, ¿el hecho de que no sea un estadio nuevo y que el punto de partida sea la remodelación o el derrumbe de un estadio histórico e icónico para colocar en su lugar un estadio nuevo es una ventaja o una desventaja?

En Tokio es el tercer estadio que se hace en el mismo sitio. Primero hubo un estadio que se construyó en los años 20, luego se demolió para poder construir el de los Juegos Olímpicos de 1964, y ahora este a su vez se ha demolido para construir el de 2020. Es algo que llama mucho la atención, pero si pensamos en ello es un elemento que está muy presente en la tradición japonesa. Por ejemplo, en el santuario de Ise, uno de los más importantes de Japón, el templo data del siglo VIII, pero con la particularidad de que lo reconstruyen exactamente igual cada cierto tiempo. Para ello, cada 20 años los mejores carpinteros de Japón se presentan voluntarios para rehacerlo. Siguiendo una tradición entre lo místico y lo religioso, se internan en el bosque para elegir los mejores ejemplares de árboles, caminan en procesión con los troncos hasta llegar al santuario y construyen una réplica exactamente igual que el anterior, con los mismos materiales, las mismas uniones… Acabado el nuevo templo, deshacen el anterior y con las maderas que desmontan reconstruyen otros templos secundarios que hay en el santuario, de manera que la propia madera continúa siempre viva y regenerándose, de forma que mantienen un elemento tradicional, pero con una antigüedad máxima de 20 años. Es algo que llevan haciendo desde el siglo VIII, denotando esa mezcla entre lo antiguo y lo nuevo que siempre está presente en la cultura japonesa. Es una idea muy distinta a cómo valoramos el pasado en Europa. Aquí nos gusta disfrutar de las ruinas, vamos al anfiteatro de Roma y no se nos ocurre pensar que habría que reconstruirlo. Pero allí es otra manera de verlo totalmente diferente y el hecho de que hayan tirado el estadio olímpico de 1964 para hacer en el mismo lugar el estadio olímpico de 2020 es algo que está muy en su tradición. Las cosas vuelven a rehacerse, a reconstruirse, de manera que siempre es algo nuevo, pero íntimamente ligado al pasado. Una forma de que el mismo elemento siga vivo. Seguramente vieron las opciones para que el estadio de 1964 continuara siendo útil y al ver que eso no era posible lo primero que hicieron fue desechar la idea de dejarlo como si fuera una momia y construir otro nuevo en otro sitio. No quieren momias, quieren que el pasado renazca de sus ruinas. Si hubiesen hecho otro estadio en otro lugar, hubiesen acabado con la magia o el espíritu del lugar y con la idea de que ese es el lugar sagrado donde siempre ha estado el estadio: el estadio puede cambiar, pero sigue estando en el mismo sitio.

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Si hablamos de espectacularidad hay que hablae del 'nido', como se conoce popularmentre al Estadio Olímpico de Pekín, sede de los Juegos de 2008 y el Mundial de 2015. RAFA GÓMEZ

En la antigua Grecia comenzó la importancia de los teatros como lugar de reunión. Después, Roma trajo consigo los anfiteatros y la importancia de las grandes construcciones públicas que se ha ido manteniendo hasta la actualidad. ¿Los estadios deportivos son los principales escenarios en los que se desarrolla ahora nuestra civilización?

La relación entre el pueblo y el poder en los anfiteatros romanos era clarísima, donde incluso el pueblo tenía la capacidad de decidir si los gladiadores vivían o no. A partir de esa época el deporte queda en desuso, ya no es un espectáculo, lo cual se alarga luego durante la Edad Media y el Renacimiento. Pero en épocas modernas el deporte comienza a recuperarse y, justo antes de la Revolución Francesa, se dan cuenta de su importancia. En ese momento, la Academia de Bellas Artes de París comienza a poner de forma muy recurrente en los exámenes finales de los estudios de arquitectura, ingeniería y bellas artes, que por aquel entonces era todo conjunto, un ejercicio en el que los alumnos tenían que crear un gran estadio deportivo, que además eran como el viejo estadio Arena Civica que se construyó en Milán a principios del siglo XIX, tan gigantesco que no se sabe a ciencia cierta para qué es, como una mera demostración de grandiosidad donde poder reunir a mucha gente. El filósofo alemán Peter Sloterdijk dice que hoy el estadio es el instrumento arquitectónico que mejor representa a la sociedad moderna. Ha habido épocas que eran las iglesias, pero desde la Revolución Francesa el modelo de estadio se ha ido perfeccionando hasta convertirse en el elemento arquitectónico que mejor representa a la sociedad actual, el lugar donde las distintas individualidades del público se mezclan y se convierten en un hervor colectivo.

Como hemos hablado, los motivos seguramente son mucho más económicos, funcionales y asociados a temas medios ambientales que una auténtica filosofía de regresar a un concepto del deporte más griego que romano, más interior y sencillo, menos de masas, pero… ¿Este regreso del atletismo a estadios más pequeños no tiene también algo de vuelta al sentido original? ¿No deja de haber algo de regreso a la esencia?

A mí el estadio de Budapest donde se va a disputar el Mundial de este verano me encanta por eso. Es como otra vez el claro en el bosque, una instalación que tiene una dimensión adecuada y perfecta para poder entrenar durante todo el año o hacer las competiciones que se hacen durante una temporada normal en una gran ciudad y que encima permite que haya grandes competiciones en momentos puntuales. Me parece que es un gran ejemplo, e incluso en cómo está entendido. Tanto el propio estadio de Budapest como el de Eugene tienen en la parte alta del estadio una calle para rodadores, de manera que el propio graderío también sirve para entrenar, como también hicimos nosotros en Vallehermoso. Al final, el sentido se encuentra en el uso que le puedes dar a un elemento arquitectónico que debe de ser vivo y que como tal debe concebirse como la comunión entre el deportista, el público, el propio estadio, el paisaje y la ciudad en la que se encuentra. 

Robert de Castella cruza en primera posición la línea de meta del Maratón de Róterdam de 1983, una de las carreras de 42,195 kilómetros más apasionantes que se han visto. ALAMY

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