Javi Sanz lleva décadas enamorado del maratón. Un amor tan intenso que los años se planifican en función de las carreras. Y como no hay tiempo ni dinero para viajar a correr y, además, viajar de vacaciones, pues lo ha juntado y él se va con su familia a correr a algún lugar donde puedan pasar unos días de turismo. Su último destino ha sido Málaga, donde ha corrido su maratón número 159. De esos 159, la mayoría, 113, han sido en sitios diferentes.
El flechazo le alcanzó en la San Silvestre Vallecana de 1978. Luego vino el mítico Trofeo Finlandia, en la Casa de Campo de Madrid, por donde pasaron los mejores atletas españoles (y algunos internacionales) antes de cambiar su nombre a Trofeo Akiles. Javi tenía un amigo del colegio, Pedro Rodríguez, que corría las pocas carreras que había entonces y un día le convenció para que le acompañara en una. Diez años después, en 1988, llegó su estreno en un maratón, MAPOMA. El recuerdo de aquellos inicios le enternece y, aunque han pasado 45 años, no ha olvidado aquel primer sofoco del último día del año. “La primera carrera fue una experiencia celestial. Corría muy despacio y en cuanto salimos, mi amigo se fue. Pasamos por debajo del scalextric de Atocha, subimos por la avenida de la Albufera y creo que llegamos 92 o 93 a la meta. En la maratón ya tenía más experiencia y los recuerdos los tengo muy vivos. Me acuerdo de que al final quería esprintar y no podía. Pasabas por sitios muy curiosos, como cerca de la M30, y la gente sacaba cacerolas. Luego, por la Casa de Campo, y al final, por la calle Goya, donde ponían música de Beethoven”.

Sanz ya hace mucho que dejó de ser un novato. Ahora es un hombre de 65 años que lleva un lustro jubilado y se frota las manos porque se ha multiplicado el tiempo que puede dedicar a correr y a las carreras. Y encima estrena tramo de la categoría máster… El mundo a sus pies. También puede dedicarle más tiempo a su blog (Coleccionista de maratones), que gira alrededor del maratón y en el que tiene un curioso ranking con los corredores españoles que más veces han completado esta distancia convertida en fetiche: “El líder de esa clasificación es Santiago Hitos, que lleva 355 maratones”.
En mi pueblo, a finales de los 70, tenía que salir a escondidas. La gente te ponía a caldo. Te gritaban “¡vago!” O te soltaban: “La hierba de tu padre sin segar y tú por ahí".
Su blog es un complemento para su buena memoria. Javi Sanz todavía recuerda las zapatillas que llevaba en su primer maratón. “Corrí con unas Karhu, finlandesas. Aunque al principio del todo iba con unas Kelme de Los Guerrilleros (una icónica tienda de calzado generalista)… En esa época (1988) ya se empezaban a ver algunas marcas de zapatillas para correr”. Han pasado 35 años y todo ha cambiado. Las zapatillas han dejado de ser un calzado con una rudimentaria suela de goma y se han convertido en un producto muy sofisticado con una palanca de fibra de carbono y unas espumas reactivas para ir más rápido. En su último maratón en el extranjero, Oslo (número 156), este veterano optó por unas Mizuno. “Soy muy fiel a esa marca. Recuerdo que después de las Karhu me pasé a las New Balance, al modelo 999 o al 1200, que eran zapatillas como tanques (hoy se usan para la moda casual). Hasta que llegué a Mizuno y ya llevo casi treinta años con ellas. Las últimas, las Rider. Pero lo del calzado para correr es algo muy personal. Las que a mí me van bien no tienen por qué irle bien a otro”.
Su vida está en Madrid, donde ha corrido todas las carreras que uno pueda imaginar, incluidos trece maratones. No faltó a uno extraordinario, el Millennium Marathon que se organizó para despedir a lo grande a los dos mejores maratonianos que ha dado nuestro país: Abel Antón y Martín Fiz. Una carrera que ganó el italiano Stefano Baldini, otro ilustre. Pero si hay un maratón en España que haya conquistado a este corredor es el de Málaga, precisamente donde alcanzó el 159. “La ciudad me encanta y se celebra siempre en unas fechas muy buenas, a principios de diciembre, con una temperatura muy agradable”.

Javi es de Segovia, de un pequeño pueblo llamado Trescasas, donde tiene un hotel rural pensado para corredores (La Casa del Tío Telesforo) con vistas a la Sierra de Guadarrama y con cinco habitaciones que llevan el nombre de un maratón destacado. Allí, de joven, a los pies del Peñalara, no estaba bien visto que un hombre fuera por ahí corriendo. Vivimos años complicados, como lo fueron para cientos de corredores por toda España que se enfrentaban a burlas e insultos. “En mi pueblo, a finales de los 70, tenía que salir a escondidas. La gente te ponía a caldo. Te gritaban “¡vago!” O te soltaban: “La hierba de tu padre sin segar y tú por ahí”. O: “Un pico y una pala te tendrían que dar”. Corríamos dos o tres, nadie más. En aquel entonces Trescasas se medio despobló y había solo 150 o 200 habitantes. Ahora, curiosamente, es uno de los pueblos más ricos de Castilla y León”.
En mi primera maratón hice 3:26 y llegué el 1200. Los que corrían entonces, corrían mucho. Ahora la tendencia es correr por salud, más tranquilo.
Aunque él echó el ancla en Madrid, donde este profesor de Matemáticas daba clases de Bachillerato. Al cumplir los 60 años, en 2018, se jubiló. “Ahora estoy en mi segunda juventud”, presume. Porque Javi tenía muy presente lo que le pasó a su padre, que se jubiló a los 70 y ya no hizo nada más en la vida. “Se sentaba a ver el fútbol o los toros y no hacía nada. Se murió diez años después”.
Este jubilado corre entre ocho y diez maratones al año. La mayoría los prepara por su cuenta. “Soy un lobo solitario. No me importa entrenar solo. Entre semana salgo solo por Madrid Río y la Casa de Campo. Y los fines de semana ya nos reunimos los amigos de los Corredores de Parque Sur. Hay muchos niveles. Unos van más deprisa y otros vamos más tranquilos. Debemos ser cerca de veinte. A lo largo de mi vida he pasado por muchos grupos. Uno de ellos fue el de carreraspopulares.com, el portal diseñado por Paco Noguera a principios de los 2000. En el foro fundamos un club y me llamaban el presi”.

Javi dice que ya hace tiempo que no se obsesiona con las marcas. Eso sí, en todas intenta bajar de las cuatro horas. O sea, que un poco sí se obsesiona. El reto de las cuatro horas lo ha superado 143 veces. “Si no lo consigo, me mosqueo”, suelta antes de definirse, en un arrebato de modestia, como un corredor “mediocre, pero contento por lo logrado”. Pero un atleta que ha bajado veinte veces de las tres horas y que tiene una marca personal de 2:50:42 (Maratón de Sevilla 2002) está muy lejos de ser un mediocre.
Por su trayectoria como maratoniano también ha tenido tiempo de enganchar a muchos compañeros y amigos. “He motivado a mucha gente para correr. Les digo que se vengan a correr un día conmigo. Muchos han venido y luego han seguido corriendo”. Con el paso del tiempo, además, ha podido apreciar la evolución de la carrera a pie en España, que ahora es tremendamente popular. “En mi primera maratón hice 3:26 y llegué el 1200. Los que corrían entonces, corrían mucho. Ahora la tendencia es correr por salud, más tranquilo. Me gusta que las carreras estén llenas. En mis tiempos llegabas media hora antes a la salida de la prueba, que solía ser gratuita, te daban el dorsal y cuando llegabas lo cogían y lo pinchaban en un clavo encima del que había llegado delante de ti mientras alguien, al lado, picaba el tiempo; así tenían el orden exacto de la clasificación. Por culpa de eso me faltan muchos dorsales en la colección”.
Soy capaz de recordar algún momento de todas mis maratones, salvo de las de Madrid porque se amontonan.
La primera vez que le dieron un chip fue en 1996, cuando corrió el centenario del mítico Maratón de Boston. “Pensé que un aniversario así había que celebrarlo y fui a correrlo. Fue la edición más numerosa y tardé 26 minutos desde que dieron la salida hasta que pisé la alfombrilla”. A este matemático siempre le gustaron los números redondos y por eso se acuerda de que su maratón número 50 y el número 100 los corrió en Sevilla. Dice que no tiene malos recuerdos de ninguno y que dos veces lo ha corrido con su mujer, que se atrevió con los 42,195 kilómetros en Roma y en Nueva York.

Poco a poco va desgajando su historial como corredor. Su memoria le permite ir dando detalles de muchas carreras. “Soy capaz de recordar algún momento de todas mis maratones, salvo de las de Madrid porque se amontonan”. Sabe que jamás se ha retirado de uno. Que sólo falló en una carrera de 100 kilómetros y no fue por una lesión ni por un desfallecimiento, sino porque se cayó el chico que iba con él en bici y le supo mal continuar. Tampoco ha estado largos periodos de tiempo sin correr. Su mayor parón, por una lesión, no superó los tres meses. “Ahora tengo fastidiado el tendón de Aquiles. Me permite correr, pero no voy a gusto”.
A un maratoniano tan activo como Javi Sanz no podían faltarle los seis majors (Boston, Nueva York, Chicago, Londres, Berlín y Tokio). Pero no los hizo con las urgencias de muchos corredores neófitos. Este segoviano se tiró 23 años hasta cerrar el círculo que empezó en Boston y acabó en Tokio recién jubilado. Ahora está estudiando su próximo destino. No faltan candidatos, está claro. Dice que está barajando ir a Funchal (en Madeira, Portugal) en enero y recientemente cruzó la meta de Maspalomas, el único de España que le faltaba y que va a desaparecer después de sólo tres ediciones. No falló en Málaga, su ojito derecho.
Ninguna de sus dos hijas ha salido corredora, pero desde pequeñas presumían de los viajes que habían hecho por todo el mundo siguiendo a su padre. “Un año, cuando eran niñas, una profesora del cole les dijo que cuando fueran mayores tenían que visitar Argentina, y mi hija acababa de volver de Argentina…”. Las zapatillas de Javi Sanz han dado la vuelta al mundo. Sólo le falta Oceanía, dice, pero piensa que aún está a tiempo: “Ya no sé bien si viajo para correr o corro para viajar”.
Un objetivo es llegar a los 200 maratones. Pero le preocupa que los años van pasando y el tendón no afloja. Lo que no se debilita es su cabeza. Su mente de matemático es un lujo en las carreras, donde va calculando los tiempos con agilidad. Sanz adora el Excell. Y las colecciones. En el sótano del hotel tiene más de 200 carteles de carreras, algunos muy antiguos. Y en casa guarda todos los números de la revista Corricolari, desde el primer ejemplar, que salió en 1986.
