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Hubiese sido imposible encontrar un lugar mejor para celebrar una de las citas olímpicas más complicadas a nivel organizativo de toda la historia. E igual que ocurre con la suave luz que se filtra a través de los shōji que sirven de tabiques en los tradicionales hogares japoneses o con la tenue iluminación que forma parte del escenario en las distintas formas niponas de teatro, todo ha resultado ser un juego de claroscuros en el que la belleza de cada instante y cada pequeño detalle ha intentado dejar oculto el vacío que queda más allá de las sombras, tan acorde con la forma oriental de entender la vida.
Alrededor de las gradas vacías del estadio olímpico, el mundo entero todavía detenido por la pandemia mundial que obligó a retrasar todo un año. Una colección de aeropuertos desiertos. Calles huérfanas repletas de luces de neón. Interminables controles sanitarios. Mascarillas. E innumerables medidas de aislamiento y distanciamiento social que han terminado por privar a los Juegos de uno de sus elementos más reconocibles; la gente y la enorme fiesta que siempre han representado, tal y como desde hace miles de años los antiguos griegos vivían las noches que rodeaban al viejo santuario de Olimpia.
De puertas para dentro, todos los símbolos de la cultura japonesa a los que los organizadores se aferraron desde el comienzo de la ceremonia de inauguración para intentar dar algo de alma y personalidad a los Juegos: los bosques, el recuerdo de Fukushima como ejemplo de que tras la tormenta todo vuelve a empezar, la madera de los árboles que nacieron de las semillas que plantaron los atletas olímpicos de Tokio 1964, el nuevo estadio olímpico construido como un gran árbol vivo siguiendo las tradicionales enseñanzas japonesas, el kabuki, las palomas de papel, la flor del cerezo, los girasoles, el monte Fuji, el sol naciente, el fuego… Y en medio de todo ello, el silencio. El silencio por el que se recordarán los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, mucho más allá del juego de luces ideado para escenificar que, cuando nada parece mantenerse en pie, la belleza, la cultura, el deporte y las emociones siempre serán las mejores razones a las que nos podamos seguir aferrando.
Erigido por derecho propio en el deporte rey de los Juegos, en ocasiones el atletismo se escenifica como si fuera una enorme partida de ajedrez, tal y como los 10 000 metros de hombres de Tokio quedarán durante muchos años como uno de los mejores ejemplos para poner a los niños en las escuelas y hacerles olvidar el mito de que el atletismo no es un deporte colectivo. Así, en una de las carreras olímpicas más divertidas que recordamos, desde el mismo inicio Uganda mandó por delante a Stephen Kissa con el objetivo de romper la prueba, evitar un posible sprint final y obligar a kenianos y a etíopes a desgastarse en su persecución. A medida que el anarquismo parecía apoderarse de la carrera, el temido final del etíope Yomif Kejelcha y los corredores kenianos quedaron abatidos entre tantos cambios de ritmo. Y en las últimas vueltas, el impecable planteamiento táctico ugandés que debería de haber finalizado con el triunfo de Joshua Cheptegei o Jakob Kiplimo únicamente se quedó sin premio final por la aparición de un iluminado como Selemon Barega, el fotogénico etíope de Elgoibar al que nadie pudo impedir su ascenso al Olimpo de las leyendas del fondo mundial, convirtiéndose en el sucesor de Mo Farah y escenificando una inmejorable lección: a pesar de los fascinantes planteamientos estratégicos, el auténtico espíritu del atletismo y de sus mayores talentos nunca se podrá encorsetar bajo un plan preconcebido.
En otras ocasiones, el atletismo se transforma en una gran fiesta, igual que un enorme grafitti de Yulimar Rojas en las calles de Caracas o los ritmos latinos bajo los que la propia saltadora venezolana terminó bailando y abrazándose con su compañera Ana Peleteiro en el mismo estadio olímpico después de batir el récord del mundo de triple salto (15,67 metros). Y en otras ocasiones, el atletismo se convierte en una demostración de perfección, tal y como el noruego Karsten Warholm (45,94) y la estadounidense Sidney McLaughlin (51,46) pulverizaron los récords del mundo de 400 metros vallas, corriendo como un auténtico torbellino en la vuelta al estadio con vallas, la prueba estrella de estos Juegos tokiotas. “Muchas veces me han preguntado por la carrera perfecta y yo contestaba que no existía. Bien, pues esto creo que es lo más cerca que he estado nunca de ella”, afirmaba después de su histórica gesta el atleta noruego, siempre concentrado en ejecutar una salida muy rápida e intentar mantener después un ritmo de 13 pasos entre vallas que le permita acabar lo más fuerte posible. Pero, por encima de todo, ¿qué son los Juegos Olímpicos si no un precioso álbum de fotografías que perdurarán más allá de los relojes y de las unidades de medida?
Entre esas imágenes de Tokio 2020, el desafío de Sifan Hassan a los libros de la historia que ha acabado con dos medallas de oro en cinco y diez mil metros y un bronce en los mil quinientos. El entronamiento de Elaine Thompson y las mujeres de la isla del viento como las auténticas sucesoras de Usain Bolt. La aceleración de Marcell Jacobs y toda la velocidad italiana, hijos de Pietro Mennea. La explosión de Athing Mu y su zancada de Juantorena. La infinita elegancia de Allyson Félix y su gesta de alcanzar las 11 medallas olímpicas. El récord olímpico de 1500 metros que ha consagrado a la keniana Faith Kipyegon como una de las mejores mediofondistas de toda la historia. La cita con su destino de Jakob Ingebrigtsen. La alegría de ver saltar a Armand Duplantis con la certeza de estar disfrutando en vivo y en directo a una leyenda. El histórico abrazo de dos amigos como Mutaz Barshim y Gianmarco Tamberi para compartir la medalla de oro en salto de altura. Las mejores finales de lanzamiento de peso de toda la historia. El oro de Joshua Cheptegei en 5000 metros, cada vez más cerca de ser el auténtico sucesor de Haile Gebrselassie y Kenenisa Bekele. El oro del indio Neeraj Chopra en lanzamiento de jabalina que demuestra una vez más que el atletismo es uno de los deportes más universales. E incluso la melancolía de los viejos ídolos a la que nos aferraremos siempre, como las sombras de Wayde Van Niekerk, Dafne Schippers o Renaud Lavillenie estrellándose contra el muro del tiempo en la recta de meta o en un último intento por saltar más allá del paso de los años.
Al mismo tiempo, la selección española de atletismo culminó en Tokio la segunda mejor actuación de su historia por número de finalistas (11), sólo superada por Pekín 2008 (12) y liderados por la medalla de bronce de Ana Peleteiro a la que la joven saltadora gallega parecía estar predestinada desde que se proclamó campeona del mundo júnior en Barcelona 2012. Junto a ella, una enorme acumulación de cuartos puestos que recordaremos siempre, como el vuelo de Eusebio Cáceres o las grandes actuaciones de Marc Tur, María Pérez o Álvaro Martín en una disciplina tan presente en el alma del atletismo español como la marcha. Los históricos quintos puestos de Adrián Ben en 800 metros, de Adel Mechaal en nuestro mil quinientos o de Ayad Lamdassen maratón, sólo superado por el cuarto de Martín Fiz en Atlanta 1996. Las grandes actuaciones cargadas de futuro de Diego García (sexto en 20 kilómetros marcha), Asier Martínez (sexto en 110 metros vallas) o Mohamed Katir (octavo en 5000 metros). Y como guinda, la interminable sonrisa de Marta Pérez, la histórica presencia de Javier Cienfuegos en la final de lanzamiento de martillo, la figura de Jorge Ureña cada vez más cerca del recuerdo de Antonio Peñalver o el inolvidable punto final a la leyenda de Chuso García Bragado, el eterno capitán convertido a sus 51 años en el atleta con más participaciones olímpicas de toda la historia (8), después de haber estado presente de forma ininterrumpida desde Barcelona 1992 hasta Tokio 2020. De vuelta a la realidad, al finalizar cada jornada e irse apagando los focos de la pista, los pasillos del nuevo estadio construido sobre el mismo recinto que albergó los Juegos Olímpicos de 1964 conectaban dos mundos que por momentos parecían darse la mano. A un lado, las gradas vacías; al otro lado, el skyline de Tokio inmerso en la pausa del atardecer a medida que el cielo encendido por una infinita sucesión de tonos rojizos daba paso a la oscuridad de la noche, tan cerca y tan lejos del tintineo de una campana que desde un pequeño templo escondido desafía el eco del silencio que poco a poco se apodera de la inabarcable ciudad.
“¿Ha visto usted alguna vez el color de las tinieblas a la luz de una llama?”, pregunta el escritor Junichirō Tanizaki en su fantástico librito titulado El elogio de la sombra, en el que reflexiona sobre la cultura oriental y la delicadeza japonesa de crear belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos parecen insignificantes. Y convertido en filósofo, convertido en mito olímpico a la altura del mismísimo Abebe Bikila y sus dos oros consecutivos en maratón que aspiran a trascender más allá del deporte, el keniano Eliud Kipchoge responde sabedor de tener todas las respuestas: “Tokio 2020 se ha celebrado, lo que quiere decir que hay esperanza. Significa que estamos en el buen camino hacia la normalidad. La COVID-19 pasará. Este es el significado de los Juegos”.
Selemon Barega (27:43.22) echó por tierra la táctica del equipo ugandés y apresó el oro por delante de Joshua Cheptegei (27:43.63) y Jacob Kiplimo (27:43.88), ambos en la imagen 'picando' el reloj... ¿para subirlo a Strava como en otras ocasiones? Delante el etíope, brazos al cielo, festejando el triunfo más importante de su carrera deportiva. Se acordó de Bikila, el héroe de los Juegos del 64. ¿Cómo no hacerlo? FOTORUNNERS.
Referente social y deportivo. Una atleta portentosa. La velocista total. Allyson Felix se bronceó en el 400 y salió dorada del relevo largo. Sus medallas olímpicas número 10 y 11. Sólo Paavo Nurmi (12) tiene más. Que es la mejor corredora de la historia del olimpismo no admite muchas alegaciones. FOTORUNNERS.
Marta Pérez lo bordó. Sobresaliente. Un 10, aunque el puesto de la soriana fuera el 9. Tres carreras, tres marcas personales. La última, la final, 4:00.12; la segunda española más rápida de la historia. El 'milqui' se lo llevó la favorita, Faith Kipyegon (3:53.11, récord olímpico). La plata fue para Laura Muir (3:54.50, récord británico). Detrás arribó Sifan Hassan (3:55.86). La holandesa saldría de Tokio con ese bronce y los oros de los 5000 y los 10 000 metros; una hazaña sin precedentes. FOTORUNNERS.
13:06.60. Octavo. Diploma olímpico. Una pasada, aunque las credenciales con las que ser presentó el murciano Mohamed Katir en el tartán tokiota (récords nacionales en 1500, 3000 y 5000 metros) habían despertado una ilusión desorbitada sobre sus posibilidades en las 12 vueltas y media. Tras la batalla se se pudo apreciar su tremendo esfuerzo pero también la felicidad de un gran resultado. El bronce fue para el estadounidense Paul Chelimo (12:59.05), la plata para el canadiense Mohammed Ahmed (12:58.61) y el oro se lo colgó Joshua Cheptegei (12:58.15), lanzado hacia un palmarés con el que mirarle a la cara a tipos como Gebre y Bekele. FOTORUNNERS.
Lo volvió a hacer. Comerse la velocidad corta. Esta vez con más voracidad que en Río. Oro en 100 m con récord olímpico (10.61) y jamaicano. Oro en 200 m con otro tope nacional y segunda mejor marca de la historia (21.53). Y la guinda del 4 x 100 m; tercer récord de Jamaica y tercer metal dorado. Elaine Thompson-Herah, la jefa de Tokio. FOTORUNNERS.
El guatemalteco Luis Grijalva -que acabaría decimosegundo con 13:10.09- lidera el grupo en la prueba de 5000 metros. La ausencia de público no impidió disfrutar de un maravilloso espectáculo deportivo. FOTORUNNERS.
Adel Mechaal, quinto en 1500 metros con 3:30.77 logrando auparse a la cuarta plaza del ranking nacional de todos los tiempos, solo superado Mohamed Katir, Fermín Cacho y Reyes Estévez. FOTORUNNERS.
Armand Duplantis, campeón olímpico en Tokio, estuvo a punto de batir la plusmarca mundial de salto con pértiga (colocó el listón en 6,19 metros). FOTORUNNERS.
El último 100 de Sifan Hassan en la prueba de 10 000 metros lo cubrió en unos salvajes 13.6. Para ponerlo en contexto, el último 100 de Faith Kipyegon en el milqui fue 15.4, por 14.0 de Athing Mu en los 800. Jakob Ingebrigtsen finalizó en 13.7 en los 1500 metros. FOTORUNNERS.
Desde el 18 de junio de 2017 hasta el día de la final olímpica, Timothy Cheruiyot y Jakob Ingebrigtsen se habían enfrentado 12 veces en 4 años, con pleno de victorias para el keniano (10 en 1500 y 2 en milla). Un 12-0 que quizá cambiaría Cheruiyot por el oro conquistado por el noruego en la final de 1500 metros. FOTORUNNERS.
Igual que sucediera en la prueba masculina, los 400 metros vallas femeninos llevaron al éxtasis a los telespectadores. Tanto Sydney McLaughlin (51.46) como Dalilah Muhammad (51.58) destrozaron el anterior récord mundial (51.90). ¡Hasta en 400 lisos son unos registros notables! FOTORUNNERS.
La mejor atleta del mundo en 2020, según World Athletics, logró en Tokio el título que le faltaba a la diosa del triple salto y un récord del mundo de otra galaxia: 15,67 metros. Pero Yulimar Rojas sigue hambrienta. ¿Se atreverá la venezolana a perseguir la plusmarca universal de salto de longitud? FOTORUNNERS.
Medalla de bronce en triple salto, récord nacional con 14,87 metros, única presea para España Atletismo y, lo que es más importante, una madurez deportiva y personal que nos hace soñar con una larga y fructífera trayectoria para Ana Peleteiro. ¡A por los 15 metros! FOTORUNNERS.