"Yo soy muy malo recordando, a diferencia de amigos del mundillo o mis propios hermanos, que lo guardan y recuerdan todo”, reflexiona José Luis Capitán. Tenemos la suerte que esto no es del todo cierto. De momento su memoria no le falla tanto como él cree, y aprovecha las horas devorando todo tipo de material visual entre el que nos sentimos afortunados de estar. Hijo de una saga de seres inquietos y activos, el segundo de los hermanos Capitán nació con unas facultades innatas para destacar en el atletismo. Las aprovechó y durante una década fue mediofondista y fondista de muy buen nivel. Podios y títulos cayeron a su nombre. Llegado un momento, incluso, coqueteó con las primeras aproximaciones del atletismo español a la montaña. Tanto es así que todavía quedan marcas batidas por José Luis en lugares a los que se solía acceder en carro, en caballería y luego en bicicleta.
Hoy vive atenazado por una cruel falta de autonomía. José Luis Capitán, nacido en Madrid en 1976, de los Capitán del atletismo madrileño de toda la vida, ve pasar el mundo postrado por las consecuencias de la Esclerosis Lateral Amiotrófica, una terrible enfermedad neurodegenerativa que el mundo descubrió sobre 1870 y contra la que se lucha mientras la conocemos por sus escalofriantes siglas: ELA. Nuestro protagonista no cree que el presente sea el momento para detenerse ante nada. Nunca le ha echado atrás la falsa apariencia de la imposibilidad. Un día llegó a sus oídos que, en la famosa subida al Angliru en la que se retorcían los profesionales de la Vuelta Ciclista a España, se celebraba también una carrera a pie. El mero hecho de saber que existía esa ascensión fue un acicate para él y allá que se presentó. En aquella bestial ascensión de trece kilómetros, los mejores profesionales tardaban cuarenta y dos minutos montados en las mejores bicicletas. José Luis dejaría el récord de la subida a pie, hoy lejano e intocable hasta que no se presenten otros osados, en apenas 60 minutos.

Apremia el tiempo, el gran escondido en las quinielas de los deseos. Aquel dios Chronos que permaneció remoto e incorpóreo, dicen los libros, gobernando el tiempo que rodeaba el universo, los cielos y el destino de las vidas. Hoy el tiempo es la moneda más apreciada que tenemos. Si nos hubieran dicho de chavales que ahora íbamos a darle tanta importancia, quizá y sólo quizá asumiríamos ahora su valor. José Luis contesta con voracidad porque este es el ritmo que se ha impuesto. Lleva la comunicación en la sangre. Se nota que ha cogido el micrófono más de una y de dos veces.
―Dispara por WhatsApp y yo, con mis ojos, te iré contestando.
Disparar es un verbo que hiela en cualquier discurso. Más cuando lo lees insertado en una frase que pronuncia una persona que vive inmovilizada de manera irreversible. Gracias al desarrollo tecnológico, puede comunicarse dirigiendo con la vista el teclado virtual de su ordenador. De tal manera que, superada esa cortapisa técnica, el fondista madrileño ―porque uno nunca deja de ser fondista, rindámonos ante esta verdad― ha entendido que la única salida es resistir en movimiento, ir siempre hacia delante. Sin ir más lejos, el pasado 27 de mayo unía a su palmarés otro de sus empeños para dar visibilidad a las tremendas consecuencias de la enfermedad. “Participaré en la Media Maratón de la Reconquista, en Cangas de Onís”, desgranaba días antes de la carrera. El deportista, afincado en Asturias desde hace años, tiene una predilección especial por las verdes montañas. “Se pasa por Covadonga y pediré a la Santina por todos los enfermos de ELA. La organización me hace un homenaje, pues fui speaker de la prueba y mi empresa de cronometraje, junto a dos socios, cronometramos desde hace años. Y el 6 de agosto en mi pueblo de Salamanca, San Martín del Castañar, hice la subida a la Peña de Francia acompañado de amigos y familiares. Mi situación actual es muy jodida, pero espero que la enfermedad me dé tiempo para seguir metiendo ruido”. Cronometramos, haré, José Luis utiliza los tiempos verbales de la ilusión y del avanzar siempre adelante. Capitán es todo impulso.
Un día empezó a notar la pérdida de fuerza de los brazos en tareas rutinarias. Sucesivas pruebas en el departamento de Neurología pronto determinaron que aquella dolencia era algo progresivo. Se trataba de un tipo de esclerosis. La enfermedad que tiene postrado a José Luis ataca a las neuronas motoras, encargadas de proyectar su axón hacia los músculos, en un proceso que debilita y finalmente inutiliza esas neuronas. Esto provoca una parálisis muscular progresiva y total. La parálisis de un deportista es tan cruel como las demás, pero conduce a valorar en retrospectiva las capacidades innatas de esos cuerpos espectaculares que son los atletas. Era evidente que, en breve, la vida no sería ya igual para este profesor ni para su entorno. Para Tere, su mujer; para los chicos.
La ELA se hizo más visible para el gran público al asociarse con la enfermedad que sufría el científico Stephen Hawking. Hoy día, casi cuatro mil enfermos en España conforman un colectivo para el que se agota el tiempo y se apremia a los científicos investigadores. De nuevo aparece el tiempo como protagonista. El callado juez. Existe un problema con una proteína canalla, la TDP-43, una marca molecular clave para que sobrevivan las células nerviosas. A proteger esta proteína están enfocándose muchos de los nuevos trabajos farmacológicos que podrían tratar la esclerosis lateral amiotrófica.

Se apuesta todo al futuro, a las herramientas de quienes se rompen la cabeza buscando soluciones médicas, porque el pasado ya es inamovible. De ese pasado solamente queda aprender y aplicarlo a la ciencia. El pasado de este monstruo de dimensiones incalculables se fraguó en el casi mitológico club madrileño de la calle de Alcalá 535: el Club Suanzes, el gran semillero madrileño de mediofondistas y fondistas. José Luis, de la mano de su hermano mayor Vicente, pronto destacó en categorías inferiores hasta colocarse en los listados de medias distancias, en cross y en pista. No existían las redes sociales. Era un tiempo en el que la gente veía un par de cadenas de televisión, y en las que los varones bebían brandy y fumaban y opinaban de todo. Un país embalado, en colores grises pero embalado.
¿Qué importancia llegó a tener para él ese club? ¿Qué peso pudo tener en tantos que pasaron por la formación, el rescate de situaciones personales difíciles? “El Suanzes fue, es y será mi casa siempre”, nos cuenta José Luis. “El día que dejé de vestir su camiseta fue porque alcancé un nivel que me permitía ganar dinero en otros clubes de mayor potencial y, claro, a nadie le amarga un dulce. Pero yo seguí entrenando con mi entrenador del Suanzes, Isidro Rodríguez, con mi grupo de entrenamiento y haciendo el uso de las instalaciones a diario hasta que me trasladé a Asturias”.
La fidelidad a las personas le llevó a seguir manteniendo a su viejo entrenador mientras ya residía en la comarca cantábrica. No le faltan palabras de cariño al reconocimiento de los dos alma máter del club, Jesús del Pueyo e Isidro, como impulsores de las escuelas de atletismo que hoy dan vida a dos distritos capitalinos como son Ciudad Lineal y San Blas. Hablamos de esos pilares. De cómo le ayudaron a decidir por formarse en la enseñanza. Muchas veces hace falta un empujón para decidirse. Su mujer y él comparten durante años un oficio: enseñar. “La vocación de maestro siempre digo que me viene de mi tío Manolo, hermano de mi madre. Para mí, un referente como persona. Pero indudablemente gente como Isidro o Jesús refuerzan esa vocación y fue en las escuelas de atletismo donde tuve el primer contacto como educador de niños. Primero hice allí la objeción de conciencia y luego, junto con la que hoy es mi mujer, Tere, llevando una escuela que tenían en el colegio público El Sol, donde teníamos más de 50 chavales y donde tuve la suerte de entrenar a Jesús Ramos Reviejo, actual campeón de España de 5 y 10 kilómetros”. Los chicos; siempre los chicos. La esperanza de nuestro legado.
Tener un padre con ELA ha hecho madurar a mis hijos antes de tiempo. Están viviendo situaciones que a la larga les harán mejores personas, pero a mí ahora como padre me parece terrible.
Según las publicaciones que uno consulte, hay un punto de no retorno en la esclerosis lateral amiotrófica. Se puede cifrar en pocos años tras la parálisis total del enfermo afectado. Un tiempo limitado en el que recordar, limitado para ver crecer a los tuyos. Pregunto a Capitán qué le viene a la cabeza cuando ve a sus hijos ahora, desde su perspectiva. Y coge carrerilla.

"Yo creo que soy un padre que otorga cierta libertad a la hora tanto de estudiar como a la hora de elegir actividades y a veces me como por dentro por el apego que tienen a los móviles o a la Play, lo que les cuesta el mínimo esfuerzo. Y suerte tengo que son buenos estudiantes, pero por inteligentes, no por estudiosos. Uno juega al fútbol y el otro es árbitro de fútbol, mientras la peque va a la piscina. Tener un padre con ELA les ha hecho madurar antes de tiempo, están viviendo situaciones que a la larga les hará mejores personas pero a mí ahora como padre me parece terrible. Hay que pensar que la sociedad, como todo en la vida, evoluciona. Del mismo modo que yo cuando era pequeño estaba en otra onda muy distinta a la de mi padre, a ellos les pasa conmigo. Teniendo en cuenta eso siempre trato de inculcarles el respeto por los demás y un mínimo de esfuerzo por las cosas".
Un hombre que entrenaba y competía con tipos del nivel de sus compañeros en el Unión Guadalajara, estrellas como Alejandro Gómez, Carlos Adán, Ramiro Morán, Kamel Ziani o James Moiben, debe tener por fuerza una galería de favoritos. Hay algunos dorsales que José Luis recuerda particularmente. “Guardado en la bodega de mi pueblo está mi primer dorsal en un Campeonato de España de cross por equipos, corrido en Ciudad Real; era el dorsal número 50. Me quedaría también con el dorsal con el que hice el récord del Angliru y por el que tanta gente me valora”, hace memoria tras una pausa, “era el 23 si no recuerdo mal. Y por último me quedaría con mi último dorsal, ya estaba diagnosticado de ELA y mis brazos no funcionaban, pero fui a la Behobia-San Sebastián acompañado por mi amigo Sergio Fernández Infestas. Nada más salir me pisaron la zapatilla y yo no podía ponérmela, entre Sergio y mi mujer me la pusieron e hicimos 1:14. Sergiete casi me mata”.
En 1999, pocos más que los ciclistas locales y unos organizadores lanzados tenían puesta la mirada en la ascensión a unos pastos de montaña del concejo de Riosa. Tras un par de ediciones épicas en las que La Vuelta incluía el final de etapa en unos repechos donde apenas se podía pedalear, en octubre de 2003 ya se corría la versión a pie del coloso asturiano. Dos años más tarde José Luis Capitán batía el récord y dejaba las imágenes de un tipo fino, en tirantes, ascendiendo con agilidad por pendientes superiores al veinte por ciento. ¿Creía alguien que un día se podía subir corriendo durante una hora en una rampa rodante a un desnivel con esas cifras?
Cuando batí el récord de la Subida al Angliru hacía mucho calor, pero a mí me gustaba correr en esas condiciones. Me dieron 2800 euros, fue el día que más dinero gané en el atletismo.

“La verdad es que nunca pensé que fuese a hacer una marca que durase tanto en el tiempo y que fuese tan valorada”, escribe Capi. “Pero yo, ese día, iba a por el récord, que entonces andaba por 1:02 y no recuerdo los segundos, y que estaba en poder de un atleta cántabro que en cross rondaba los top ten de España, José Luis González. Fue un día de mucho calor para cualquiera, pero a mí siempre me gustó el calor”. Ese día ganó 2800 euros, confiesa que jamás ganó tanto corriendo. Y corría bastante. En 1500 pulió su mejor marca hasta 3:52, llevó a 14:09 la del 5000 y posee unos muy solventes 29:31 en 10.000.
No era un recién llegado a los riscos. Unos años antes ya había comenzado a competir en carreras de montaña de media distancia. ¿Qué le llamaba de aquello? El panorama era el de una división federativa con muy pocas carreras y un poco en pañales. Se sincera: “Resulta que te dejabas la vida entrenando para hacer una mínima para participar en un Campeonato de España en 5000 o 10.000, luego llegabas allí y, de los quince participantes, igual mi nivel me daba para ser el undécimo o el duodécimo. Pero de pronto mi hermano Vicente, que había sido campeón de España en montaña un año antes, me anima a ir con él a correr en La Palma. Y quedamos primero y segundo y, de premio, me llevaron al campeonato de Europa a Austria”. A partir de ese momento prefirió ser cabeza de ratón a cola de León.
Vicente, su hermano, simplemente compartía con él los entrenamientos “desde 1994 aproximadamente cuando dejó el fútbol y vino al Suanzes”, recuerda con cariño. José Luis, de todas maneras, se lesionaba con frecuencia y sus temporadas de cross y pista casi nunca eran completas. “En el 2004 me lanzaron la posibilidad de correr un Campeonato de España de montaña en Collado Villalba. Siendo yo resistente en el barro del cross, probé y gané. José no quiso saber nada, pero ya vino a hacer algún entrenamiento conmigo”. Pronto nuestro protagonista empezó a compaginar la montaña con carreras de asfalto en subida en Asturias, dado que Tere, su novia aún por entonces, vivía allí. Y le atrajeron mucho y lograría vencer en algunas subidas como la del Naranco y similares.

El mundo del trail estaba aún en pañales. ¿Habría rendido igual de bien en las grandes distancias como los héroes que ya estaban surgiendo alrededor del Mont Blanc, los Dawa Sherpa o Kilian Jornet? Él mismo lo pone en duda. Algo le dice que la enfermedad, de alguna manera, le acompañó siempre. Esa enfermedad que en 2014 dio la cara. "No te puedes imaginar las veces que escuché que tenía más clase que mi hermano", reconoce. "Pero en veintiún años haciendo atletismo solo logré hacer un año completo sin lesionarme. Recuerdo el año que preparé el Maratón de Londres, que estaba como un avión, dentro de mi nivel. Pasé la media en 1:08:52 y queda feo decirlo pero iba fácil. En el kilómetro 27 me da un latigazo en el gemelo y en el 31 se rompe. Con esto te digo que me hubiese encantado probar en una Zegama, Transvulcania... Pero dudo que mi cuerpo lo hubiese aguantado".
Hace un par de años, la marca Salomon añadía a sus retos en montaña el rescate de un momento al que José Luis dio un brillo fuera de lo común. Me comenta Biel Ráfols, componente de los eventos de la marca, corredor y cámara que, con la pandemia y la falta de carreras, “se optó por recuperar retos puntuales de subidas a puertos míticos, relacionados con la mítica de la montaña. Ascensiones como la del Aneto, al Pedraforca, o la collada de Pal, que es un formato muy similar al Angliru que tenía un récord ya duradero”. Y se acumularon los guiños, uno tras otro, a la vez que se rescataba el valor de la marca de Capitán. El fondista y corredor de montaña keniano Ben Kimtai no pudo con el registro todavía hoy vigente. En el entorno de las nuevas carreras de montaña, José Luis dejó una profunda impresión. “Cuando hicimos el reto me pareció una gran persona. Cómo hablaba, su humildad, su humanidad”, confiesan desde la marca francesa.
Llegaría 2022 y un proyecto permitió que José Luis pudiese ascender de nuevo por el asfalto asturiano. La asociación Ezina Ekinez Egina, de la localidad alavesa de Amurrio, construía unas sillas destinadas a transportar a personas con movilidad reducida. Y por mediación de Abel Fernández, presidente de la asociación, se ponían en contacto con José Luis Capitán para que formase parte de dicho proyecto.
Hay que aprovechar el momento, vivir el presente y tratar de hacer las cosas hoy, no dejarlas para mañana. Otro de mis aprendizajes es que estamos rodeados de gente buena, solidaria y cariñosa. Por último, considero que hay que aceptar las cosas tal y como nos vienen. Lamentarse no sirve de nada.

“Fueron ellos los que se pusieron en contacto conmigo”, rememora. “Abel me conocía de mi récord en el Angliru, pues él venía a correrla y me llamó para proponerme hacer algo juntos. Mi respuesta en principio fue que yo ya estaba bastante jodido, dependiendo además de un respirador, un aspirador de flemas, etcétera”. La respuesta del grupo de Amurrio dio las suficientes esperanzas a José Luis. Ellos ponían a su disposición una silla adaptada que era una barbaridad y que, de los aparatos, ya se encargarían ellos como fuera necesario.
¿Por qué no hacer algo juntos? “Entonces yo les propuse subir al Angliru”. En su entorno familiar les preocupaba el hecho de la fatiga del proyecto. Surgen temores porque en la silla normal de paseo se mareaba ya con pequeños desplazamientos por la calle. La cabeza la tenía que tener completamente fija y existía cierto temor a las oscilaciones de subir por el salvaje puerto de montaña. Pero estaba claro que emocionalmente sería un fin de semana brutal. Muy importante para él y para insuflar energía a todo el entorno. De nuevo se subiría al campo de batalla. “En menos de un mes se personaron en mi casa para hacer pruebas con la silla”. Cuenta Capitán que así surgió una amistad que no va a parar de superar retos.
―Hay gente buena por el mundo, José Luis.
―Ni te imaginas la bondad de esta gente.
Y un día de mayo de 2022, un pelotón de doscientas almas se congregó en la base del monstruo asfaltado, en el concejo de Riosa. Arriba, los pastos y las cumbres y, sobre ellas, un sol de gloria. Entre los congregados se encontraba un tipo que todavía posee la subida cronometrada más veloz al Angliru. Enfundado en un buen forro polar gris marengo, y anclado a la silla que empujaban los voluntarios capitaneados por Abel, el asfaltero de la cuadrilla de Ayala, Capitán pudo volver a poner los ojos en la Cueña de les Cabres, rampas que rozan lo imposible y por donde quien corre, camina. El objetivo de poner la enfermedad maldita en boca de todos estaba conseguido.
¿Qué enseñanza sacar de todo este duro proceso? La respuesta de un José Luis que guía con su vista el teclado de su WhatsApp es de las que hay que grabarse a fuego. "Por supuesto, la enseñanza es que hay que aprovechar el momento, vivir el presente y tratar de hacer las cosas hoy, no dejarlas para mañana. Otro de mis aprendizajes es que estamos rodeados de gente buena, solidaria, cariñosa. Y como último y más difícil de todos, que hay que aceptar las cosas tal y como nos vienen. No somos los únicos a los que nos pasa, y lo nuestro no es siempre lo peor. Lamentarse no sirve de nada". Lo nuestro, recuerden, no es siempre lo peor. Palabra de Capitán.
